Análisis | España y su “giro chino”: equilibrio estratégico entre Estados Unidos y Pekín

Departamento de Análisis del grupo Prensamedia

Introducción

El anuncio de la nueva Estrategia de Acción Exterior 2025-2028 ha introducido un matiz significativo en la diplomacia española: China figura ahora junto a Estados Unidos como socio estratégico prioritario. La formulación puede parecer técnica, pero encierra un cambio sustancial en la manera en que España concibe su posición en el mundo.

Madrid busca proyectar una diplomacia más autónoma y diversificada, capaz de mantener su compromiso con la Unión Europea y la OTAN, sin renunciar a un diálogo pragmático con las grandes potencias asiáticas. En un contexto global dominado por la rivalidad sino-estadounidense, esa apuesta implica riesgos y oportunidades: consolidar el perfil internacional de España, pero también navegar en aguas cada vez más turbulentas.

La pregunta de fondo es si España puede sostener ese equilibrio sin quedar atrapada entre dos bloques que se disputan el liderazgo económico, tecnológico y geopolítico del siglo XXI.

  1. China en la estrategia española: del socio económico al interlocutor global

Durante dos décadas, la relación entre España y China ha sido eminentemente comercial. El intercambio bilateral se ha multiplicado por seis desde el año 2000 y supera ya los 50.000 millones de euros anuales. China es el primer proveedor asiático de España y un destino creciente para sectores como la agroindustria, el turismo o la automoción.

La Estrategia de Acción Exterior reconoce esa realidad, pero va más allá: define a China como un “actor esencial en la gobernanza global”, con el que España aspira a mantener un diálogo estable sobre cambio climático, energía, seguridad y cultura.
El matiz es relevante porque sitúa la relación en el plano político y estratégico, no solo económico.

En paralelo, el documento subraya la necesidad de cooperar “sin ingenuidad” y dentro del marco europeo. Es decir, España no busca un acercamiento bilateral al margen de Bruselas, sino alinear su acción exterior con la política de la UE, que combina cooperación selectiva con control de riesgos y defensa de intereses estratégicos.

  1. El equilibrio con Estados Unidos: aliados, no satélites

La redefinición del vínculo con China no significa un distanciamiento de Estados Unidos. España sigue considerando la relación transatlántica el pilar de su seguridad y su inserción internacional.
El reto consiste en mantener la lealtad atlántica sin renunciar al margen de maniobra económico y diplomático que exige el mundo multipolar.

Washington observa con cierta inquietud los movimientos de Europa hacia una política más autónoma respecto a Pekín. La Casa Blanca espera una alineación clara en materia tecnológica, defensa y derechos humanos, pero países como Francia, Alemania o España insisten en la necesidad de mantener canales abiertos con China, especialmente en el terreno comercial.

Para Madrid, la prioridad es evitar que la rivalidad entre Washington y Pekín se traduzca en una presión de alineamiento total. España comparte la posición europea: cooperación cuando sea posible, disuasión cuando sea necesario.
Esa fórmula permite mantener una relación constructiva con China sin socavar los compromisos de seguridad con EE. UU. y la OTAN.

  1. Riesgos económicos y tecnológicos del acercamiento

El debate sobre la relación con China tiene también una dimensión económica y tecnológica.
Las inversiones chinas en infraestructuras, energía o telecomunicaciones han despertado preocupación en la UE por posibles riesgos de dependencia estratégica. España, que ya cuenta con capital chino en sectores como la energía renovable o la logística, enfrenta el desafío de garantizar seguridad sin cerrar la puerta a la inversión.

El Gobierno ha reforzado los mecanismos de control sobre inversiones extranjeras en empresas estratégicas, en línea con la regulación europea. Pero la presión es creciente en ámbitos como el 5G, la inteligencia artificial o la cadena de suministros críticos.
El equilibrio es delicado: proteger la soberanía tecnológica sin caer en el proteccionismo.

China, por su parte, busca consolidar su presencia en el Mediterráneo y América Latina, donde compite directamente con intereses europeos y españoles. Esa expansión refuerza la necesidad de que España defina una política clara: ¿cooperar con Pekín en proyectos de conectividad y energía verde, o priorizar alianzas con socios occidentales?

La respuesta parece ser un “sí, pero con límites”: sí a la cooperación económica, no a la dependencia tecnológica o política.

  1. América Latina y África: los espacios donde compiten Pekín y Madrid

El “giro chino” de la diplomacia española tiene también una lectura geoeconómica más amplia.
China ha desplazado a la UE como principal socio comercial de América Latina, y su presencia en África es abrumadora en términos de inversión e infraestructuras.
España, tradicional puente entre Europa y el sur global, ve en esa evolución tanto una advertencia como una oportunidad.

En América Latina, el desafío es mantener relevancia política en un espacio donde Pekín ofrece financiación rápida y sin condicionalidad. España puede contrarrestarlo con una propuesta distinta: cooperación democrática, innovación tecnológica y sostenibilidad.
La reciente Cumbre UE-CELAC, celebrada bajo presidencia española, fue un intento de reforzar esa idea: la UE y América Latina deben ofrecerse como aliados naturales frente a la polarización de las grandes potencias.

En África, Madrid impulsa una política de partenariado igualitario, centrada en la transición energética, la seguridad y la migración. La competencia china es inevitable, pero también puede convertirse en una ocasión para la complementariedad: infraestructuras financiadas por Pekín, tecnología europea y gobernanza compartida.

En ambos escenarios, España puede desempeñar un papel de mediador entre Europa y el sur global, ofreciendo una diplomacia de equilibrio que combine principios y pragmatismo.

  1. Europa entre la rivalidad y la interdependencia

El “giro chino” español no puede entenderse sin el contexto europeo. Bruselas ha adoptado en los últimos años una posición compleja hacia Pekín: socio, competidor y rival sistémico, todo a la vez.
La Comisión von der Leyen y el Servicio Europeo de Acción Exterior han impulsado una estrategia de “reducción de riesgos”, centrada en evitar dependencias en sectores críticos como los minerales raros, la sanidad o la tecnología.

España respalda esa política, pero defiende un enfoque menos confrontativo. El objetivo no es “desacoplarse” de China, sino diversificar y fortalecer la autonomía europea.
En ese marco, Madrid aspira a ser una voz constructiva, capaz de equilibrar el pragmatismo económico con la defensa de los derechos humanos y la transparencia en las inversiones.

La clave estará en la coordinación dentro de la UE: si cada país persigue su propio equilibrio bilateral con Pekín, Europa perderá cohesión y capacidad negociadora. España apuesta por una diplomacia europea unificada, que dialogue con China desde la fortaleza y no desde la fragmentación.

Conclusión

El “giro chino” de la política exterior española no es un viraje brusco, sino una adaptación al nuevo entorno multipolar. Madrid busca actuar como potencia media con autonomía de criterio, consciente de que su influencia dependerá de la flexibilidad y coherencia de su diplomacia.

El reto será sostener esa equidistancia en un escenario cada vez más binario, donde las potencias exigen definiciones. España no puede ni debe convertirse en árbitro entre Estados Unidos y China, pero sí puede ser un interlocutor confiable para ambos y un defensor de la estabilidad internacional basada en reglas.

En un mundo de bloques y desconfianzas, esa puede ser la verdadera aportación española: demostrar que la independencia no es neutralidad, sino una forma de compromiso con el equilibrio global.

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