Cabe reflexionar sobre aquella sentencia de Cicerón que ilustraba que la vida no es sencilla, que cada individuo encaja mal demasiadas veces en el colectivo. Más o menos decía que «no hay cosa que los humanos traten de conservar tanto, ni que administren tan mal, como su propia vida». Claro que generalizar siempre es perverso, cada persona vive su complejo mundo como mejor puede, o le dejan. Sin embargo, parece que en estos momentos prima aquello de “sálvese quien pueda”. Lo decimos a propósito de los vocingleros políticos y los gurús de eso que llaman el complejo mundo de las interacciones telemáticas, casi siempre en pensamiento diferido, o sencillamente anulado.
En muchos escritos hemos leído que vivimos en una crisis sistémica. El sistema está en crisis, pero qué se puede considerar sistema y a qué crisis nos referimos. Como uno es muy dado a ver todos los asuntos dentro de un entramado ecosocial, va a hablar desde su perspectiva. Cuando me surgen temas de este tipo, lo más conveniente es acudir a beber en las fuentes intelectuales de gente que sabe mucho del asunto de las interacciones en ámbitos ecosociales complejos. Constituye un ejercicio de riqueza intelectual que recomiendo, tanto a las personas individualmente como a los gestores de la gobernanza europea a todos sus niveles.
Pues bien, en mi caso acudí a Victoria Camps, una de las filósofas más clarificadoras en este mundo del lenguaje y las acciones enrevesadas. Reparemos en que hace más de 30 años escribía Las paradojas del individualismo. Venía a decir, más o menos, que las virtudes ciudadanas consolidan una parte de la moral pública. Esta postura es muy significativa para mí. Pues me permite enlazar a la responsabilidad ciudadana con una noción revisada de lo que la libertad en los Estados modernos significa. Ayudar a amplificar los efectos del cambio climático es un ejercicio de libertad condicionado; cada individuo tiene su responsabilidad en cuanto miembro de un colectivo. “Se es cuando se está con otros”, me permito apuntar en una simplificación atrevida.
Sin embargo, lo apuntado en el párrafo anterior no significa que podamos anular al individuo, pues constituye una categoría esencial en la lucha social por revertir el cambio climático. Y aquí surgen las paradojas. Me pregunto si el individuo solo es sociedad cuando obra por los intereses colectivos o también lo es, en su gestión de la libertad, cuando se aparta de estos. Conviene recordar que cuando reflexionamos seriamente vemos que todo gira alrededor de la verdad y la justicia, ambas dentro del ámbito climático. No escribo crisis, ni cambio, ni emergencia porque algunas personas dejarían de leerme. Más aún, la libertad para gestionar los asuntos climáticos debe congeniarse con la necesaria igualdad de defensa en las afecciones a mucha gente. Por ahora los países ricos castigan a los pobres.
Me pregunto si Camps está hablando de que “las dimensiones aristotélicas en las que la vida y su plenitud, en términos morales, no pueden separarse de la noción colectiva de justicia y de responsabilidad moral”. Vuelvo al adagio simplista de antes: se es cuando se está con otros. Por ejemplo: Si la libertad de viajar siempre en transporte privado -conociendo su carga contaminante- sigue siendo una materia para explorar lo colectivo. Está, además, relacionada directamente con nuestras ideas de autonomía y de individuo. Por tanto, es necesario reconocer que debemos aprender a interpretarla de una forma muy diferente a como lo hemos hecho tradicionalmente. La libertad de los mil millonarios del mundo –uno de ellos manda cohetes muy contaminantes en su lanzamiento a la estratosfera- seguramente choque con el colectivo. Mucho más con los individuos/sociedades de los países más afectados por el cambio climático.
Vayamos al ámbito internacional. Mejor aún a la Unión Europea y sus circunstancias. Sigamos manteniendo aquello de que el individuo florezca, el país se concierte, pero que también se haga virtual su florecimiento moral en su vida como ciudadano de la UE. Y aquí también queda explícito el por qué. Reflexionamos sobre si el objetivo de la democracia comunitaria debería ser el descubrimiento de los logros comunes de la sociedad, no la satisfacción de éste o aquel interés corporativo o nacional. El cambio climático es una prueba de concertación comunitaria.
Hace unos días leía con interés un artículo reflexivo: El crepúsculo del mundo compartido. Escrito a propósito de la publicación de El fin del mundo común, de Máriam Martínez Bascuñán. No lo sacrifica, sino que trata de ver sus fragilidades. Reproduzco literalmente: “La política se nos presenta como una dolencia autoinmune: las democracias se atacan a sí mismas en el mismo lugar donde se asientan, es decir, en la deliberación pública. Y si la deliberación pública se disuelve, si no hay una realidad común reconocida, lo que se fractura es el suelo bajo nuestros pies”. Me pregunto qué tipo de deliberación pública están manteniendo ahora tanto la Comisión como el Parlamento europeo en torno al uso de combustibles fósiles; acerca de su coste ambiental y en salud. Me inquieta la recientemente pactada reducción de la emisiones para 2040; hay que decir que con la oposición de España. Denota una tremenda fragilidad de la UE, pues ha claudicado ante las demandas de los fabricantes de coches y de las energéticas. Porque de lo que se trata no es de coexistir, bien o mal, sino de convivir. Y esto valida el adagio que anteriormente formulaba: “Se es cuando se está con otros”. Nunca podemos individualizar nuestra acción si magnifica las soledades climáticas.
Porque en otro medio de difusión, Camps alertaba de que el concepto de libertad se ha distorsionado, a día de hoy es individualista y, mucho peor, tremendamente egoísta. Cómo se explican si no los cambalaches de algunos países comunitarios en la compra del gas ruso, tras imponer la UE un riguroso embargo.
Camps nos ha legado su pensamiento en un libro especialmente necesario en estos momentos. En La sociedad de la desconfianza no resuelve nuestros dilemas, sino “que los formula con la precisión suficiente para que dejemos de evitarlos. En una época que confunde el ruido con la comunicación y la opinión con el pensamiento”. Las democracias participativas no son perfectas, pero sí el sistema político más eficaz para la mejora colectiva, que sin duda alcanza a muchos individuos. Así lo cuenta en una entrevista publicada en El País.
Por todo lo escrito, nos atrevemos a sugerir que individuos y gobiernos europeos hagan de la lucha contra el cambio climático un espacio de concertación. Las alianzas no evitan el problema, pero nos rebajan las desconfianzas recíprocas. Siendo colectivo se resuelven/aminoran mejor los problemas que a todos afectan: los riesgos asociados al cambio climático. Con seguridad, nuestros hijos y nietos lo agradecerán: tendrán un aire/clima más saludable y enfermarán menos.
Carmelo Marcén Albero
Investigador ecosocial y analista de la Fundación Alternativas
Maestro y Doctor en Geografía. Ha sido profesor de Educación Primaria, Secundaria y Formación del Profesorado. Autor de artículos e investigaciones sobre medioambiente y educación recogidos en revistas especializadas como Cuadernos de Pedagogía, Investigación en la Escuela o Aula de Innovación educativa.
Premio Nacional “Educación y Sociedad” 1992 y 1993 por sus propuestas didácticas en torno al río y el paisaje vividos. Ha publicado varios libros sobre estas temáticas. Investigador colaborador del Dpto. de Geografía de la Universidad de Zaragoza y de la Fundación Alternativas de Madrid. Es miembro del Consejo de Ecodes (Fundación Ecología y Desarrollo).
