La Senda del Oso: óleo natural del corazón minero de Asturias

Anna Burgstaller

 

Dicen que Asturias posee algunos de los parajes naturales más bellos de España y que es en otoño cuando cobran su máximo esplendor y se muestran, si cabe, más hermosos.

 

Tonos cobre, anaranjados, rojizos y dorados tiñen el paisaje, que en esta época desprende el característico olor a tierra mojada por el orbayu, esa lluvia fina, casi imperceptible, que todo lo empapa.

 

Así es el otoño asturiano, un momento ideal para disfrutar de sus rincones naturales, perderse por sus valles frondosos y mágicos bosques  y sentir el murmullo del agua que corre a borbotones por cascadas, ríos y arroyos.

 

Entre las innumerables rutas senderistas y de cicloturismo que se pueden hacer en Asturias, la Senda del Oso es, sin duda, una de las más populares, por su belleza natural. Sus montañas escarpadas, bosques tupidos y vegetación exuberante la convierten en un auténtico deleite para los sentidos.

 

Se trata de una vía verde de unos 40 kilómetros, inmersa en el Parque Natural de Las Ubiñas-La Mesa, que recorre los caminos naturales de Entragu (Teverga) a Cueva Huerta y de Valdemurio a Ricao (Quirós) y que cuenta con un reclamo estrella: las osas pardas, que habitan en este maravilloso enclave convertidas en icono natural del Principado.

 

A pie o en bici, el camino transita sobre el antiguo trazado ferroviario minero que, desde finales del siglo XIX y hasta 1936, discurría por las entrañas montañosas de la zona. El tren recorría el valle del río Trubia desde las localidades de Santa Marina (Quirós), por un lado, y las minas de Teverga (desde Entrago), por otro. Ambas confluían en el pueblo de Caranga de Abajo (Proaza y su central) y, desde allí, llegaban hasta el pueblo de Trubia, perteneciente al municipio de Oviedo. El tren se usó para el transporte de mineral de hierro y carbón, hasta que el agotamiento de los yacimientos y la poca rentabilidad económica propició su cierre en 1963.

 

La senda, en forma de «Y», presenta dos variantes que evocan el pasado minero. Una traza el camino desde Tuñón a Cueva Huerta (Teverga) y, la otra, desde Tuñón hacia Ricao (Quirós). Hacerlas a pie o pedaleando (hay distintas empresas que alquilan bicicletas) dependerá tan solo del gusto personal, porque la ruta está acondicionada para hacerse de cualquier modo.

 

Delimitada por una valla de madera, es de baja dificultad y está señalizada con paneles informativos que explican las peculiaridades geológicas, de fauna y flora. El Patronato de Turismo de Asturias aconseja hacerla por etapas para disfrutar al máximo de la excursión, que también está pensada para los más pequeños de la casa. A lo largo del camino se cruzan puentes de madera que salvan espectaculares desniveles y largos túneles rocosos. Una experiencia para los sentidos que permite visitar lugares singulares, como el Museo Etnográfico de Quirós, el Embalse de Valdemurrio, el Parque de la Prehistoria de Teverga o el Desfiladero de Valdecerezales.

 

Parador de Corias, enclave paradisiaco 

No hay mejor alternativa ante el cansancio que hospedarse en el majestuoso Parador de Corias, en Cangas de Narcea. Conocido también como El Escorial Asturiano, es un monasterio declarado Monumento Histórico-Artístico Nacional. Sus sótanos son un precioso museo en el que se encuentran restos arqueológicos de la primera construcción, que data de principios de siglo XI. Desde las ventanas de las habitaciones, las vistas al paisaje montañoso y al río Narcea son espectaculares.

 

El restaurante se ubica en lo que fue refectorio del monasterio, uno de los lugares más bellos del parador. La carta ofrece los mejores productos de la huerta asturiana: guisantes, tomates, verdinas y fabes, merluza y tierna ternera, sin olvidar los deliciosos postres de influencia monástica. Todo combinado en suculentas recetas, como la crema de andaricas con dados pixín y patata confitada, la fabada asturiana con su compango de Cangas o el solomillo de ternera asturiana a la parrilla gratinado con queso Peñacoba.

 

 

Alberto Rubio

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