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Ejército Europeo: ¿ha llegado la hora o es una quimera?

Alberto Suárez Sutil

Máster en seguridad y terrorismo

 

La caída de Afganistán este verano a manos de los talibanes, además de ser la primera gran derrota de la Guerra Global contra el Terrorismo, revivió en la Unión Europea el controvertido debate sobre dotar a esta institución de sus propias capacidades de seguridad y defensa.

 

A primera vista, lo ocurrido en agosto sustenta la necesidad de que la UE se dote de un brazo armado: Estados Unidos -otrora el gran protector de Europa- está orientándose hacia China, su gran rival y pide a Europa que se defienda por sí sola ya que, si es capaz de ser una potencia económica, también lo puede ser en lo militar. Escenarios para tal fin no sobran, como el caso del Sahel. En esta zona, donde la amenaza terrorista ha aumentado, se precisa de una respuesta sólida por parte de la UE que demuestre que es capaz de garantizar su propia seguridad, pues si no, la amenaza terrorista llegará a Europa. Además, en este escenario, la UE tiene la ventaja de ser el actor con músculo político, económico y potencialmente militar para tal fin, algo que, si se consiguiese crear el tan ansiado ejército europeo, muy probablemente demostraría al mundo que la Unión Europea es capaz de gestionar su seguridad por sí sola y por extensión la del mundo1.

 

Para lograr tal fin, tenemos que analizar si dentro de la Unión hay consenso sobre la creación de un Ejército europeo y de las estructuras que facilitarían y coordinarían tal ente. Dos requisitos son que exista consenso comunitario para tal fin (en los países como en los órganos de decisión de la Unión) y que en los medios haya unanimidad de discurso sobre la utilidad del ejército europeo.

 

Respecto al consenso comunitario, los mensajes lanzados tanto por representantes de la UE como por ministros de los Veintisiete son contradictorios. Si bien es cierto que parece que toda la UE se está dando cuenta de que Bruselas necesita una capacidad de reacción militar independiente, no hay consenso sobre cómo se decidiría tal despliegue ni sobre cómo se aportarían las tropas. Ejemplo de este dilema son las palabras de la ministra de Defensa alemana, Annegret Kramp-Karrenbauer que: “propuso explorar la posibilidad de que un eventual despliegue se decida por los Veintisiete, mientras que solo se aportarían tropas a través de una coalición de países voluntarios.2

 

La aportación de tropas de manera voluntaria probablemente creará una desigualdad de contribuciones que seguramente causará resentimiento en las capitales europeas entre aquellos países que aportan más tropas sobre el terreno y dispuestas a combatir y aquellos cuyas tropas no participan en combate o sólo se usan para apoyo logístico. Un ejemplo de este problema lo encontramos en los intentos infructuosos de Francia por europeizar Barkhane. El apoyo europeo se ha limitado al transporte de tropas francesas y suministros, una misión loable pero que hace un flaco favor para demostrar la capacidad de la Unión de defender por sí sola su seguridad. Lo mismo para la Task Force Takuba, compuesta por fuerzas especiales europeas, y que Francia apostaba como muestra de la europeización del conflicto: sólo ocho países europeos han aportado tropas y la mitad son galas3.  Dentro de poco, es muy probable que los mandos militares franceses, ya de por sí cansados por el alto coste en vidas y la fatiga física y psicológica de Barkhane, empiecen a pedir más presencia europea en el terreno, algo que seguramente no será bien recibido en algunas capitales europeas, creando tensiones que muy probablemente minen la voluntad de crear un ejército europeo.

 

Respecto a que los Veintisiete decidan el despliegue de las tropas, si tenemos en cuenta que la Unión carece de consenso sobre su política exterior, que las decisiones que se toman en Bruselas han de ser refrendadas por los órganos legislativos de los países miembros y que existen divisiones dentro de la Unión sobre contra quién se ha de defender, contra Rusia como piden los países Bálticos y Polonia o contra el terrorismo en el Sahel como quieren España y Francia, es improbable que se llegue a un consenso sobre cómo, dónde y cuándo se desplegaría el hipotético ejército europeo. Si no se llega a un acuerdo sobre la política exterior de la Unión, principalmente cómo aunar en una sola bandera la amenaza rusa con la terrorista del Sahel y decidir si se opta por la mayoría cualificada o la unanimidad de los 27 para decidir el despliegue militar, es muy poco probable que el sueño del Ejército europeo se logre, poniendo una vez más en evidencia la irrelevancia de la Unión en política exterior.

 

Sobre la unanimidad de discurso en torno a la necesidad de un ejército europeo, nos encontramos una vez más con divergencias que muy probablemente minen la posibilidad de que Bruselas cuente con su propio brazo armado. Que algunas opiniones sobre el tema sean muy vehementes y controvertidas en contra no contribuye a promocionar la necesidad de un Ejército europeo4.  Si miramos más allá de las opiniones y nos centramos en las entrevistas -especialmente de personalidades comunitarias ligadas a la Seguridad y Defensa y a la Política Exterior de la Unión- observamos que algunas de sus declaraciones probablemente debilitan la posibilidad de que Bruselas tenga un ejército. Sírvan como ejemplos las entrevistas hechas a Josep Borrell -Alto Representante para la Política Exterior de la Unión Europea- y Nathalie Loiseau -presidenta de la subcomisión de Seguridad y Defensa del Parlamento Europeo- en periódicos españoles5.

 

Loiseau clama por una OTAN más sólida, cuando lo lógico sería que pidiese la aceleración de la puesta en marcha del ejército europeo si tenemos en cuenta su cargo en el Parlamento Europeo.  Por su parte, Borrell reconoció que la Unión habría sido incapaz de gestionar la seguridad de la evacuación del aeropuerto de Kabul por sí sola. Estas dos declaraciones son indicativas de que aún queda mucho camino por recorrer para crear un ejército europeo, pero el tiempo para hacerlo es cada vez más corto y los escenarios donde opera la UE, especialmente en el continente africano, muy probablemente requieran que Bruselas despliegue tropas de manera conjunta para evacuar a sus ciudadanos si la situación se degradase. No olvidemos que, a principios de año, la posibilidad de Afganistán cayese en manos de los talibanes era probable a medio y largo plazo. La próxima podría ser Bamako.

 

En conclusión, esa caída de Afganistán a manos de los talibanes en agosto de este año revivió en la Unión Europea el debate sobre la necesidad de un ejército propio. El giro hacia Asia de Estados Unidos, el músculo económico de la Unión y los escenarios donde operan las misiones de la UE, especialmente en el Sahel, ofrecen a Bruselas un potencial único para demostrar su capacidad de defender sus intereses de manera militar. No obstante, tal ambición se enfrentaría a los problemas sobre la desigual aportación de tropas y su uso en combate y la manera de consensuar quién es el enemigo y cómo se decide el despliegue militar, con el ejemplo de Barkhane y la indecisión política siendo sintomáticos de estos problemas. Finalmente la falta de un frente unido mediático sobre la necesidad de que Bruselas se dote de un brazo armado, especialmente si vienen de altas instancias como Josep Borrell, no contribuirá a tal fin, reforzando la imagen de la política de seguridad y defensa de la Unión de mucha retórica pero poco contenido.

 

© Este artículo ha sido publicado originalmente en Atalayar / Todos los derechos reservados

 

 

Alberto Rubio

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