Desde las heladas mesetas hasta las oficinas de poder de Pekín, Moscú, Washington y Bruselas, el Ártico se erige hoy como epicentro de una pugna histórica. No hay mapas inocentes: cada ruta, cada base, cada rompehielos responde a ambiciones geopolíticas y dinámicas económicas que confluyen bajo la luz tenue del verano polar, cuando el hielo –ese ancestral vigilante– retrocede con furia. Este descongelamiento no es sólo una tragedia ecológica: es una llamada de atención, una llave que abre nuevas posibilidades para quien se atreva a cruzar el umbral.
La aceleración del deshielo, ya no tema remoto, es una realidad brutal. Las recientes olas de calor en las latitudes septentrionales y proyecciones que apuntan al primer “verano libre de hielo” antes de 2030 son advertencias evidentes de que el tablero geopolítico está cambiando a marchas forzadas . Este escenario ha reconfigurado no sólo el clima, sino también las prioridades militares, económicas y diplomáticas de las grandes potencias.
Rusia: del hielo al poder
Moscú ha sido la punta de lanza en este pulso del Ártico. Con una estrategia sistemática de militarización, el Kremlin ha restaurado y modernizado bases en la península de Kola, el mar de Barents y los alrededores de Murmansk, activando su “estrategia Bastión” y elevando la Flota del Norte como pilar de su proyección regional (). Además, la GUGI—su brazo de sabotaje submarino—ya opera con sumergibles especializados en cortar cables de comunicaciones, y Rusia incluso ha desplegado nuevos rompehielos nucleares como el “Yakutia” . El presidente Vladímir Putin no vacila: su visión de una “Alta Norte” rusa implica no solamente establecer presencia, sino ejercer control.
Por si fuera poco, Rusia ha llevado alianzas estratégicas a otro nivel: prepara a cientos de militares chinos en tácticas de guerra moderna basadas en las lecciones extraídas de Ucrania . Esta cooperación militar no es simbólica: según el Pentágono, los ejercicios conjuntos, patrullajes aéreos y misiles disparados desde submarinos nucleares en zonas como el mar de Bering o cerca de Noruega son señales que “alteran la estabilidad ártica” .
China: un estado “casi ártico” con ambición
Para Pekín, el Ártico representa una oportunidad de gran calado dentro de su estrategia global. Se ha declarado “Estado cercano al Ártico” y ha desplegado rompehielos como el Xuelong‑2, un gesto contundente sobre el mar helado . Pero más allá de la estética naval, China promueve inversiones en investigación y tecnología polar, y gestiona proyectos científicos como en Svalbard —a veces bajo sombras de doble uso militar— con el ojo puesto en el control tecnológico y de datos . No hay ingenuidad en este impulso: un analista del German Marshall Fund señaló que “para China el Ártico ya es un dominio que fomenta su proyección de poder y recursos económicos” .
Pero Pekín no camina solo. Su cooperación con Rusia ha ido escalando: patrullajes aéreos conjuntos, ejercicios navales y entrenamiento militar que trasciende lo simbólico. Michael Sfraga, embajador estadounidense para el Ártico, lo describió con crudeza: “señales preocupantes” que apuntan a que esta alianza militar no es un mero postureo . El Pentágono, por su parte, ve en ello un desafío directo al orden ártico y la gobernanza occidental ().
Estados Unidos y Occidente: frenando, pero reaccionando
Frente a ese empuje, Estados Unidos y sus aliados han tenido que actuar. Incrementan vigilancia, fortalecen alianzas, y reactivan plataformas esenciales como Groenlandia. Washington ha abierto consulado en Nuuk y reforzado la base de Pituffik, un bastión clave para su sistema de alerta misilística . La OTAN, consciente del desafío, ha activado una “cúpula protectora” en defensa del Ártico y coordina la construcción de rompehielos con Canadá y Finlandia .
