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Cómo Occidente está apoyando la hegemonía china

Javier Socastro

 

Durante mis años de universidad en Inglaterra, nunca olvidaré una conversación que tuve con un estudiante de Cantón, una región a unos 100 km de Hong Kong, China. Por aquella época muchos de mis amigos eran chinos y hongkoneses, por lo que yo estaba especialmente interesado en el conflicto sobre ese territorio.

 

Le pregunté a este compañero: “No quiero incomodarte, pero ¿tú estás a favor o en contra de que Hong Kong sea un país independiente?” Al estar tan próximas ambas regiones, ingenuamente pensé que recibiría una respuesta algo más empática que la de otros compañeros chinos que nunca antes habían conocido a ningún hongkonés. “Estoy completamente en contra” me respondió sin dudar. Le comenté que, en términos absolutos, Hong Kong apenas supondría un gran beneficio para China, sin desdeñar su importancia económica. De nuevo, sin dudar, dijo: “China tiene que ser el país más fuerte del mundo. Cada centímetro de tierra menos es un centímetro menos de poder, y no vamos a permitirlo”.

 

Vivimos tiempos confusos, recordaba Josep Piqué en una entrevista para The Diplomat, y no puedo estar más de acuerdo. Es más, no solo confusos, sino de una tremenda crisis económica, sanitaria y política. Al menos en occidente. Más allá de la pandemia, el Brexit, las relaciones actuales entre US y Europa, o los movimientos independentistas son todos buenos ejemplos de una profunda disgregación política.

 

Por otro lado, China vive una nueva edad de oro. No es solo económica, también tecnológica, militar, y especialmente política. La defensa de la unidad y la fuerza nacional es la moneda de cambio que se paga por tener más libertad como ciudadano chino. Mucha gente en Europa sabe que el chino de a pie no vive en una democracia. Lo que no muchos europeos saben es que ese mismo chino también es consciente del régimen en el que vive, pero no lo cambiaría por una democracia que arruinase la prosperidad de China, y la de su propio bolsillo.

 

“Dadme un punto de apoyo y moveré el mundo” dijo Arquímedes. En Occidente el punto de apoyo político no es uno, son varios, y además son cambiantes, como la democracia y el libre mercado. En China el punto de apoyo es solo uno y es conservado a través de la fuerza y el patriotismo.

 

Por supuesto, en China, hay mucha población descontenta con el régimen. Pero la queja se ahoga en un alto control de la libertad de opinión, y sobre en todo la prosperidad económica. La clase media China ha crecido de un 2% a casi un 40% en tan solo 14 años (1999-2013).

 

Por el contrario, en las democracias de Occidente el descontento es apoyado y financiado (por ejemplo, por Rusia y China), y el libre mercado es básicamente un escenario de competencia y lucha. En otras palabras, si Arquímedes hubiese pedido un punto de apoyo para mover el mundo a su gusto, seguro que no hubiese elegido a Europa.

 

El futuro es incierto, y la hegemonía tarde o temprano llega a su fin. China se está ganando su puesto en la carrera por el liderazgo mundial, y Occidente, en vez de unificarse, se continúa disgregando en busca de libertades regionales en un mundo global.

 

Si la hegemonía de Occidente acaba en el siglo XXI, como politólogo sabré reconocerle a China su victoria, como así la ha disfrutado Europa durante varios siglos. Sin embargo, me gustaría recordar que la libertad actual en Europa se sostiene en un equilibrio de fuerzas, y que si Europa se rompe ahora, China ganará el territorio que le corresponderá como nuevo líder mundial. La libertad que quede en Europa cuando esto pase será previsiblemente tanta como la que hoy reserva el gobierno chino para sus ciudadanos.

 

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Javier Socastro

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