Eduardo González
Aparte de narrador, ensayista, cronista, pensador, maestro del Modernismo y crítico cultural, Rubén Darío fue diplomático. Entre finales de 1907 y principios de 1909, el Príncipe de las letras castellanas ocupó el cargo de embajador de Nicaragua en España.
Su puesta de largo diplomática le llegó en junio de 1892, con apenas 25 años de edad, cuando el poeta recibió el encargo del presidente de su país, Roberto Sacasa, de formar parte de la Comisión que habría de representar en Madrid a Nicaragua en las celebraciones del Cuarto Centenario del Descubrimiento de América.
Aquel viaje a España le dio a Rubén Darío la oportunidad de leer en el Ateneo de Madrid su poema A Colón y de conocer personalmente a Marcelino Menéndez y Pelayo, Emilio Castelar, Ramón María del Valle-Inclán, Emilia Pardo Bazán, Ramón de Campoamor y Juan Valera (también escritor y diplomático).
Rubén Darío regresó a Madrid en 1905, cuando el Gobierno de Managua le encomendó la misión de representar a su país en las negociaciones con Honduras para fijar los límites fronterizos, en las que el rey Alfonso XIII había aceptado ejercer de mediador.
El gran momento llegó en 1907. Ese año, el poeta regresó a Nicaragua, después de 15 años de ausencia, con el propósito (entre otros) de conseguir su nombramiento como embajador en España. Pese a las reticencias iniciales del presidente, el general José Santos Zelaya, que recelaba del poeta por su afición al alcohol, Darío fue finalmente elegido en diciembre de ese mismo año.
No obstante, Darío hubo de esperar hasta junio de 1908 para presentar sus cartas credenciales ante Alfonso XIII. «Aquella pompa, aquella ceremonia, aquel joven descendiente de los más gloriosos Reyes, fueron, por unos instantes, la Historia», escribió posteriormente sobre la ceremonia.
La anécdota del día fue que Rubén Darío se vio obligado a presentar sus credenciales con un uniforme que le había prestado el embajador de Colombia porque no había llegado a tiempo el que había encargado en París.
Darío aprovechó también la ocasión para intentar cambiar el Laudo del monarca español sobre el acuerdo fronterizo entre Nicaragua y Honduras. Pero no hubo manera, tal como refleja la contundente carta enviada al presidente Zelaya: “La palabra del rey la consideran, sino infalible como la del Papa, por lo menos irrevocable”.
En noviembre de 1908, en otra carta a José Madriz (elegido presidente sólo un año más tarde), Rubén Darío se quejaba de sus apuros económicos: “Al enviarme, allá no sé lo que pensaron, llegué a Madrid sin los fondos necesarios, ni aún para los simples gastos de recepción. Fíjate que en todo esto no se trata de mí, sino del representante de Nicaragua”.
Rubén Darío concluyó su mandato como embajador en España en febrero de 1909. El poeta falleció el 6 de febrero de 1916, con sólo 49 años de edad y gravemente lastrado por el alcoholismo, en la ciudad nicaragüense de León, en cuya catedral reposan sus restos.
En enero del pasado año, el entonces embajador de Nicaragua en España, Carlos Midence (quien compartió con Rubén Darío su doble condición de poeta y embajador), rindió homenaje al Padre del Modernismo, con motivo del 150 aniversario de su nacimiento, en la glorieta madrileña que lleva su nombre.