Pero no todo es rápido o fluido: la flota estadounidense envejece y el país carece de grandes rompehielos nuevos, producto de una década de desindustrialización . Lynn Ferguson, del Pentágono, advierte que las maniobras deben ir acompañadas de una estrategia sólida, tecnológica, responsable y presente ().
Europa, en cambio, mira desde más cerca pero con menos poder. Dinamarca se apresura a reforzar Groenlandia ante la presión estadounidense y el impulso militar ruso-chino (). Noruega, desde su pragmatismo ártico, mantiene canales diplomáticos con Moscú (como la línea semanal de desescalada militar), pero alerta: “el profesionalismo ya no es suficiente”, dicen sus oficiales (). Reino Unido refuerza su flota polar y estrecha vínculos militares con Oslo, no sin cierta ansiedad por el posible choque.
Los riesgos replicados: medio ambiente, economía y soberanía
Este pulso geopolítico no se sostiene sólo en bases y buques de guerra. El fondo es un cóctel de recursos—gas, petróleo, minerales, tierras raras—y una gobernanza inestable. Las reclamaciones territoriales son complejas: bajo la CNUDM, Rusia reclama parte del lecho marino —otros países presentaron objeciones, entre ellos Canadá y Dinamarca()—. El Consejo Ártico, pieza clave de la cooperación multilateral, lleva paralizado desde 2022 por la postura rusa en Ucrania, y esto deja un vacío institucional preocupante ().
Ecológicamente, la situación es alarmante. La acelerada pérdida de hielo no solo amplifica el calentamiento y altera patrones de circulación (vórtice polar, corrientes oceánicas), sino que activa riesgos de permafrost y metano liberado, con consecuencias globales impredecibles . Mientras los gobiernos discuten la hegemonía o la diplomacia, la naturaleza ya da signos de colapso.
Voces recientes que moldean la tribuna
• El vicealmirante de la OTAN Perry advirtió que “Rusia ha aumentado significativamente su presencia militar en el Alto Norte”, y que una eventual pausa en Ucrania no desplazará este foco ártico ().
• Michael Sfraga resumió la situación: “un aumento espectacular de la cooperación militar sino‑rusa… no es una mera pose” .
• Un analista danés: China busca “intereses estratégicos militares a largo plazo… probablemente submarinos bajo el hielo” ().
• Putin declaró en Murmansk que Rusia reforzará su presencia militar y observó con preocupación la construcción de fuerzas OTAN en Finlandia y Suecia .
• Ferguson del Pentágono señaló que el Ártico “ya es un dominio” que Washington debe defender con alianzas y recursos .
¿Guerra fría sin frío?
Este no es un pulso cualquiera. No hay eliminación de bloques, sino intercambio táctico. La amenaza militar está, pero lo más probables son incidentes: colisiones no intencionadas, interferencias electrónicas, caídas en radar, cables submarinos cortados. La estrategia occidental pasa por mantener la vigilancia y reforzar capacidades—pero también por diseñar salidas políticas. Los canales diplomáticos—Noruega con Rusia, renovaciones institucionales del Consejo Ártico—son la válvula de escape posible antes de que un atropello bélico devaste este tablero delicado.
La hora de las decisiones
El Ártico se transforma en una encrucijada de contradicciones: oportunidad económica con alto riesgo ecológico. Donde antes había hielo, ahora transitan misiles hipersónicos, drones submarinos y aviones silenciados. Donde hubo consenso ambiental, ahora hay acuerdos congelados y espionaje internacional bajo la bandera civil.
Reactivar el Consejo Ártico, regular patrullajes de rompehielos, establecer protocolos de comunicación militar y diplomática: esas medidas son tan urgentes como cualquier despliegue. Porque en las latitudes árticas se juegan no solo recursos, sino la integridad del orden internacional que dio tregua a nuestro planeta. Si surgen bases en el hielo, si el hielo sigue retrocediendo, el riesgo de un punto de no retorno crece. Y cuando el Ártico arda por desencuentros humanos, el caos no se limitará a sus aguas frías: nos alcanzará en forma de crisis global.