«La vista se extasía con las exuberantes bellezas de la vega: la floreciente feracidad de arboledas y jardines e innumerables huertas, por donde se extiende caprichosamente el Genil como una cinta de plata…», narraba Washington Irving su perplejidad al contemplar, desde la Torre de Comares, el lienzo de un entorno prodigioso.
Leyendas moriscas
La vegetación, profusamente intrincada, habita entre los jardines que separan las espléndidas estancias palatinas. Los senderos están poblados por especies ancestrales; muchas, introducidas en la época árabe, sobreviven armónicamente con otras más recientes, cultivadas en remodelaciones de periodos posteriores.
Junto a estas especies, se enmarañan las flores de periodos cristianos: rosas, claveles, violetas, adelfas y nenúfares conforman un edén generoso y vivo. Y junto a ellas, plantas aromáticas por excelencia: albahaca, orégano, menta, tomillo o espliego persisten aún desde tiempos en que los jardines hispano-islámicos servían de huerto para enriquecer los platos.
El agua del paraíso
Una de las especies más simbólicas de los jardines de la Alhambra es el arrayán, cuyo nombre procede del árabe y significa «el aromático». El arbusto condensa la quintaesencia del bastión palaciego. Está considerado en el mundo islámico como una planta con baraka—con bendición oculta e invisible—; posee un crecimiento rápido y se exhibe bordado con delicadas flores blancas que desprenden una finísima fragancia.
Soñar despierto
Tras la conquista cristiana de Granada, los Reyes Católicos alzaron el convento franciscano sobre un antiguo palacio nazarí del siglo XIII, donde se ubica el Parador, que se encuentra en el recinto de la Alhambra. El edificio es un lugar de ensueño que conquista por las increíbles sensaciones que desprende la magia del entorno.
A la comodidad de las habitaciones se une la posibilidad de disfrutar de un escenario idílico, arropado por el canto de las fuentes, los aromas embriagadores y las huellas que una historia extraordinaria ha dejado plasmadas en lienzos imposibles.
En el comedor y la terraza de su restaurante, con unas vistas únicas a los jardines del Generalife, se pueden degustar platos tradicionales de su gastronomía como el remojón o los piononos de Santa Fe y platos de la cocina nazarí como la Breua.
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