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Los nuevos esclavistas

 

Javier Fernández Arribas

Director de Atalayar entre dos orillas

 

El Mediterráneo se está convirtiendo, a centenares, en una vergonzante fosa común de seres humanos que huyen de las guerras y de las miserias buscando una vida digna y encuentran una muerte peor en las aguas inmisericordes de un mar que no entiende de bondades.

 

Muchas conciencias se han despertado en las últimas horas tras la enésima tragedia conocida, habrá otras muchas anónimas, que se ha cobrado la vida de más de 700 inmigrantes, pocos días después de tragarse otras 400 almas. Y hay que sumar la manera en la que 12 cristianos fueron asesinados por unos fanáticos que les echaron por la borda cuando se pusieron a rezar al Dios cristiano en medio de la desesperación provocada por la amenaza de naufragio de la barcaza  en la que navegaban. Es el colmo del fanatismo inhumano que nada tiene que ver con el islam y los musulmanes.

 

Sin embargo, la situación creada por el conflicto en Siria, en Irak o en Libia tiene muchos responsables que tienen que asumir los compromisos necesarios para solventar el goteo incesante y deleznable de muertes de unas personas que son víctimas de los intereses bastardos de un grupo de terroristas, criminales y narcotraficantes que utilizan a las mafias con total impunidad.

 

Sin duda, los que engañan a los inmigrantes y les roban el dinero al meterles en un cascajo con todas las papeletas para naufragar por las condiciones de hacinamiento y escasa navegabilidad son los principales objetivos de cualquier plan de acción.

 

Pero, quizá, haya una gran responsabilidad entre los que tenían que haber aplicado una política europea común frente a la inmigración y no han querido saber nada dejando a los países del sur, como España e Italia, al albur de los acontecimientos.

 

Europa debe comprometerse con el desarrollo económico y social de los países africanos del Sahel para prevenir esa inmigración, y en el caso que hoy nos ocupa, el avispero libio, debe afrontar el grave error que cometió al intervenir militarmente para derrocar al dictador Gadafi y después no asumir las consecuencias y las necesidades de un país sin estructuras de Estado.

 

Los temores que se cernían sobre las ambiciones de los distintos grupos y tribus libios de controlar el poder para beneficiarse de la explotación del petróleo, con la aparición de grupos terroristas, convierten el problema libio en una amenaza para toda Europa que, además, no puede consentir más tragedias en el Mediterráneo.

 

 

Alberto Rubio

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