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Irak, también mártir arqueológica

 

Francisco J. Carrillo

Diplomático. Vicepresidente de la Academia Europea

 

Los teletipos transmitieron, esta vez, escenas de muertes arqueológicas acompañando a los miles de muertos inocentes que las nuevas modalidades de barbarie, cual Inquisición contemporánea, llevan al exterminio de hombres, mujeres, niños y niñas por el solo hecho de no compartir los fundamentos fundamentalistas. Para el Daesh hay que destruir, aniquilar, hacer desaparecer toda la historia que precedió a su manipulado profeta. Según esta concepción instrumentalizada de uno de los relatos más hermosos de las tres religiones del Libro, la Historia con mayúscula comienza en la Meca y en Medina. Todo lo anterior no existe o no debe existir; es»jahilia», es decir, barbarie pre-histórica. Hay que borrarlo, disolverlo, convertirlo en polvo de arena. Todas las armas son válidas para esa gran demolición.

 

El agudo dolor de una niña que presencia el tiro en la nuca de su madre porque en ese momento lleva un manto rojo; las personas enjauladas cuyo sufrimiento desgarrador culminará en la atrocidad de la muerte por fuego, por cruz o por hacha; los secuestros y las persecuciones sistemáticas para convertir a la población civil -con especial saña contra “los cristianos”- o para concentrarla en las grandes ciudades y en los pozos de petróleo y que así sirvan de “escudos humanos”…

 

¿Qué Estado Mayor de las fuerzas coaligadas contra esta locura exterminadora daría la orden de bombardear ciudades rebosantes de miles, millones, de habitantes inocentes en base a una “información” que indica que en tal núcleo urbano se encuentran los cabecillas de Daesh? Ninguno. Bombardear a una población civil con el argumento de neutralizar a un puñado de terroristas no conllevaría los llamados “efectos colaterales” sino más bien sería parte de un genocidio.

 

Es de vital importancia que el llamado Occidente, tan preocupado hoy por la pérdida de valores comunes, no aporte leña a un fuego cuyas consecuencias serían irreparables. Trivializar la muerte en acciones de guerra, tan dispares y asimétricas, sería algo semejante a un boomerang que terminaría potenciando la violencia en el interior de nuestra propia cultura de extracción judeo-cristiana, que fue capaz de inventar un nuevo decálogo del honor y de la dignidad:  la declaración de los derechos humanos universales, basados en una escala moral de valores que hay que salvaguardar por encima de todo.

 

La victoria de esos valores, en el caso de Irak y Siria, como en Libia, contra todo tipo de terrorismo no se alcanzará solamente con bombardeos. Hay que salvar a las poblaciones civiles. Y me parece que un papel esencial han de jugarlo los servicios de inteligencias, las tropas de a pie, una masiva acción de policía en un cuadro estratégico que integre simultáneamente estas acciones con la formación, la protección de civiles, la reconstrucción y el desarrollo humano para reestructurar estados fallidos. No hay que esperar al final de una guerra para ir implicando a la población civil en la revitalización de su propio destino.

 

Hoy los terroristas del Daesh destruyen todo en el magnífico Museo de Mosul, incluidas piezas únicas asirias. Esto es la parte visible, mediatizada, de todo lo que ya habrán pulverizado. La UNESCO, como ocurrió en guerras anteriores, facilitó al Estado Mayor de la “coalición” las coordenadas de los principales sitios arqueológicos para que fueran evitados por los bombardeos. Esto responde a una Convención internacional de protección de bienes culturales en tiempos de guerra. Aunque a veces no sea muy eficaz, pues los propios terroristas del Daesh son los destructores y no los ejércitos de un estado miembro de la ONU.

 

En el Irak de los martirios, junto al dolor de familiares y víctimas de la guadaña de la muerte, asistimos a la destrucción de su pasado cultural y de sus señas de identidad. El fanatismo del  terrorismo yihadista ignora y oculta aquella frase del profeta Mahoma: «La sabiduría consiste en llegar a la verdad sin pasar por la profecía» («Bokhâri: Kitâtou fadhâïl al sah’âbati»).

 

Este artículo es un resumen del publicado en el Diario Sur de Málaga: «Iraq, también mártir arqueológica»

 

 

Alberto Rubio

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