Análisis | La presión de Trump sobre España y la OTAN: el retorno del dilema atlántico

Departamento de Análisis del grupo Prensamedia

Introducción

Las declaraciones recientes de Donald Trump, en las que sugirió que Estados Unidos podría “no proteger” a los aliados que no cumplan con el gasto militar comprometido, han sacudido nuevamente los cimientos de la Alianza Atlántica. La posibilidad de un regreso de Trump a la Casa Blanca —o, incluso sin él, la creciente influencia del aislacionismo republicano— ha devuelto a Europa a un viejo escenario: el de la incertidumbre estratégica.

España se encuentra en el centro de este debate. Con un gasto militar equivalente al 1,28 % del PIB, muy por debajo del 2 % fijado por la OTAN, el país afronta presiones crecientes para acelerar su incremento presupuestario. Pero el dilema va más allá de las cifras: se trata de definir qué tipo de aliado quiere ser España en un contexto global de rivalidad geopolítica, populismo y redefinición del orden liberal.

El vínculo atlántico atraviesa un momento de prueba. Washington mira hacia el Indo-Pacífico; Bruselas busca autonomía estratégica; y Madrid intenta mantener su tradicional equilibrio entre lealtad aliada, prudencia presupuestaria y compromiso con una Europa de la defensa.

  1. Un eco del pasado: el “America First” y sus consecuencias

El discurso de Trump sobre la OTAN no es nuevo. Ya en 2018, durante la cumbre de Bruselas, acusó a los aliados europeos de “aprovecharse” del gasto militar estadounidense. Hoy, ese mensaje ha regresado con más resonancia. La diferencia es que Europa se enfrenta a una guerra en su propio continente, y el apoyo de Washington sigue siendo crucial para sostener la defensa de Ucrania.

La OTAN es, en esencia, una organización política tanto como militar. Su cohesión depende de la confianza. Si el principal garante de seguridad transatlántica cuestiona el compromiso de defensa colectiva —el famoso artículo 5—, el pilar central de la alianza se tambalea.
Los países del Este, que viven bajo la sombra de Rusia, temen una deserción estadounidense; los del sur, como España, se preocupan por el impacto presupuestario y por la falta de atención al flanco mediterráneo.

El “America First” de Trump implica una visión transaccional de la seguridad: quien no paga, no merece protección. Pero la defensa colectiva no es una factura, sino un contrato político y moral. En ese marco, España defiende que su contribución debe medirse no solo en gasto, sino también en misiones, inteligencia, cooperación tecnológica y compromiso diplomático.

  1. La defensa española: capacidades crecientes, recursos limitados

El esfuerzo español en materia de defensa ha aumentado de forma sostenida en los últimos años. El presupuesto pasó de 9.000 millones en 2018 a más de 15.000 millones en 2025, con una senda de crecimiento constante. Sin embargo, alcanzar el objetivo del 2 % del PIB antes de 2029 —compromiso asumido en la cumbre de Madrid de 2022— requerirá un salto cualitativo: alrededor de 20.000 millones adicionales anuales.

España ha priorizado inversiones estratégicas en capacidades tecnológicas e industriales: las fragatas F-110, el futuro avión de combate FCAS con Francia y Alemania, el vehículo blindado Dragón o la ciberdefensa. Son proyectos que refuerzan la autonomía industrial europea y consolidan el papel de España en la defensa común.

A nivel operativo, el país mantiene una participación destacada en misiones internacionales: en el Báltico, con el despliegue de cazas Eurofighter; en Letonia y Eslovaquia, con tropas; en Turquía, con baterías Patriot; y en África, con misiones de entrenamiento en Malí y Níger.
El mensaje español es claro: la solidaridad no se mide solo en gasto, sino en presencia y compromiso real.

No obstante, el debate se complica al cruzarse con la política interna. El aumento del presupuesto de defensa se enfrenta a la competencia de prioridades sociales y a una opinión pública que, si bien apoya a la OTAN, muestra reticencias hacia un gasto militar elevado. España es, en ese sentido, un reflejo de la tensión europea entre seguridad y bienestar.

