Pedro González
Periodista
Sabido es que la última conflagración que libró la humanidad no fue mundial hasta el ataque japonés a la base de Pearl Harbor y la consiguiente entrada en el conflicto de Estados Unidos. Mutatis mutandis, la actual guerra en Ucrania, aun afectando directamente a toda Europa e indirectamente a todo el mundo, no es todavía una guerra mundial. Lo será en cuanto estalle el inevitable pulso de poder entre Estados Unidos, hasta ahora la superpotencia dominante, y China, la emergente que ya ha empezado a discutirle la supremacía.
A la vista del escenario geopolítico planetario, el punto de ignición más probable del estallido es Taiwán, en el que se producirá la detonación que marcará el principio de los muchos conflictos regionales y locales que se ventilarán en cascada al amparo de esa guerra total generalizada. Para librarla, China no sólo ha de estar convencida de la justicia de su reivindicación sobre la isla sino también de que puede vencer a Estados Unidos, que en Taiwán se juega su credibilidad como gran superpotencia. No basta para ello con serlo sino que los demás, o sea el resto del mundo, lo perciba como tal. Todos los imperios o supremacías que en el mundo han sido empezaron a dejar de serlo cuando los países o potencias vecinas dudaron de que el poder hegemónico tuviera la capacidad de ejercerlo.
China lleva ya mucho tiempo tratando de desplazar a Estados Unidos del espacio marítimo de Asia, en el que se ha conformado como el poder dominante, garante por lo tanto de la fluidez del comercio y de las comunicaciones en el Océano Pacífico y entre éste y el Índico. Las últimas acciones de Pekín al respecto han sido el Foro de las Islas del Pacífico, de una parte, y de otra la meteórica aceleración de su rearme terrestre, espacial y naval, al tiempo que aumentaba la presión sobre Taiwán, a la que ya urge de manera perentoria a que se reunifique con Pekín.
A pesar de las proclamas de pacifismo, lo cierto es que China, tanto en su lenguaje como en sus acciones, está enseñando cada vez más una cara mucho más agresiva. Fue Mao Zedong el que preconizó lo que él mismo llamó “estrategia de disuasión ofensiva”, o sea alcanzar los objetivos geopolíticos mediante la cooperación y un diálogo en el que se sobreentendiera sin muchos aspavientos que oponerse tendría un alto precio. En consecuencia, la primera meta de Pekín es el total dominio sobre el Mar de China Oriental, en donde se disputa con Japón la soberanía de las Islas Senkaku. La segunda es convertir el Mar de China Meridional en un lago interior, para lo que ya ha construido islas artificiales y bases militares en territorios en disputa, sobre todo con Vietnam y Filipinas. Al mismo tiempo la denominada Visión para un Desarrollo Común, con que el ministro de Asuntos Exteriores Wang Yi calificó la operación diplomática en torno a las diez islas-estado del Foro del Pacífico, tiene como indisimulado objetivo sustraerlas de la influencia occidental.
Contraofensiva diplomática y de prevención militar
Todo ello ha precipitado una contraofensiva que de momento se queda en gestos diplomáticos y de prevención militar, ya sea el Diálogo de Seguridad Cuadrilateral (QUAD), entre Estados Unidos, Japón, India y Australia, para “garantizar un Indo-Pacífico libre y abierto”, el Pacto AUKUS (Australia, Reino Unido y Estados Unidos, o la controvertida visita a Taipéi de la presidente de la Cámara de Representantes norteamericana, Nancy Pelosi, a la que se pretende culpar de romper el statu quo de la región.
En realidad, pese a la supuesta contrariedad de la Casa Blanca, Pelosi no ha hecho sino rubricar con su presencia la proclama del presidente Joe Biden de que defenderá, incluso militarmente, a Taiwán. Ese adverbio es palabra mayor, con un destinatario claro que no es otro que China, es decir su homólogo, el presidente Xi Jinping. Que éste y su flamante Libro Blanco, titulado pomposamente como La Cuestión de Taiwán y la Reunificación de China en la Nueva Era, alternen la zanahoria y el palo, no convencen a los afectados. Tanto la presidente taiwanesa, Tsai Ing-wen, como sus fuerzas armadas y su amplia mayoría parlamentaria tienen muy presente el (mal) ejemplo de Hong Kong, donde el famoso modelo “un país, dos sistemas” ha terminado de saltar por los aires con la nueva Ley de Seguridad, que ha liquidado sin contemplaciones a toda la oposición, ha instaurado una férrea censura y ha provocado una emigración masiva hacia el exilio.
Que Xi Jinping le proponga a Taiwán una próspera y supuestamente segura zona de desarrollo integrado, un régimen administrativo especial, con la promesa de pleno respeto a su sistema social, a su forma de vida, a la propiedad privada e incluso a las creencias religiosas, no se lo creen en la isla. Ahí está otra vez el último ejemplo en Hong Kong, con el procesamiento del cardenal Zen, a quién se acusa, junto con cinco feligreses, de crear un fondo humanitario sospechoso de formar parte del Frente Democrático, organización de derechos humanos crítica con Pekín.
Rearme de Japón y, de nuevo, la amenaza nuclear
Ante el probable escenario de que China quiera tomar la isla por la fuerza su tradicional adversario en la región, Japón, quiere sacudirse el corsé del artículo 9 de su Constitución, que le prohíbe declarar la guerra y limita enormemente sus capacidades militares. En ello estaba el asesinado ex primer ministro Shinzo Abe, cuyo legado ha sido recogido tanto por el actual jefe del Gobierno, Fumio Kishida, como por una abrumadora mayoría del Parlamento elegido precisamente el pasado 10 de julio. Tanto en Japón como en Corea del Sur hay un consenso general en que es preciso contener las ansias expansionistas de China.
La principal duda se plantea no obstante en los propios Estados Unidos, donde ya se multiplican los informes y advertencias a la Casa Blanca. De ellos, los más contundentes son los que preconizan la subsecretaria de Defensa, Kathleen Hicks, y el jefe del Estado Mayor Conjunto, el general Mark Milley, partidarios de que “Estados Unidos se comporten como si estuviese al borde de una gran guerra contra la superpotencia rival con armas nucleares”. Antes de ellos, la directora de Inteligencia Nacional, Avril Haines, advertía hace apenas un par de meses de que “existe una amenaza cierta de que se produzca un ataque chino a Taiwán”.
Por supuesto, hay muchos otros puntos calientes en el Globo, pero ahora mismo el punto que registra la temperatura más próxima a la ignición se halla en la isla de Formosa.
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