¿Podemos tenerlo todo sin renunciar a nada?

Por Yago González – CEO de Prestomedia Grupo

La semana pasada discutimos el precio de la defensa, con promesas de gasto que no convencen a todos —ni aquí ni al otro lado del Atlántico—. Y ayer, otro presunto valedor de la palabra dada terminó rindiendo cuentas ante un juez. Al final, tanto en política como en la vida, nos encanta exigir garantías y propósitos nobles… pero sin pagar el peaje que implica sostenerlos.

Vivimos en la era del propósito. Todo lo que hacemos —dicen— debe tener uno. Las empresas lo exhiben en negrita, los perfiles de LinkedIn lo declaman como si fueran manifiestos. Hasta el pan de masa madre viene con storytelling.

Y no lo critico del todo. Es lógico querer algo más que un sueldo. Pero cuando todo tiene que inspirar, emocionar o cambiar el mundo… ¿qué queda para lo que simplemente funciona?

En el fondo, lo que más me preocupa no es esa necesidad de propósito, sino la deriva que hay detrás: una forma de entender la vida que no quiere renunciar a nada. Queremos tiempo libre, pero también carreras meteóricas. Flexibilidad total, pero oficinas con barra de café y ascensos rápidos. Salarios altos, pero sin renunciar a julio completo en la costa. Todo a la vez. Como si el mundo debiera adaptarse a nuestras aspiraciones sin fricciones.

Y no es solo cosa de “los jóvenes”. Ellos lo abanderan, sí, y me incluyo. Tengo 31 años. Y aunque intento mantenerme firme en lo esencial, también me veo a veces atrapado entre la admiración por el esfuerzo y la tentación del “vivir mejor”. De priorizar. De descansar. De parar. pero la sociedad entera va girando hacia ahí. Sin ruido. Sin darse cuenta. Una especie de consenso suave que pone el bienestar por encima del compromiso, la autorrealización por encima del deber, y la satisfacción inmediata por encima del proceso.

¿Y qué pasa entonces con las empresas, las instituciones, los proyectos que requieren constancia y piel? No es una pregunta retórica. Me la hago cada semana. Gestionar equipos, lanzar nuevas líneas, cumplir objetivos… implica moverse entre demandas legítimas y expectativas infinitas. Y no siempre es sencillo.

Porque sí, hay más conciencia del equilibrio personal, y eso es positivo. Pero a veces uno se pregunta si no estaremos estirando demasiado la cuerda. ¿Se puede liderar sin exigir? ¿Se puede crecer sin renunciar? ¿Se puede construir sin sacrificio? Y, más importante aún: ¿sigue siendo el sacrificio un valor respetado… o es ya un vestigio de otra época?

Con el calor apretando y las vacaciones a la vuelta de la esquina, muchos revisamos nuestras prioridades. Quizá el nuevo ideal no sea solo vivir bien sin incomodarse, sino tener éxito sin exponerse, disfrutar sin renunciar… Y no digo que no sea legítimo. Pero si todos queremos lo mismo, sin ceder en nada… ¿quién sostiene el andamiaje?

Al final, lo más revolucionario puede que no sea tener propósito. Sino tener compromiso.

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