  1. La base de Rota y la dimensión estratégica del vínculo con EE. UU.

Las relaciones bilaterales entre Madrid y Washington descansan sobre un eje militar consolidado: las bases de Rota y Morón, esenciales para la presencia naval y aérea estadounidense en el Mediterráneo y el Atlántico.
Rota alberga a cuatro destructores del escudo antimisiles de la OTAN y pronto recibirá dos más, reforzando su papel como pieza clave del dispositivo aliado en el flanco sur.

Sin embargo, esa importancia también ilustra una paradoja: España es a la vez actor estratégico y actor dependiente. La alianza con EE. UU. garantiza seguridad, pero también condiciona decisiones nacionales. En la práctica, Washington sigue siendo indispensable para la proyección de la OTAN, pero su interés se desplaza hacia el Indo-Pacífico, lo que deja a Europa con una creciente responsabilidad sobre su propia defensa.

En ese contexto, España busca un equilibrio: mantener el compromiso con la OTAN y con EE. UU., pero reforzando la dimensión europea de defensa. La cooperación con Francia, Italia y Alemania apunta en esa dirección, como demuestra el proyecto del avión FCAS o la nueva Estrategia de Seguridad Nacional, que subraya la “autonomía estratégica compartida”.

  1. Europa ante la incertidumbre americana

La perspectiva europea es cada vez más clara: el vínculo atlántico es necesario, pero insuficiente. El posible regreso de Trump —o el avance de un aislacionismo estructural en Washington— obliga a la UE a prepararse para un escenario de autonomía forzada.

La “Brújula Estratégica” aprobada en 2022 es el intento más ambicioso de dotar a Europa de una capacidad de defensa propia. Incluye una fuerza de despliegue rápido de 5.000 efectivos, mayor cooperación industrial y un aumento del gasto conjunto.
España ha respaldado firmemente esa iniciativa, convencida de que la seguridad europea no puede depender del calendario electoral estadounidense.

La posición de la Alta Representante Kaja Kallas coincide con la visión española: la OTAN seguirá siendo la piedra angular, pero la UE debe ser capaz de actuar por sí misma en crisis regionales, especialmente en su vecindad sur.
En ese sentido, Madrid defiende que la seguridad europea no se limite al frente oriental: el Mediterráneo, el Sahel y África Occidental son parte esencial de su perímetro estratégico.

  1. Diplomacia, consenso y narrativa: los otros frentes de la seguridad

La fortaleza de España como aliado no se mide solo en capacidad militar, sino también en su capacidad diplomática. Madrid ha sido una voz constante a favor del multilateralismo, el control de armamentos y la diplomacia preventiva.
Esa tradición puede convertirse en un activo si el equilibrio atlántico se tensiona. España puede jugar un papel mediador entre Europa y EE. UU., pero también dentro de la propia UE, entre el norte más militarizado y el sur más político.

En el plano interno, el consenso sobre política exterior sigue siendo amplio, aunque frágil. La clave será mantener un relato claro: la inversión en defensa no es gasto improductivo, sino garantía de soberanía y estabilidad democrática.
El desafío consiste en modernizar la defensa sin militarizar la política, y en explicar a la ciudadanía que seguridad y bienestar son caras de la misma moneda.

Conclusión

La presión de Trump ha devuelto a España —y a Europa— a una pregunta fundamental: ¿puede la seguridad europea depender indefinidamente de la voluntad de Washington?
España afronta ese interrogante con una mezcla de pragmatismo y determinación. Su compromiso con la OTAN es firme, pero su visión estratégica apunta a una Europa más autónoma y equilibrada.

La lección es clara: el vínculo atlántico debe evolucionar de una relación de dependencia a una de corresponsabilidad.
Si España logra combinar su papel atlántico con su impulso europeo, su voz podrá pesar más que nunca en la definición del nuevo orden de seguridad que emerge tras la era Trump.

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