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Sánchez en China: largo viaje a la autonomía estratégica

Vicente Palacio

Director de Política Exterior, Fundación Alternativas

 

¿Se hace estrategia al volar? La proverbial “cintura política” del presidente español en el ámbito nacional – forjando alianzas imposibles para obtener victorias de último minuto – se pone a prueba en la visita a China. Está por ver cómo Sánchez conjuga Armas y Paz, Otanismo y Europeísmo, Davos y anti-Davos (el Foro Económico de Boao), Democracias y Autocracias. El Ying y el Yang de la política.

 

Antes de la pandemia, hubiera tenido mucho sentido volar a China estrictamente en términos bilaterales para revertir el déficit comercial, lograr ventajas para consultoras, turismo, invertir en hidroeléctricas, o renovables. Todo eso es necesario. Pero ahora no cabe lugar para las miras cortas, o para la nostalgia de cincuenta años de relaciones diplomáticas. La geopolítica, las nuevas reglas y las alianzas, del medioambiente a la tecnología, marcan cada movimiento. Todo ocurre bajo una inmensa presión del establishment político de Washington por castigar y aislar a China. Biden y muchos halcones europeos observan atentos.

 

En ese avión, el Gobierno español lleva consigo dos ideas aparentemente contradictorias. La primera es de una China “rival sistémico” (un infortunado préstamo de EEUU que hizo suyo la Comisión Europea y el Servicio Exterior). Más ahora que la mano de Xi Jin Ping aún guarda el calor del apretón de manos con Putin. La segunda idea es la que el propio presidente Sánchez ha situado como centro de la Presidencia española de la UE este año: avanzar en la llamada “autonomía estratégica abierta” europea. Lo cual, traducido al chino mandarín, tiene que significar la ampliación de nuestras alianzas y más multilateralismo – a pesar de los malos vientos de una nueva guerra fría – en un orden mundial que tiende a la multipolaridad y al Pacífico. ¿Cómo combinar ambas de manera óptima?

 

La cuestión de fondo que dejará este viaje es si va a suponer alguna ganancia en términos estratégicos. No sabemos cómo se desarrollará exactamente la relación de China y Rusia tras la guerra de Ucrania. Posiblemente la China de Xi vaya convirtiendo a Rusia en un socio menor, un “protectorado” que le proporcione energía barata, un soporte en las transacciones financieras y comerciales, y un tapón securitario frente a la OTAN y EEUU. Lo único que sabemos es que Europa puede y debe concentrarse en construir sus propias capacidades.

 

Por eso el presidente Sánchez acierta en proponer para la UE una autonomía “abierta” – frente a una versión más “cerrada” a 27 de Macron. Ahora bien, por “abierta” no podemos referirnos solo a la cooperación con EEUU, Reino Unido o Australia en defensa, tecnología, energía, alimentos o salud. Tiene que decir:  abierta también a China.

 

En la nueva China de Xi, todo es política. Por eso, nuestras empresas pueden aspirar a ganar presencia si se adopta un correcto enfoque estratégico respecto a Beijing. La iniciación no es tan difícil: con respeto y paciencia. Las formas son el fondo. A partir de ahí, todo está abierto.

 

La cautela es obligada: la incertidumbre respecto a Ucrania o Taiwan no deja mucho espacio para improvisaciones. Nuestra condición sobrevenida de súper-miembro OTAN estrecha el margen. Pero eso no debería impedirnos movernos como España en una órbita relativamente autónoma respecto a bálticos, nórdicos o polacos. En una Europa que pretende a su vez moverse de manera autónoma respecto a Estados Unidos, que por desgracia a veces puntualmente se convierte en un aliado tóxico.

 

Este viaje tiene que acelerar un Plan B. En el periodo crítico que abarca la segunda mitad de este año, podría empezar a abrirse un marco para la negociación, donde China y Europa pueden hacer de facilitadores. La fatiga militar, económica y social van a hacer mella. Incluso el propio Zelensky amaga con subirse ya a este tren en marcha, para evitar una destrucción inútil del país y una guerra de treinta años. El presidente Sánchez, y con él España y Europa,  tienen la opción –  en un momento de vacío de liderazgo europeo – de visibilizar los primeros contactos serios para la paz. La otra opción es instalarse en el más de lo mismo y arriesgarse a una deriva incontrolable de la guerra. Felizmente, la paz vende bien: en un año electoral tan difícil como este, la opinión pública le seguiría siempre.

 

China y España comparten dos cosas. Una, que la guerra se encauce diplomáticamente lo antes posible, de la manera más equilibrada. Nuestra ancla fundamental  común tiene que ser la integridad territorial y la soberanía. Ese es precisamente el primer punto del documento chino sobre Ucrania, que no es un plan de paz, ni un punto de llegada, sino un posicionamiento de partida. Es el principio básico de no-injerencia exterior recogido en la propia Constitución china. La segunda es evitar que una “mentalidad de guerra fría” se materialice – algo que podría enajenar nuestras relaciones con latinoamericanos y africanos, y dejaría encajonada a Europa en el nuevo orden internacional.

 

España puede imprimir su sello, su visión geopolítica propia en Europa. Pero para eso es preciso plantear una relación constructiva con China, resistiendo las presiones externas (y domésticas: ¿el PP calificará también de autócrata a Xi? ). Apostar por los intercambios y por el turismo chino (superando el millón de visitantes anuales a nuestro país) o la expansión de la lengua española, cobran inevitablemente una dimensión mayor, en cierto modo civilizadora. Supone también apartarse de un decoupling rígido entre Occidente y Oriente que se alimenta de ideología barata; de una confrontación pre-fabricada entre el bien y el mal, entre Democracias y Autocracias, bajo el estruendo de agoreros y de ciertos lobbies de la guerra. A veces, en política internacional, también hay que arriesgar.

 

Europa va a hablar de autonomía estratégica abierta en una cumbre en Granada el próximo mes de octubre. Para entonces, el gobierno español podría recuperar de este viaje algunos souvenirs.

 

El primero es que España y Europa tienen que re-posicionarse estratégicamente y elaborar un Plan B para la post-guerra de Ucrania donde China tenga un rol constructivo.

 

También, del Foro asiático de Boao, España podría impulsar retomar el acuerdo de Inversiones UE-China – bloqueado desde hace dos años – esta vez desde una nueva óptica. Con Beijing hay margen para plantear un comercio de mayor valor añadido, en nuevos sectores, y nuevas reglas. China ya no es la fábrica del mundo. En paralelo, hay que superar las presiones de EEUU  y contrarrestar la Ley de Reducción de la Inflación de Biden.

 

Otro aspecto tiene que ver con incorporar a China y Asia en la ecuación del desarrollo global y las cadenas de valor. Por supuesto, ambos europeos y chinos tienen que hacer muchos ajustes: en promesas incumplidas, en deuda, o sostenibilidad ambiental. Pero no tiene sentido competir por el bienestar de otros, enfrentando el proyecto europeo del Global Gateway contra la Franja y la Ruta o la Iniciativa para la Seguridad Global promovida por China. Especialmente en América Latina: abordar la deuda, las infraestructuras, o las brechas digitales nos interesa a todos. Hay que trabajar un lenguaje común para hacer realidad los objetivos de la Agenda 2030.

 

Es mejor hablar.

 

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Alberto Rubio

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