Entre la fuerza y la debilidad, ¿por qué los españoles no presumen de su historia?

 

Mohamed Guna Bilazi

Escritor y analista internacional

 

Un hecho curioso me llamó mucho la atención, como musulmán afincado en España desde hace más de medio siglo: el retraso de la llamada a la oración del mediodía hasta las 14:30, mientras que en Bagdad o El Cairo, por ejemplo, solía ser más cerca de las 13:00.

 

Al principio, pensé que se debía a la escuela de jurisprudencia Maliki, dado que la mayoría de los administradores de las mezquitas eran marroquíes. Es bien sabido que la jurisprudencia Maliki estaba tan extendida en Marruecos como en Al Ándalus. Sin embargo, los horarios de las oraciones restantes y las observaciones del movimiento del sol revelaron lo contrario.

 

En 1940, el General Francisco Franco decidió cambiar la hora oficial del país para enfilarla con la hora de Berlín (UTC+1), por su alineamiento con el régimen del III Reich. Esto ocurrió a pesar de la ubicación geográfica de España, que la situaba más cerca del meridiano de Greenwich (UTC).

 

Desde entonces, los días se han alargado en España más que en sus vecinos más cercanos: Marruecos, Portugal y Francia. En consecuencia, todas las oraciones islámicas se han retrasado una o dos horas, dependiendo del horario de verano o de invierno.

 

Recuerdo una vez que iba en el autobús, nevaba muchísimo. ¡Las noticias decían que no había nevado tanto en 33 años! Las excavadoras no pudieron con la enorme cantidad de nieve. De repente, el conductor del autobús se giró hacia una anciana sentada a mi lado y le dijo: «¿lo ve, señora?, si esto hubiera ocurrido en Europa, ¿habría visto las excavadoras trabajando a toda máquina para retirar la nieve?».

 

Estos incidentes, y otros, revelan un aspecto fundamental de la identidad española: es un país poco propenso al alto autoestima y a menudo actúa más de forma reactiva que proactiva. Incluso cuando poseía un vasto imperio, resultado de un repentino superávit económico más que de una continua acumulación intelectual o filosófica, lo que explica la ausencia de escuelas filosóficas españolas comparables a las de Alemania, Francia, Italia o Inglaterra.

 

Los fenicios fueron los primeros en fundar ciudades en España, creando centros comerciales en sus costas meridionales, como Cádiz y Málaga. Los griegos los siguieron y establecieron colonias en las costas oriental y nororiental. Posteriormente, Hispania quedó bajo dominio romano y se convirtió en una provincia del imperio, pero no alcanzó la importancia que tuvieron otras provincias, como el norte de África (Túnez, norte de Libia y Argelia), la Galia (Francia y Bélgica) o Egipto, considerada la provincia más importante de Roma en aquel entonces.

 

Incluso el período de dominio islámico en Al Ándalus sigue siendo objeto de debate social sobre si perteneció a España, como un ejemplo representativo de su historia, o si España misma perteneció geográficamente al dominio islámico.

 

Más aun, durante la época imperial, en los siglos XVI y XVII, se acumuló una enorme riqueza en oro, lo que sorprendió a las mismas autoridades. Pero no fue invertida para que se lograra un verdadero renacimiento en España, sino se manifestó en la Inquisición, las guerras de religión, el agotamiento económico, las hambrunas y una terrible pobreza interna.

 

España carece de una época de la que presumir, y no me refiero a idealismo moral, sino más bien a orgullo de superioridad absoluta. La España moderna era una entidad formada sobre la base de alianzas de poder y, por lo tanto, el movimiento literario y artístico floreció porque el país vivía entre la cúspide del poder militar y político y sofocantes crisis internas.

 

Esta contradicción entre la prosperidad del poder y la debilidad de la nación generó un enorme potencial artístico y literario.

 

En la literatura, encontramos nombres como Miguel Cervantes, Tirso de Molina y Lope de Vega.

 

En el ámbito artístico, encontramos a Francisco de Goya, Vicente López Portaña y Luis Paret.

 

Quizás las raíces de este sentimiento de que España no tenía una época completa de la que enorgullecerse, hicieron que la sociedad española fuera menos propensa al chovinismo que sus vecinos europeos.

 

Según un estudio del Pew Research Center, España ocupó el último lugar de Europa en el índice de chovinismo, con un 20%.

 

Cualquiera que haya contemplado el reciente discurso del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el que tomó decisiones difíciles respecto a la relación de España con la entidad sionista, se habría dado cuenta de que comenzó a justificar la audaz decisión recordando a la gente su debilidad. Cito textualmente: «España no posee energía nuclear, ni portaaviones, ni una vasta reserva de petróleo, y por sí sola no puede evitar el genocidio que se está cometiendo en Gaza, pero lo intentará».

 

Por lo tanto, lo que a veces se percibe como una debilidad en la narrativa histórica nacional, puede ser en realidad el secreto de la amplitud de miras del pueblo español, que se ve a sí mismo como una nación menos cerrada y más dispuesta a reconocer las contradicciones de su pasado.

 

 

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