Pablo Rubio Apiolaza
Doctor en Historia Contemporánea (Universidad Autónoma de Madrid), especialista en historia política latinoamericana y colaborador de la Fundación Alternativas
El triunfo de Donald Trump en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos del pasado cinco de noviembre representa un giro político importante en la historia de ese país, comparable quizás al triunfo de Ronald Reagan en 1980. Si bien Trump durante su primer mandato (2017-2021) reflejó un cambio similar, estas elecciones de 2024 parecieran tener una mayor relevancia, todo lo cual se expresa directamente en el mundo global y en particular sobre el continente latinoamericano.
A nivel institucional, se debe señalar que la victoria de Trump -quien logró 312 votos del Colegio Electoral frente a 226 de la candidata demócrata Kamala Harris-, y del Partido Republicano, se extendió a otros órganos de la política norteamericana. Además de ganar el sufragio popular -lo que no ocurría con un candidato republicano desde el año 2004-, Trump y los republicanos obtuvieron la mayoría en el Senado -53 senadores de 100 escaños totales-, y todo apunta a que alcanzarán la mayor parte de los 435 miembros de la Cámara de Representantes. También tendrán chance para mantener, e incluso profundizar, el control conservador de la Corte Suprema, uno de los organismos más importantes del entramado institucional del país norteamericano.
Por lo tanto, el triunfo de Trump, aparte de reflejar profundas fracturas y la polarización de la sociedad estadounidense, deja de manifiesto la concentración del poder en la figura presidencial -fruto de su gran legitimidad popular-, lo cual conlleva importantes consecuencias. En su calidad de primera potencia mundial, el impacto de las elecciones norteamericanas tiene un impacto evidente, y en ese sentido la situación de Ucrania, Medio Oriente y, principalmente, su relación con el Indo-Pacífico y, en particular, China, serán los escenarios más relevantes de la acción de los Estados Unidos.
Para América Latina, la influencia de Trump sería decisiva en múltiples dimensiones. De acuerdo al analista Brian Winter, “América Latina jugará probablemente un rol más importante bajo Trump 2.0, más que cualquier administración norteamericana en los últimos treinta años”.
Una de las últimas novedades se ha manifestado con el nombramiento del próximo secretario de Estado, Marco Rubio. El actual senador republicano por el estado de Florida sería el primer latino al mando de la política exterior, hijo de inmigrantes cubanos y quien habla un perfecto español. Rubio, como parte integrante del poderoso Committee on Foreign Relations del Senado, ya ha sostenido encuentros con presidentes latinoamericanos del ala conservadora como Javier Milei, de Argentina, y del salvadoreño Nayib Bukele, dejando de manifiesto quiénes serían sus aliados principales a nivel diplomático y geopolítico. Su rol buscará fortalecer los lazos con la región, con el objetivo de contrarrestar la influencia de China en el continente.
Sin embargo, atendidos estos antecedentes generales, América Latina es una realidad mucho más compleja y diversa, donde conviven regiones como Centroamérica y el Caribe, los Andes, el Cono Sur o Brasil. En cada uno de estos territorios, la variable económica, migratoria, la lucha contra el narcotráfico y/o crimen organizado, se expresan de distinta manera. Lo mismo ocurre con los liderazgos presidenciales, donde el gobierno de Trump mantendría relaciones más neutrales con las administraciones del chileno Gabriel Boric y del brasileño Lula da Silva, de notable influencia geopolítica y económica en Suramérica. Al mismo tiempo, se aprecia un endurecimiento de las posturas estadounidenses contrarias a las dictaduras de izquierda de la región, como las de Nicolás Maduro en Venezuela, Miguel Díaz-Canel en Cuba y Daniel Ortega en Nicaragua.
Para los Estados Unidos, y en especial para el presidente Trump, la principal preocupación en el ámbito latinoamericano es México. Con una frontera de 3.000 kilómetros y un comercio entre ambos países que supera los 800.000 millones de dólares anuales, el intercambio comercial pasa por su mejor momento. Cabe señalar que el interés central de los Estados Unidos radica en reducir la influencia económica china en territorio mexicano, lo cual se realizaría a través de la elevación de los aranceles. Según el centro de estudios Capital Economics, un arancel del 10% a los productos importados de México a los Estados Unidos, significa una reducción del 1.5% del PIB del país latinoamericano. Al mismo tiempo, la posición de Trump podría tender hacia la dilatación de la negociación del T-MEC, acuerdo comercial heredero del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), y que en 2026 debería renovar sus términos.
Otro elemento importante es lo relativo a la inmigración y protección de las fronteras. Durante su campaña, Trump ha dicho que su gobierno contrataría a 10.000 nuevos agentes para patrullar la frontera. Esto también se mezcla con la amenaza de deportaciones masivas, que podría afectar a muchos de los once millones de inmigrantes indocumentados que se calcula viven en los Estados Unidos, con todo el impacto humanitario y económico que implicaría. Además, el combate a los carteles de las drogas estará en primera línea por parte de Trump; se dice que la cantidad de fentanilo que cruza la frontera desde México a Estados Unidos se ha multiplicado por diez en los últimos cinco años. Toda esta situación ha generado inquietud en la recientemente asumida presidenta de ese país, Claudia Sheinbaum, quien tendrá en la administración de Trump y en las relaciones con Estados Unidos su principal tema de agenda exterior.
En síntesis, el impacto de la presidencia de Donald Trump en la región latinoamericana, de acuerdo a estos antecedentes, será plenamente perceptible. A nivel económico y comercial, la postura proteccionista y aislacionista, se concretará con el aumento de aranceles y tarifas, lo cual podría impactar en el aumento del dólar y generar presiones inflacionarias. En el nivel geopolítico, Estados Unidos, en su “guerra comercial” con China, intentará convencer a los distintos gobiernos de la región de las virtudes de la alianza económica y comercial con ellos. Se trata, en definitiva, de volver a la vinculación -no solo económica- que caracterizó a Estados Unidos con América Latina desde en el siglo XX, que definió gran parte de su desarrollo político, económico y cultural.
Finalmente, y a nivel político, la elección de Donald Trump genera incertidumbres e interrogantes sobre la naturaleza y funcionamiento del régimen democrático en la región, que podría expresarse en el fortalecimiento de nuevos liderazgos políticos, y eventualmente afectar el combate a los problemas estructurales que experimenta la región como la inflación y aumento del costo de la vida, el crimen organizado y el narcotráfico, los fenómenos migratorios, la inseguridad y las profundas desigualdades.