The Diplomat in Spain

Miguel Ángel Medina

Subdirector de la Cátedra de Estudios Mundiales Antoni de Montserrat de la Universitat Abat Oliba CEU

Hasta cierto punto no es casual que el recrudecimiento del litigio entre Marruecos y el Frente Polisario haya tenido lugar en noviembre de 2020. Los incidentes que se han sucedido a partir del bloqueo del Guerguerat -zona fronteriza del Sáhara con Mauritania- y la escalada de violencia en territorio saharaui coinciden con el 45º aniversario de la Marcha Verde y vuelven a situar al Sáhara Occidental en el punto de mira de la diplomacia euro mediterránea.

La celebración de la próxima cumbre hispano-marroquí (la 12ª desde la instauración en 1993), prevista inicialmente para el mes de diciembre y que ha tenido que aplazarse al mes de febrero, no llega en el mejor momento para las relaciones entre Madrid y Rabat. Si bien dicho encuentro bilateral lleva más de cinco años sin celebrarse, la intensificación de las hostilidades entre Marruecos y el Frente Polisario pone de manifiesto que el Sáhara Occidental sigue siendo una piedra en el zapato para las relaciones hispano-marroquíes. Varias son las derivadas político-diplomáticas a tener en cuenta en el conflicto del Sáhara Occidental, catalogado como el conflicto encallado o congelado.

España sigue sin adoptar una política decidida hacia el Sáhara Occidental, y su papel de antiguo poder colonial y administrador de iure del territorio pivota en torno a cuestiones domésticas y a las diferentes visiones políticas de los sucesivos gobiernos, más que sobre una política exterior estratégica, continuista, asertiva, hacia la antigua colonia. A la tradicional división entre gobiernos populares y socialistas alrededor de la gestión del dossier saharaui, sumamos la irrupción de Podemos en el gobierno español, con lo que el referéndum de autodeterminación vuelve a saltar a la palestra.

Y aquí entran en escena Marruecos y las relaciones hispano-marroquíes. A la tradicional amistad española con el pueblo saharaui se yuxtapone el pragmatismo de las relaciones entre Madrid y Rabat, que pasa por acuerdos de cooperación en numerosos ámbitos, foros empresariales de alto nivel y, no se nos olvide, por el acuerdo de pesca entre la Unión Europea y Marruecos, que abarca la flota pesquera del Sáhara y en el que España jugó un papel fundamental. Marruecos cuenta con una amplia red de aliados diplomáticos, entre los que se encuentran Francia o Estados Unidos, y apostar por cierta equidistancia con España y mantener el status quo es su mejor política. Y más teniendo en cuenta la reciente palmada en la espalda de Estados Unidos al reino alauí, con el reconocimiento tácito de la soberanía de Rabat sobre el Sáhara Occidental (contrapartida de la normalización de las relaciones diplomáticas con Israel).

¿Y qué decir de la República Árabe Saharaui Democrática (RASD)? Las relaciones internacionales se han estatalizado en los últimos sesenta años y, en el caso del Sáhara Occidental, debemos aplicar la lógica de David contra Goliat. La RASD cuenta con alrededor de 80 reconocimientos como Estado a nivel internacional, sin embargo sus relaciones diplomáticas reales están congeladas. El Frente Polisario, tradicionalmente apoyado por Argelia, y por otros aliados de menor calado cuantitativo y cualitativo, debe gestionar un territorio con gran importancia geoestratégica pero sin las herramientas de la estatalidad. El Sáhara Occidental es rico en recursos naturales y posee un banco pesquero mayúsculo, lo que ha provocado que siempre esté en el punto de mira de las negociaciones de Rabat tanto con Madrid como con Bruselas. La estabilidad de este territorio redunda en la seguridad europea, dada su condición de ventana atlántica hacia Europa por su cercanía con las Canarias o su importancia en la gestión de los flujos migratorios procedentes del espacio subsahariano.

Si bien es difícil esbozar cuáles pueden ser las próximas avenidas por las que circulen las relaciones entre Madrid, Rabat y El Aaiún, podemos señalar que ningún actor internacional se decidirá por tomar partido de forma decidida en el conflicto o por incomodar, de una manera o de otra, a Mohamed VI y su gobierno.

Bruselas, París y Washington seguramente apostarán por respetar la integridad territorial del país africano y por encontrar una solución política, negociada, justa y duradera del conflicto, en consonancia con la postura oficial de las Naciones Unidas. Mención especial merecen las relaciones con Estados Unidos, y se deberá analizar cuál es la postura de la Administración Biden sobre la RASD después del movimiento diplomático de Donald Trump en favor de Marruecos.

Argelia y Mauritania, aunque estacionaron tropas en sendas fronteras con la RASD, tienen una agenda doméstica suficientemente cargada y complicada como para enemistarse aún más con su vecino magrebí. Finalmente, Madrid y Rabat tienen su vista puesta en la próxima Reunión de Alto Nivel, en la que seguramente la gestión migratoria, el acuerdo de pesca, las relaciones comerciales o la lucha contra el terrorismo aparecerán señaladas en verde en la agenda del día. La situación del Sáhara Occidental y las relaciones con el Frente Polisario deberán esperar.

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