América Latina vive un momento singular en el tablero internacional. Por primera vez en décadas, la región se mueve con mayor autonomía, menos subordinada a Washington y más dispuesta a explorar alternativas estratégicas. La reconfiguración del orden global —impulsada por la creciente rivalidad entre Estados Unidos y China, la expansión de los BRICS y la fatiga del multilateralismo tradicional— ha abierto un espacio que varios gobiernos latinoamericanos están dispuestos a ocupar. La pregunta es si este impulso configura una verdadera estrategia de largo aliento o si es, más bien, una reacción táctica, vulnerable a los vaivenes internos y externos.
Un nuevo lenguaje diplomático
El giro geopolítico de América Latina se sustenta en una transformación discursiva y práctica. Mandatarios como Gustavo Petro en Colombia, Gabriel Boric en Chile o Luiz Inácio Lula da Silva en Brasil han promovido una diplomacia más audaz, con vocación de autonomía. En el foro China–CELAC celebrado en Pekín en mayo de 2025, varios líderes latinoamericanos coincidieron en la necesidad de una “nueva arquitectura global” donde el Sur Global defina su agenda sin tutelas.
En ese marco, Lula reiteró que Brasil no renunciará a profundizar su relación con China. “Nadie puede impedir que Brasil fortalezca sus lazos con quien desee”, afirmó en su visita oficial a Pekín. Aunque Brasil no forma parte formalmente de la Iniciativa de la Franja y la Ruta, mantiene una sólida cooperación con China en infraestructura, comercio e inteligencia artificial. Su asesor diplomático, Celso Amorim, ha defendido una expansión de los BRICS “selectiva y efectiva”, ajena a lógicas de bloques y abierta a nuevas geografías del poder.
Por su parte, Colombia ha solicitado el ingreso al Banco de Desarrollo de los BRICS (el NDB), comprometiéndose a aportar 512 millones de dólares. Se trata de un gesto inédito para un país históricamente alineado con Estados Unidos. “Buscamos diversificar nuestras fuentes de financiamiento y dejar de depender de las recetas únicas del FMI o del Banco Mundial”, explicó el ministro de Hacienda colombiano Ricardo Bonilla. Una declaración que resume el cambio de paradigma.
Argentina ya se ha incorporado oficialmente a los BRICS desde enero de 2024, respaldada por Brasil y China. Sin embargo, la adhesión ha generado tensiones internas. Candidatos como Javier Milei han amenazado con abandonar el bloque si llegan al poder, en nombre de un discurso anticomunista y proestadounidense. El caso argentino pone de relieve que el giro geopolítico latinoamericano no está exento de contradicciones internas.
¿Adiós a la Doctrina Monroe?
Estados Unidos ha acusado recibo. En los últimos meses, Washington ha intensificado su presión sobre varios gobiernos de la región. Donald Trump, ya reelegido, ha resucitado retóricamente la Doctrina Monroe, advirtiendo contra una supuesta “penetración comunista” en América Latina. Ha lanzado amenazas arancelarias contra productos brasileños, cuestionado la neutralidad chilena y sugerido represalias comerciales contra Honduras por sus acuerdos con Pekín.
Pero esta estrategia coercitiva ha producido, hasta ahora, el efecto contrario al deseado. Como escribía recientemente el analista Michael Shifter, “la era del liderazgo incontestable de EE. UU. en la región se ha evaporado, y con ella, buena parte de su capacidad de persuasión”. Mientras tanto, China capitaliza con paciencia estratégica: créditos blandos, obras públicas, intercambios académicos y una narrativa de respeto mutuo.
Según la CEPAL, la inversión extranjera directa en América Latina aumentó un 7 % en 2024, con China como primer inversor en varios países sudamericanos. Además, más de diez países de la región ya comercian con yuanes a través de mecanismos de swap financiero, esquivando el dólar en determinadas operaciones. Las consecuencias geopolíticas de esta dedolarización incipiente aún están por evaluarse, pero su simbolismo es evidente.
¿Estrategia estructural o respuesta coyuntural?
El protagonismo creciente de América Latina no siempre obedece a una visión de largo plazo. En muchos casos, se trata de pragmatismo económico frente a una realidad adversa: bajo crecimiento, inflación persistente, presión fiscal y fragmentación social. El modelo primario-exportador sigue vigente en muchos países, con escasa diversificación productiva y dependencia de materias primas.
No obstante, hay un cambio de sensibilidad en las cancillerías regionales. La idea de que el mundo es más ancho que Washington ha echado raíces. En palabras del politólogo argentino Federico Merke, “ya no se trata de elegir entre EE. UU. y China, sino de ampliar márgenes de maniobra y recuperar autonomía”. Ese principio —el de la autonomía estratégica— guía las acciones de varios gobiernos, incluso con perfiles ideológicos distintos.
Por ejemplo, el Chile de Boric ha mostrado cautela, pero ha mantenido sus acuerdos con China en materia energética y tecnológica. Perú y Ecuador, con gobiernos más conservadores, han profundizado relaciones económicas con Pekín sin renunciar a sus vínculos tradicionales con EE. UU. El nuevo regionalismo latinoamericano es menos ideológico y más instrumental.
Los riesgos de una nueva dependencia
Ahora bien, toda apertura estratégica comporta riesgos. El más evidente es la posibilidad de reemplazar una dependencia por otra. China ofrece créditos y obras sin condicionalidad política, pero su opacidad contractual, su exigencia de garantías soberanas y su preferencia por operar al margen de licitaciones públicas generan alertas. África ha sido un laboratorio de este modelo; América Latina podría repetir errores si no actúa con cautela.
Además, Rusia intenta mantener presencia —sobre todo en Venezuela, Nicaragua y Bolivia—, aunque con capacidades limitadas. Su aproximación es más ideológica y militar, menos estructurada que la de China. El apoyo ruso suele ir de la mano de una narrativa autoritaria, lo que alimenta temores de una deriva iliberal en algunos gobiernos de la región.
El dilema, entonces, es claro: ¿cómo diversificar alianzas sin erosionar la soberanía? ¿Cómo negociar con potencias emergentes sin hipotecar el futuro? Las respuestas variarán según el país, pero la cuestión es común.
¿Un momento histórico?
Desde una mirada panorámica, América Latina sí está viviendo su momento geopolítico más interesante en lo que va de siglo. Por primera vez desde la Guerra Fría, existe un espacio real —y aceptado globalmente— para que la región actúe como sujeto estratégico y no como objeto periférico.
Pero esta oportunidad no es una garantía. Dependerá de la inteligencia con la que se articulen las alianzas, de la solidez institucional de cada país, de la capacidad de generar consensos internos y, sobre todo, de construir una narrativa latinoamericana que combine autonomía, inclusión y visión global.
Si Brasil, Colombia, Argentina, Chile y otros logran aprovechar esta ventana con ambición estratégica, podrían emerger como actores de peso en un mundo pos-hegemónico. Si no, se corre el riesgo de volver a ser espectadores de un juego que se juega en otros tableros.