El 25 de septiembre, el presidente Vladimir Putin anunció un nuevo plan para la política de Rusia en lo relativo al uso de armas nucleares. Advirtió de la predisposición de su país para responder, sin miramientos y con prontitud, a cualquier ensayo por mermar la soberanía de su pueblo. No es la primera vez que el líder ruso mueve ficha con intenciones conminatorias, en este ajedrez nuclear que se juega, casi siempre, enrocado y protegido tras la fila de peones. Tratando de maniatara a la OTAN se ha planteado la posibilidad de iniciar una verdadera guerra atómica, mas tras las alertas, hay un complejo encaje de bolillos que aminora las capacidades que Putin pregona.
¿HASTA DÓNDE PUEDE LLEGAR PUTIN y DESDE DÓNDE?
Realmente, por lo que a él respecta, parece que puede llegar hasta el infinito –y más allá–, hasta el infinito que su imaginación albergue y que su temperamento le permita. Sin embargo, supongo que es consciente de las imbricaciones que contiene un acto tal al de la acometida del ataque a base de armas no convencionales. Cualquier uso nuclear provocaría una gran indignación internacional, parte de la cual Putin podría sentirse capaz de ignorar, pero no en el caso de que proviniera de Estados amigos como India o China. Además, lo que no ha quedado claro, a pesar de sus múltiples apariciones, es el desde dónde. ¿Qué debe suceder para que Putin de rienda suelta a todo el poder armamentístico del los antiguos Sóviets? Es difícil interpretar hasta qué punto sería suficiente que EEUU y Europa permitiesen a Ucrania agredir, con sus armas y ya no de manera superficial, el territorio ruso. Aunque se sugiere como un pretexto de escalabilidad idóneo para los intereses de Putin.
No obstante, una mirada analítica y honesta, fuera de los amarillismos que acompañan a este género de noticias, indica que los intereses de Putin ya están satisfaciéndose y más lo harán mientras se mantengan a la sombra de su amenaza nuclear. Y es que la situación ya ha escalado y lo hace a la cadencia que Rusia impone. Desde la pretensión de invadir a gran escala territorios contiguos, hasta la ordenanza de anexión de territorios soberanos, los ataques a la infraestructura energética o el bombardeo de áreas civiles. Más allá, al lado oeste, occidental de la vieja Europa, Rusia amedrenta y castiga al vecindario con bloqueos del suministro de energía, campañas de sabotaje y subversión… en definitiva, provocando las mayores problemáticas vistas alrededor del mundo desde hace ya tiempo. No sólo por la provocación –de las más pueriles, por cierto–, sino de manera mucho más inteligente, con la conciencia de que Europa queda contra las cuerdas, perdiendo el centro del tablero y teniendo que sacrificar a sus alfiles incómodamente.
Lo único bueno de esto –o lo menos malo– es la presunta sensación de control que debería tener Putin. Entendiendo que comprende y conoce el hecho de que la opción de entrar en una guerra atómica no es sólo la más peligrosa, sino también una de las menos eficaces para él. En la situación en la que se encuentra la guerra no sería beneficiosa ni económicamente, ni para su posición. La actitud de púgil que toma Rusia, bien puede aguardarle un futuro tan negro como al resto de Europa, en lo que es una opción completamente nociva para cualquiera que se encuentre cerca del globo terráqueo. Ni ellos ni nosotros, estamos capacitados para salir indemnes –no sé hasta que punto siquiera salir– de una destrucción tan atroz y colosal.
Para decirlo, solo hay que hacerse el loco, para hacerlo habría que estarlo verdaderamente, cosa más complicada y trabajosa. Todo depende del grado o la cantidad de trastornos que porte este excéntrico presidente.
Y ENTONCES ¿EUROPA?
Parece evidente que Europa es uno de los personajes, aunque sea secundarios, con más que decir a este respecto. Por estar parcialmente implicado territorialmente y por la influencia de la guerra en su operatividad industrial, logística, diplomática… y un sinfín de consecuencias que lo alcanzan, por ahora, asintóticamente. Sin embargo, si bien su posición parece clara, le está costando entrar en la senda de la acción. Hace tiempo quedó claro que la neutralidad no era una opción, siendo una de las más oscuras perspectivas desde la cual presenciar este brutal abuso por parte de un adulto a un muchacho, véase de Rusia a Ucrania (recojo esta analogía de Slavoj Zizek): la inacción y la neutralidad son, en este caso, tan tremendas como las de quien presencia un abuso de un adulto a un niño. Inaceptables e impensables para un espacio común de moralidad.
Así es que, de un modo o de otro las cosas tienen que acabar y Europa ha de tomar partida. Aunque ¿está Europa capacitada para contraatacar? La guerra ya ha evidenciado las limitaciones de las políticas de industria armamentística europeas. La Comisión ha dado los pequeños pasos que le han permitido los Estados miembros dentro de sus competencias industriales del Mercado Único para dinamizar, financiar y racionalizar la EDTIB. No obstante, esta carece de capacidad para imponer sus prioridades y programas a los Estados. Y, más allá de las propuestas o los incrementos presupuestarios, la Unión tiene graves problemas de operatividad a la hora de abordar estas conflictos. La heterogeneidad de intereses del manto político que abriga a las instituciones es la misma por la cual los procesos acaban por ser lentos, casi hasta el estancamiento y que probablemente de ventaja a países como India, China o Rusia. Verticales y autócratas, pueden ejercer su voluntad a pleno derecho y de hecho, así lo hacen.