El general Miguel Ricardo de Álava, en el retrato de William Salter.
The Diplomat. Madrid
Hoy se conmemoran los 200 años de la batalla de Waterloo que puso fin a la Revolución francesa y los sueños imperiales de Napoleón Bonaparte. La historia militar y diplomática española ha olvidado a uno de sus héroes de la Guerra de Independencia que jugó un papel determinante en aquella batalla.
Se trata del general Miguel Ricardo de Álava (Vitoria, 1772–Barèges, Francia, 1843), quien desempeñó en varias ocasiones el cargo de embajador español en Inglaterra (dos veces), Francia (dos veces) y los Países Bajos.
Álava ostenta el honor de ser el único oficial español en haber participado en las batallas de Trafalgar y Waterloo, las más importantes de su tiempo. En la primera luchó –y perdió- contra los ingleses del almirante Nelson y en la segunda, en tierras belgas, lo hizo contra los franceses y junto a su amigo sir Arthur Wellesley, el duque de Wellington.
Álava era el embajador de Fernando VII en los Países Bajos, con sede en Bruselas, cuando Napoleón huyó de la isla de Elba y realizó su regreso victorioso a la metrópoli. Por orden del monarca se integró en el Estado Mayor de Wellington en lo que, a la postre, sería la única contribución española a la llamada Séptima Coalición que se formó contra el emperador francés.
Hay multitud de documentación, en su mayoría británica, que señala la presencia de Álava junto a Wellington ya en la noche previa a la batalla (la del 17 al 18 de junio de 1815), así como durante la misma y, cuando todo acabó, cenando solos en la posada Jean de Nivelles de Waterloo, según relata Ildefonso Arenas en su libro ‘Álava en Waterloo’.
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Álava fue embajador en Inglaterra, en Francia y en los Países Bajos
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Posteriormente, este general fue embajador en Francia (1815 y 1835), diputado por Álava (1821), presidente de las Cortes (1822), embajador en el Reino Unido de la Gran Bretaña e Irlanda (1834 y 1838), senador (1834 y 1836), ministro de Marina (1835) y presidente del Consejo de Ministros durante unos días (1835).
Durante la regencia de María Cristina fue embajador en Londres, donde trató de gestionar la intervención de la Cuádruple Alianza de una manera firme y con apoyo económico y militar durante la guerra carlistas en favor de la reina Isabel II. Pero su empeño no fructificó.
Finalmente, y no muy a su gusto, aceptó ser embajador en París, donde presentó un plan para que las tropas cristinas cruzaran a Francia en su lucha contra el carlismo, pudieran reabastecerse en el país vecino e impidieran los suministros que les llegaban a los carlistas. De nuevo en la embajada londinense, regresó a España, ya muy enfermo, en junio de 1843 y falleció al cabo de un mes en uno de sus viajes al sur de Francia para darse baños terapéuticos.