Una portada de la prensa de la época.
The Diplomat. Madrid
El 27 de septiembre de 1975 se produjeron los últimos fusilamientos en España. El régimen de Franco aplicó aquel día la pena capital a cinco terroristas con delitos de sangre, tres del Frente Revolucionario Antifascista y Patriótico (FRAP) y dos de ETA, en un intento de mostrar firmeza dentro del país, pero las ejecuciones provocaron grandes protestas en el extranjero que desembocaron en la retirada de un número significativo de embajadores acreditados en Madrid.
Fue la última vez que España quedó aislada en política internacional. Desde entonces, varios países han retirado temporalmente sus embajadores en señal de protesta –Marruecos en varias ocasiones durante los gobiernos de Aznar o, más recientemente, Venezuela-, pero siempre de manera individual.
Ya durante los juicios militares de 1975, el primer ministro de Suecia, Olof Palme, se granjeó el cariño de los opositores españoles al salir por las calles de Estocolmo con una hucha pidiendo ayuda para las familias de los condenados. En las horas previas a las ejecuciones, el papa Pablo VI pidió clemencia a Franco, pero no fue correspondido, y cuando en la mañana del 27 de septiembre se produjeron los fusilamientos, el Gobierno mexicano de Luis Echeverría pidió formalmente la expulsión de España de la ONU.
En paralelo, una docena de países occidentales retiraron sus embajadores de Madrid, cuatro del bloque del Este llamaron a sus representantes comerciales y en varias capitales europeas se produjeron incidentes frente a las embajadas y consulados españoles. Los actos más violentos se desarrollaron en Lisboa, donde hacía unos meses había caído la dictadura de Marcelo Caetano gracias a la Revolución de los Claveles. Una multitud de lisboetas entraron en la legación española y quemaron buena parte de los objetos y el mobiliario que había en su interior. Muchas obras de arte fueron pasto de las llamas o se perdieron en el saqueo, aunque hace poco se encontró una de ellas en Madrid.
La respuesta del régimen franquista fue la convocatoria de una manifestación de adhesión en la plaza de Oriente, en la que un debilitado Franco se presentó por última vez en público. En su proclama, advirtió de que «todo lo que en España y Europa se ha armado, obedece a una conspiración masónica-izquierdista, en contubernio con la subversión comunista-terrorista en lo social, que si a nosotros nos honra, a ellos les envilece».