Jesús González Mateos
Periodista / Presidente de EditoRed
En septiembre se inicia el último curso político de la legislatura europea 2019-2024. En junio votaremos el nuevo Parlamento Europeo, pero por delante quedan ocho meses de enorme intensidad que, salvo sorpresa de que se alcance una paz, seguirán marcados por la guerra en Ucrania. En todo caso, los dosieres pendientes de aprobación antes de los comicios europeos son muchos y de gran importancia. La reforma de las reglas fiscales, es decir, el control presupuestario y de gasto en los países miembros, especialmente en las economías del euro, va a ser uno de los grandes caballos de batalla entre los 27. Quedan aún paquetes legislativos muy relevantes del Pacto Verde para la lucha contra el cambio climático. Se tiene que reformar, sí o sí, el mercado eléctrico europeo para sentar las bases de la sostenibilidad energética de la UE. Y, por supuesto, no deberíamos volver a fracasar en la consecución de una ley de asilo y migración, si tenemos la más mínima dignidad para parar la tragedia de seres humanos en nuestras fronteras.
La unidad junto a Ucrania
No cabe duda que la guerra en Ucrania se adentra en un proceso de enquistamiento sin que haya vencedores, ni vencidos. Así las cosas, la cuestión más trascendente en esta recta final de legislatura será si los 27 siguen unidos como hasta ahora en el apoyo incondicional, económico y militar, al gobierno de Zelensky. El conflicto está produciendo efectos graves en muchas economías de la Unión y empiezan a cuestionarse en algunas capitales europeas el sentido de esta guerra y la necesidad de una paz negociada. Una de las consecuencias principales del conflicto son los problemas de precio y abastecimiento energético de la UE, en el que será el segundo invierno de la contienda. De ahí que uno de los dosieres básicos a aprobar es la reforma del mercado eléctrico europeo. También fruto de la invasión de Putin, la UE ha cambiado sus prioridades geopolíticas y ha girado su mirada a América Latina, donde el acuerdo con Mercosur, pese a las dificultades que subsisten desde hace década para su firma, será un logro a perseguir.
Las nuevas reglas fiscales
La situación económica que atraviesan los principales Estados miembros es cercana a la recesión o cuanto menos el estancamiento. Se mantienen tasas muy bajas de crecimiento y, pese a que poco a poco la inflación empieza a contenerse, está siendo en base de la subida paulatina de tipos de interés, lo que en conjunto está produciendo la pérdida de poder adquisitivo de las clases medias europeas. Así las cosas, está pendiente para este otoño la fijación de las nuevas reglas fiscales en los presupuestos de los países. Lo normal es que en cuatro o excepcionalmente en siete años, volvamos a tener la obligación de tener un déficit público por debajo del 3% y una deuda menor al 60% del PIB, algo que ahora parece imposible de cumplir y que obligará a fuertes recortes en inversión y gasto público. Y, además, habrá que consensuar si esas reglas se aplican como hasta ahora con café para todos o de manera personalizada teniendo en cuenta la situación de cada país, como propone la Comisión Europea.
El pacto de asilo y migración
Pero, sin lugar a dudas, el tema de fondo más importante que se va a discutir en la UE estos próximos meses es el de la migración. Europa envejece y demográficamente es cada vez más irrelevante en el mundo, pero paradójicamente no es capaz de establecer una política de recepción de migrantes en nuestro territorio. Además, nos definimos como la gran reserva mundial del respeto de los derechos humanos y las libertades, mientras se acumulan cadáveres de seres indefensos en nuestros mares y fronteras por tierra. Esa absoluta incoherencia lleva décadas socavando los pilares y principios de nuestras democracias. Tanto que es uno de los argumentos principales de las formaciones políticas ultranacionalistas para criticar a la UE. Una sociedad europea cada vez más a la defensiva, cada vez menos dispuesta a hacer sacrificios y a ser solidaria con los que huyen del drama del hambre o de una guerra, es una comunidad en peligro de descomposición. Si no somos capaces de afrontar con valentía el futuro, Europa será ese museo de viejas reliquias culturales en que querrían convertirnos todos nuestros enemigos, que sí desprecian la democracia.