La historia se repite, pero rara vez con los mismos ropajes. La actual pugna por la hegemonía global no se libra en trincheras ni en campos de batalla abiertos, sino en los discretos salones de negociación comercial, en las rutas de infraestructura y en las plataformas digitales. El siglo XXI asiste a una “segunda Guerra Fría”, pero esta vez la contienda es económica, y el mundo se fragmenta en bloques comerciales rivales que buscan, más que la aniquilación del otro, su asfixia paulatina.
El nuevo mapa de alianzas comerciales
Si la Guerra Fría del siglo XX giraba en torno al enfrentamiento militar e ideológico entre Washington y Moscú, la actual polarización mundial se traza en tratados de libre comercio, proyectos de conectividad y alianzas económicas que rivalizan por mercados, influencia y recursos estratégicos.
Algunos ejemplos son el Acuerdo Integral y Progresista de Asociación Transpacífico (CPTPP), que reúne a 11 economías de la cuenca del Pacífico en un tratado de estándares comerciales avanzados; el RCEP (Asociación Económica Integral Regional), liderado por China y que representa el mayor tratado comercial del mundo en términos de población y PIB conjunto; o la expansión de los BRICS+, que amplía el grupo de economías emergentes con el objetivo explícito de construir un orden económico alternativo al occidental.
Frente a ello, las potencias tradicionales han reaccionado con iniciativas como el Global Gateway de la Unión Europea, concebido para contrarrestar la influencia del Belt and Road Initiative (la Nueva Ruta de la Seda) impulsada por Pekín. Como señala el analista Parag Khanna, “el mundo ya no gira en torno a imperios políticos, sino a redes económicas en competencia abierta”.
El mercado como nuevo campo de batalla
El auge de estos bloques comerciales no es un fenómeno aislado, sino la expresión estructural de una tendencia más profunda: la transposición de la lógica de la confrontación militar al terreno económico. En palabras de Joseph Nye, arquitecto de la teoría del “poder blando”, “el poder ya no se mide solo en ejércitos o arsenales nucleares, sino en la capacidad de atraer y moldear las decisiones de otros a través de normas, inversiones y tecnología”.
Esta “economización” de la geopolítica responde a varios factores. En primer lugar, los costes sociales y políticos de los conflictos armados han aumentado de forma exponencial en las últimas décadas, volviendo inviable la estrategia tradicional de la fuerza bruta. En segundo término, la interdependencia económica global hace que cualquier ruptura total tenga efectos boomerang devastadores para todas las partes. Y, en tercer lugar, la revolución tecnológica ha abierto nuevas formas de coerción y dominio que no requieren el uso directo de la fuerza.
Así, la guerra de tarifas entre Estados Unidos y China durante la administración Trump no fue un episodio anecdótico, sino la manifestación visible de una estrategia más amplia: la contención del ascenso chino mediante la fragmentación de las cadenas de suministro y la consolidación de bloques económicos alternativos.
La lógica de los bloques: integración y exclusión
Detrás de los grandes acuerdos comerciales se esconde una dinámica de inclusión y exclusión que reproduce, en el terreno económico, las alianzas y antagonismos clásicos de la geopolítica.
El CPTPP, liderado inicialmente por Japón tras la retirada de Estados Unidos, busca no solo consolidar un mercado libre de aranceles, sino también establecer estándares de comercio, propiedad intelectual y medioambiente que de facto marginan a China. De manera simétrica, el RCEP fortalece la posición de Pekín en Asia-Pacífico y ofrece a sus miembros una red alternativa al orden comercial occidental.
En este sentido, el economista Nouriel Roubini advierte que “el mundo camina hacia una globalización fragmentada”, donde distintas esferas de influencia económica coexistirán con grados crecientes de autonomía y rivalidad. Esta tendencia no solo afecta al comercio de bienes, sino también a las inversiones estratégicas en energía, tecnología y logística.
Por su parte, la expansión de los BRICS+, con la incorporación de países como Arabia Saudí, Irán o Egipto, refleja una voluntad explícita de construir un “Sur Global” cohesionado frente a los centros tradicionales de poder en Occidente. No se trata únicamente de coordinar políticas económicas, sino de elaborar una narrativa alternativa sobre el desarrollo, la soberanía y el orden internacional.
La infraestructura como arma geopolítica
Uno de los campos donde esta segunda Guerra Fría económica se juega con mayor intensidad es el de las infraestructuras. La Iniciativa de la Franja y la Ruta de China, con más de 900 proyectos en más de 60 países, ha sido descrita por algunos analistas, como Elizabeth Economy, como “la más ambiciosa estrategia geopolítica de nuestro tiempo”.
Frente a ello, la Unión Europea ha lanzado el Global Gateway, un programa que promete movilizar hasta 300.000 millones de euros en inversiones sostenibles, enfocadas especialmente en África, América Latina y Asia. El objetivo declarado es ofrecer a los países en desarrollo una alternativa a los préstamos chinos, a menudo criticados por su opacidad y condiciones onerosas.
Esta competencia por el control de las rutas comerciales y los nodos logísticos recuerda, en términos estructurales, a las viejas rivalidades imperiales por los estrechos, los canales y los ferrocarriles estratégicos. La diferencia es que hoy las herramientas son memorandos de entendimiento, consorcios bancarios y contratos de ingeniería, no cañoneras ni tratados coloniales.
¿Hacia una bifurcación irreversible?
La pregunta de fondo es si esta fragmentación económica terminará derivando en una bifurcación irreconciliable del orden global. Algunos, como Henry Kissinger, han advertido que el riesgo de un “mundo bipolar” resucita las tensiones que caracterizaron la Guerra Fría clásica, aunque en una dimensión nueva y posiblemente más peligrosa.
Otros, más optimistas, como Kishore Mahbubani, sostienen que la interdependencia es ya demasiado profunda como para permitir una escisión completa, y que la competencia de bloques será intensa, pero contenida dentro de ciertos límites funcionales.
En todo caso, lo que resulta indudable es que la geopolítica de nuestro tiempo se escribe cada vez más en términos de comercio, infraestructura, inversión y tecnología. Como resumía Zbigniew Brzezinski en su obra póstuma, The Grand Chessboard, “el tablero global ha dejado de ser un campo de batalla militar para convertirse en una competición estratégica multidimensional”.
Hoy más que nunca, entender el auge de los bloques comerciales rivales no es una cuestión de economía, sino una clave indispensable para descifrar el futuro del poder mundial.