El arte de hacer mal las cosas

Por Yago González, CEO de Prestomedia Grupo

Pasaron los Sanfermines, huele a salitre en las ferias del norte y ya suenan clarines en Santander. Julio avanza, y con él ese ritmo raro en el que media España desconecta… y la otra finge seguir en marcha. Desde la andanada, uno lo observa con cierto escepticismo estival: hace calor, hay toros… pero algo falla en el pase natural del país.

Y no hablo de política, aunque dé para faena, sino de lo cotidiano. De esa creciente sensación de que las cosas ya no funcionan como deberían. O como solían. Antes contratabas un servicio, hacías una gestión o comprabas un billete… y lo normal era que todo saliera bien. Ahora, lo raro es que algo no falle.

Y lo más inquietante no es el fallo, sino la indiferencia. El cliente ya no protesta. Suspira, reinicia y asume que la ineficiencia es parte del pack. Hemos normalizado el “mal servicio” como quien se acostumbra a un pitón astillado: incómodo, pero asumido.

Y esta dejadez no es solo culpa del sistema. También del cliente. De nosotros. Que ya no exigimos, no reclamamos. Aceptamos lo malo, con la esperanza de que, al menos esta vez, no sea peor.

Pero lo verdaderamente preocupante es lo que ocurre al otro lado.

Cada vez veo más empresas, y empresarios, atrapados en la inercia. No hay liderazgo, hay supervivencia. No hay ambición, hay contabilidad. Se gestionan cadáveres empresariales sin alma, sin norte y, muchas veces, sin ganas. Y lo digo con 31 años, desde dentro, no desde la nostalgia. Dirigir hoy implica equilibrar presupuesto y propósito, resultados y realidad. No es fácil. Pero rendirse tampoco debería ser opción.

Y sin embargo, rendirse se ha vuelto tendencia. Eso sí, con relato. Nos sobra discurso: hablamos de innovación, transformación, sostenibilidad. Hacemos presentaciones brillantes para justificar por qué las cosas no salen. Ponemos frases redondas en la web mientras los clientes se desesperan al teléfono.

Hemos perfeccionado el arte de hacer mal las cosas… sin que parezca un desastre.

Y en esta época, lo verdaderamente revolucionario no es lanzar la próxima tendencia. Es hacer bien lo básico. Resolver rápido. Responder con criterio. Cumplir lo prometido. Ser serios. Palabra vieja, sí… pero imprescindible.

En los toros, cuando un toro embiste de verdad, la plaza se entrega. Da igual la hora, el cartel o el calor. Porque lo auténtico, lo bien hecho, aún emociona. En la empresa también: cuando algo funciona como debe, se nota. Se valora. Se agradece.

Hay algo profundamente elegante en hacer bien las cosas. Y algo profundamente peligroso en acostumbrarse a lo contrario. Porque cuando lo mediocre se convierte en norma, lo excelente pasa a ser una rareza.

Quizá por eso ya nadie se sorprende cuando todo va mal. Lo sorprendente, ahora, es que algo funcione. Y eso, reconozcámoslo, es el arte de hacer mal las cosas.

Tal vez no podamos cambiarlo todo, pero sí podemos empezar por lo nuestro. Porque si no lo hacemos nosotros… ¿quién lo hará?

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