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González Laya: una apuesta equivocada

 

Luis Ayllón

Director de The Diplomat in Spain

 

De entre las opciones que, al formar su Gobierno, tenía Pedro Sánchez para nombrar a un ministro o ministra de Asuntos Exteriores, eligió posiblemente la menos acertada. Dicen que Arancha González Laya iba recomendada por Nadia Calviño, quien apreciaba su labor como experta en comercio internacional, algo que se ha demostrado no es suficiente bagaje para hacerse cargo de la política exterior española. Por lo menos para hacerse cargo de una manera adecuada.

 

González Laya dijo, al llegar al Palacio de Santa Cruz, aquello de “Spain is back”, que no era, desde luego, una expresión original y que tiene un punto bastante fuerte de adanismo, como si todo lo hecho hasta entonces no sirviera para nada. Pero, la ministra tenía razón. España ha vuelto. Sí, ha vuelto. Ha vuelto a ser prácticamente invisible en el concierto internacional.

 

No hay una sola iniciativa en política internacional de la que España haya sido protagonista, más allá de las proclamas propagandistas de la factoría de Iván Redondo.

 

No recuerdo ningún contencioso en el que nuestro país haya tomado la iniciativa a nivel europeo. Siempre esperamos a sumarnos a lo que digan los demás.

 

No se sabe muy bien hacia donde navegamos en nuestras relaciones con una región como Iberoamérica que ha sido siempre nuestra proyección natural y que ahora ni siquiera atendemos desde una secretaría de Estado propia, porque fue subsumida en una de Asuntos Exteriores.

 

Nuestras apuestas por ocupar puestos a nivel multilateral se han saldado, casi siempre, con sonoros fracasos. Y Sánchez espera a la cumbre de la OTAN de dentro de unos días para ver si puede, al menos, saludar a Joe Biden en un pasillo.

 

Eso sí, nos hemos dotado de una Estrategia de Acción Exterior, ampliamente divulgada, y en la que lo verdaderamente importa no es lograr unos objetivos en tal o cual región, consolidarnos como interlocutores en una determinada zona del mundo, reforzar nuestra presencia en ciertos países o contribuir a que los intereses de España sean tenidos en cuenta. Nada de eso. Nuestra gran meta, como “país nodal”, que por lo visto queremos ser, es practicar una “política exterior feminista”, una meta que, por lo difusa, hasta hace añorar la buenista Alianza de Civilizaciones que Zapatero promovía de la mano del ahora denostado turco Recep Tayip Erdogan. Al menos, los dineros invertidos en esa iniciativa han terminado sirviendo para que la dirija el ex ministro Miguel Ángel Moratinos.

 

Es verdad, que muchos de los países de nuestro entorno tienen también entre sus objetivos corregir las discriminaciones que sufren las mujeres y facilitar la igualdad de géneros también en los foros internacionales, pero no hacen de ese loable empeño el gran eje de su política exterior. Buscan cosas más concretas y tangibles.

 

Nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores ha desplegado un celo encomiable en instruir a los diplomáticos en cómo tienen que trabajar para lograr ese objetivo de la política exterior feminista y en cómo desterrar actitudes homófobas. Está bien, pero seguramente en las Embajadas de España agradecerían que se hiciera hincapié en cuál ha de ser la actitud ante los distintos contenciosos que se dan en el mundo y en los que muchas veces hay en juego intereses españoles.

 

No están precisamente contentos con la ministra la mayoría de los diplomáticos, cuyas opiniones no tiene muchas veces en cuenta. González Laya no ha llegado a sintonizar nunca con ellos. No sólo no escuchó, el año pasado, las advertencias que le hacían de que resolviera lo antes posible los traslados del personal, por las dificultades que entrañaba moverse en aquellos momentos, sino que ha mantenido bloqueado, sin ninguna necesidad y durante más de cinco meses, el nombramiento de nuevos embajadores. Una embajada como la India llevan siete meses sin embajador y la del Reino Unido, cuatro, por jubilaciones de los titulares, algo que se sabía con antelación. No son embajadas menores y hace un flaco favor a la imagen de España que estén sin cubrir.

 

Pero no sólo se ha enfrentado con los diplomáticos, sino con el resto del personal del servicio exterior, al no defender la necesidad de que pudieran ser vacunados contra el COVID -porque muchos se encuentran en países en los que es difícil acceder a las vacunas- y al no cumplir sus compromisos de ofrecer un plan de vacunación, como le reprocharon todos los sindicatos.

 

No recuerdo ningún ministro de Asuntos Exteriores que haya tenido la habilidad de enfrentarse, en tan poco tiempo, a la inmensa mayoría de los trabajadores de los que depende el buen funcionamiento del departamento.

 

Y si la gestión a nivel interno quedará -estoy plenamente convencido- en la memoria de los trabajadores, la de puertas afuera deja bastante que desear, aunque, posiblemente, en esto la culpa no sea toda de González Laya, a quien, desde luego, no se puede reprochar que no esté todos los días hablando por videoconferencias con sus colegas del todo el mundo y que no nos lo cuente por Twiter.

 

Porque, sí: la ministra está muy activa en las redes sociales. Le gustan mucho. Mucho más que las ruedas de prensa, que no suele eludir, pero en las que los periodistas hacen preguntas que terminan incomodándola de vez en cuando, como sucedió recientemente a raíz del choque con Marruecos, a cuenta de la acogida al líder del Frente Polisario, Brahim Ghali. Y eso que aún no se había desatado la crisis, con las entradas masivas de inmigrantes a Ceuta. Una de las mayores crisis con Marruecos y en cuyo estallido ha tenido González Laya bastante que ver, entre otras cosas, por no escuchar o ni siquiera pedir consejo a quienes podrían habérselo dado. Ofrecerse a hacerle un favor a Argelia y pensar que Rabat no iba a conocer, casi al instante, la llegada de Ghali a España, denota bastante desconocimiento de cómo funcionan nuestros vecinos del Sur.

 

Posiblemente no sea justo hacer recaer toda la culpa sobre sus espaldas, porque, por encima, tiene un jefe de Gobierno, que es quien finalmente da el visto bueno a la operación, pero, desde luego, el error es mayúsculo y deja muy tocada su posición en el Ejecutivo. A estas alturas, Sánchez es más que consciente de que cometió una equivocación al confiar a González Laya el Ministerio de Asuntos Exteriores.

 

Es cierto que destituir u obligar a dimitir a González Laya en estos momentos no sería una buena decisión, porque Marruecos podría interpretarlo como un triunfo de su estrategia de chantaje hacia España. Pero, en el marco de una remodelación más amplia como la que se avecina para los próximos meses, la titular de Exteriores tiene bastantes papeletas para ser una de las descartadas. Y a nadie le parecerá extraño.

 

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