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Una potencia global llamada India

Pedro González

Periodista

 

Desde el 19 de abril y hasta el 4 de junio, en que se darán a conocer oficialmente los resultados, India celebra en siete fases sucesivas sus elecciones generales, en el que supone el más colosal y costoso esfuerzo económico y logístico para la considerada mayor democracia del mundo.

 

970 millones de electores entregan su voto a lo largo de los 44 días que dura el proceso electoral, para elegir los 543 diputados de la Lok Sabha, la Cámara Baja del Parlamento indio, y consiguientemente al primer ministro del país más populoso y poblado del mundo, en pugna actualmente con China por la supremacía en el continente asiático.

 

Instaurada su democracia casi simultáneamente a su independencia del Imperio británico en 1947, India ha logrado mantenerla incólume pese a lo que algunos observadores califican de distorsiones, como por ejemplo la ventaja de que goza el partido gobernante en la recaudación y reparto de los fondos públicos frente a las demás formaciones políticas. Pero, en esta ocasión, cumplidos ya tres cuartos de siglo de vigencia ininterrumpida del sistema democrático, India aborda los comicios generales convertida ya en una potencia global. A tal consideración ha llegado al cabo de los dos mandatos del primer ministro Narendra Modi, caracterizados por tres rasgos definitorios principales: nacionalismo identificado cada vez más con la mayoritaria religión hinduista, fortísimo crecimiento económico y un acendrado equilibrio en sus relaciones internacionales.

 

Narendra Modi está haciendo saltar en pedazos el viejo cliché de un país fascinante, pero comido por la miseria y los enfrentamientos entre las diversas castas existentes. Que persistan costumbres supuestamente obsoletas y tradiciones no ha impedido al país convertirse, entre otras muchas cosas, en la mayor fábrica de ingenieros informáticos del mundo, que no solo nutren con su talento a las empresas punteras de Estados Unidos o el Reino Unido, sino que también han permitido un colosal avance de las industrias tecnológicas de India, coronadas con hitos como haber situado con éxito un vehículo en la Luna, lo que le ha permitido ingresar en el club de los grandes de la carrera espacial.

 

Al frente del Bharatiya Janata (Partido Popular), Narendra Modi aspira a sus 73 años a un tercer mandato, lo que, en caso de confirmarse, le igualaría al primer jefe de Gobierno que tuvo India, Jawaharlal Nehru. Enfrente tiene a un debilitado Partido del Congreso, liderado por Mallikarjun Kharge y Rahul Gandhi, este último heredero de la saga que dominó el escenario político del país durante cincuenta años.

 

A la vista de las pocas posibilidades que le otorgaban los sondeos, el Partido del Congreso ha concluido alianzas con varios partidos regionales, entre ellos el Congreso Trinamool de toda India y el de la heteróclita Alianza Nacional para el Desarrollo Inclusivo. No parece, sin embargo, que tal conglomerado pueda desbancar a Modi, al que acusan de intentar una fuerte recentralización del país además de querer abolir el secularismo, consagrado en la Constitución, por un nacionalismo hinduista que penaliza a las confesiones minoritarias del país, especialmente la musulmana y la cristiana, que han sufrido persecuciones de diversa intensidad a lo largo del decenio del BJP en el poder.

 

En todo caso, los próximos cinco años serán cruciales tanto para India como para toda Asia. La pugna con China tiene todos los visos de acentuarse, especialmente por el dominio del Himalaya y el control del Índico. El Gobierno de Modi en Nueva Delhi ha conseguido un acercamiento fundamental a Estados Unidos, que a su vez le dispensa un trato preferencial como contrapeso de una China emergida como el adversario planetario de la superpotencia americana. El jefe del Gobierno indio ha sabido también sacar partido de las sanciones internacionales a la Rusia de Putin, al canalizar hacia Europa con pingües márgenes de beneficio el petróleo que los países de la UE no le podían comprar abiertamente a Moscú.

 

Integrada en el núcleo de los BRICS y el G20, cuya última cumbre en la propia India le sirvió a Modi como el mejor escaparate, la India de Modi apuesta también por reforzar la ideología tanto o más que la economía, consciente de que la creciente polarización del mundo dejará poco espacio a las ambigüedades y precisará de fuertes convicciones para movilizarse con o contra quién sea.

 

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Alberto Rubio

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