Se ha ido un torbellino de la política y el periodismo, una mujer que dejó una huella indeleble en la historia reciente de España y Cataluña. Anna Balletbò Puig (1943-2025), periodista, política y abogada, no era de las que pasaban desapercibida. Era, en sí misma, un estruendo, una fuerza de la naturaleza cuya energía solo era comparable a la claridad de sus convicciones.
La conocí, de manera memorable, en el primer Foro La Toja. Recuerdo su llegada: un auténtico huracán que irrumpió en el comedor, apenas con el tiempo justo para alcanzar la inauguración real de aquella primera edición. Desde ese instante, nació una amistad entrañable, profunda, de esas que el tiempo no hace más que afianzar.
Anna representaba lo que me gusta llamar la «izquierda frecuentable», una figura transparente, absolutamente comprometida e implicada con sus ideales.
Al repasar su currículum, se comprende que su vida no fue solo una trayectoria individual, sino un capítulo fundamental en la historia de la democracia española. Desde 1979 hasta el 2000, su escaño en el Congreso de los Diputados por el Partido de los Socialistas de Cataluña fue un faro de compromiso. Su geografía personal era global, pero sus iniciativas reflejaban una Cataluña compleja: con denominación de origen, española y universal. Una Cataluña inspirada por el espíritu de la monarquía parlamentaria, aquella que tanto admiraba en la figura de Olof Palme, cuya Fundación Internacional presidía desde 2002.
Anna era estruendosa, sí, pero no en un sentido vacuo. Era un torbellino de verbo y acción, con un sentido del humor tan estridente como sus carcajadas, que llenaban cualquier espacio. Era de esas pocas personas que te exigían una escucha activa, pues lo difícil con ella era conseguir el uso de la palabra; su caudal de ideas y pasión era inagotable. Sin embargo, cuando lograbas conversar en ese diálogo intenso, lo que emergía era puro corazón, pura proximidad. En su teléfono, y en su voluntad de ayuda y participación, estábamos todos: a escala nacional e internacional. Pocas personas tan predispuestas y tan cercanas en el panorama público.
La emoción de escribir estas líneas se produce tras la llamada de Jordi Alberich, un amigo común, un ser cunqueiruano y excepcional que también compartía esa amistad con Anna.
Anna Balletbò fue un huracán necesario. Un huracán de conciencia que, aunque nos deja con el estruendo del silencio, perdura en el eco de su compromiso.
Alberto Barciela
Periodista
