Carlos Aldea de Vicente
Analista internacional
La invasión de Ucrania no ha acabado con el orden liberal internacional. Simplemente ha acelerado su larga degradación. Ya no vivimos en un orden, estamos en un escenario transitorio que trae consigo tensiones y desórdenes, fruto de la competición entre potencias por mejorar, en caso de unas, y conservar, en el de otras, sus posiciones de poder en el orden que viene. Las conferencias de Potsdam, Yalta y Bretton Woods alumbraron un sistema liberal robusto cuyas vigas, cada vez más carcomidas, están colapsando. Sus esencias, la prohibición del uso de la fuerza, el multilateralismo y el libre intercambio comercial, se han debilitado una por una: se han librado guerras ilegales, erosionando el sistema de Naciones Unidas y los principios más básicos del Derecho Internacional, como la igualdad soberana y la integridad territorial; se ha perdido confianza en los foros comunes como hemos visto con la retirada de países de la OMS o con el bloqueo de la OMC y, además, el mundo se encuentra en un proceso de ajustes en sus relaciones comerciales y energéticas en la que la elección de proveedores no la rige el precio, sino los riesgos políticos. Sin esencia, las cosas dejan de ser, a pesar de que perviva lo accidental.
Vivimos, pues, en un desorden en el que perduran vestigios de lo anterior y se introducen nuevos ingredientes. Las potencias intentan moldear el avenir según sus diferentes intereses. En medio de este desorden y de la guerra en Ucrania, se escuchan llamadas a la política por bloques con un recuerdo a la guerra fría: «The West against the rest». Sin embargo, ni los alineamientos definen la realidad actual ni existe una confrontación entre occidente y el resto del globo. El mundo dejó de ser bipolar en 1991 con el colapso de la URSS y desde entonces se ha visto un breve destello de unipolaridad y, posteriormente, el surgimiento de nuevas potencias, dando un escenario multipolar muy alejado al de la guerra fría de dos bloques. Además, Occidente no está solo frente al “resto” del mundo, la resolución A/ES-11/L.1 de la AGNU, condenando la invasión de Ucrania, evidencia lo contrario. Por otro lado, Occidente no es un bloque monolítico per se: debido al sustrato cultural e histórico compartido, tiende a unirse en lo esencial, como la invasión de Ucrania, sin que ello imponga una simetría perfecta.
En el escenario de transición actual la Unión Europea quiere ocupar una posición de poder en el orden futuro y, por ello, toma, cada vez más convencida, decisiones para moldearlo. La aprobación de la Brújula Estratégica es buena prueba de ello. La Unión es consciente de su dependencia del paraguas defensivo estadounidense, articulado a través de la OTAN. Además, la fragilidad del ‘hard power’ europeo se ha visto en los Balcanes y en Libia, dos territorios en su periferia cercana donde sin la ayuda americana no podría haber actuado. Consciente de sus debilidades, la UE trabaja para ser más autónoma y poder enfrentar riesgos puramente europeos sin acudir al Estados Unidos ahora concentrado en el Indo-Pacífico. La cumbre de la OTAN en Madrid no ha supuesto avances en la creación de un pilar europeo en el seno de la organización. La alianza se ha concentrado en asuntos más inmediatos para la seguridad en Europa que no veía una guerra de estas características desde mediados del S. XX. Sin embargo, el pilar europeo no ha sido descartado, simplemente pospuesto. Esto implica que, en el medio plazo, la autonomía estratégica defensiva de la UE nacerá a través de una fuerza de despliegue de, aproximadamente, 5.000 efectivos, como anunció el Alto Representante Josep Borrell en 2021. El vínculo transatlántico, articulado por medio de sus tres ejes: la OTAN, las relaciones EE. UU-UE y las relaciones bilaterales, se ha fortalecido con la invasión rusa a Ucrania, pero este acercamiento es coyuntural: desde la Administración Obama, EE. UU ha concentrado sus energías en China, su gran rival estratégico.
La OTAN ha mantenido una cumbre histórica acogida por España en Madrid. En ella, la delegación americana ha conseguido que el Concepto de Madrid refleje sus principales intereses mencionando a China por primera vez en la historia de la OTAN. Sin embargo, el presidente Biden no ha logrado crear un bloque occidental contra China. Se ha adoptado una visión intermedia, cercana al Strategic Outlook de Mogherini de 2019, que no mete a todos los regímenes iliberales en el mismo saco. Como era predecible, en el Concepto de Madrid, Rusia ha pasado de ser considerada socio estratégico a ser la amenaza más significativa y directa de la Alianza. Además, se incluyen otras preocupaciones de seguridad como las provenientes del flanco sur, de gran importancia para los aliados mediterráneos. Todo ello, sin perder el enfoque 360º que desde hace tiempo caracteriza a la Alianza. La cumbre de Madrid también ha iniciado los trámites de adhesión de dos nuevos Estados a la OTAN: Suecia y Finlandia. Un hecho impensable hace un año que rompe con décadas de neutralidad en el caso finlandés y con siglos, en el sueco. La cumbre de Madrid ha sido, por tanto, un éxito para la OTAN, pero también para España que, además de plasmar sus intereses en el Concepto de Madrid, ha proyectado con fuerza una imagen de compromiso, capacidad y altura moral que no acostumbra a mostrar. Un gran contraste en comparación con el aislamiento diplomático que vivió durante buena parte del S. XX.
El futuro orden mundial se está construyendo en el presente. El liberalismo internacional ha perdido su vigencia y la política por bloques no se corresponde con la realidad. El orden que viene es multipolar y lejos de alineamientos que excluyen posturas intermedias, necesitará de negociaciones de geometría variable caso por caso. En el escenario de transición, las potencias deben de actuar para moldear el orden naciente. La Unión Europea debe apresurarse, dentro de sus posibilidades, para no perder la oportunidad de ser una potencia principal en el futuro.
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