Mª José Prieto
Era lunes. Pero no un lunes cualquiera de una mañana cualquiera. Ese día, el 10 de agosto de 1519, cambió la concepción del mundo. Cambió la Tierra tal y como la conocemos ahora. Se inició un proceso que convirtió al mundo en un objeto abarcable. Los mares dejaron de ser inconmensurables. Las islas, los paraísos soñados, dejaron de ser inhóspitos y virginales.
Doscientos treinta y nueve hombres y cinco naos partieron de Sevilla en busca de una ruta por el oeste hacia la especiería. La partida se anunció con una descarga de artillería. Las velas de trinquete se desplegaron majestuosas.
La circunnavegación a la Tierra, la primera vuelta al mundo abanderada por la Corona española y capitaneada por Fernando de Magallanes, inició travesía rumbo a los fértiles enclaves que albergaban las especias.
Tres años después, regresaron dieciocho hombres y una nao. Esos marineros habían dado la vuelta al mundo. Llegaron famélicos y enfermos. Pero llegaron. Una hazaña histórica no es tal si no se regresa para contarla.
El valor del capitán
El 21 de octubre de 1520 alcanzaron el Estrecho de las Once Mil Vírgenes (Estrecho de Magallanes), en busca del paso al Mar del Sur. El capitán dio muestras de su liderazgo y siguió el rumbo bordeando el espectral paraje que circundaba por primera vez la tierra.
La muerte de Magallanes (28 de abril de 1521, Isla de Mactán) marcó un punto de inflexión en la expedición. El rey Cilapulapo se enfrentó al capitán al no querer pagar los tributos que le exigía. Pigafetta, el cronista que viajó en la expedición, narró este infortunio ensalzando el valor del capitán: “Un isleño logró al fin dar con el extremo de su lanza en la frente del capitán, quien, furioso, le atravesó con la suya, dejándosela en el cuerpo. Quiso entonces sacar su espada, pero le fue imposible a causa de que tenía el brazo derecho gravemente herido. Los indígenas, que lo notaron, se dirigieron todos hacia él (…) Así fue cómo pereció nuestro guía, nuestra lumbrera y nuestro sostén. Cuando cayó y se vio rendido por los enemigos, se volvió varias veces hacia nosotros para ver si habíamos podido salvarnos”.
El 6 de noviembre de 1521 llegaron a las Islas Molucas, el fértil paraíso que posee los tesoros por los que emprendieron semejante empresa. Encontraron por fin las islas del clavo, la canela, el jengibre y la nuez moscada. Tras ese increíble descubrimiento, tocaba regresar.
La entereza de Juan Sebastián Elcano
La tarea de Juan Sebastián Elcano tras la muerte de Magallanes requería de una gran táctica y conocimiento náutico, pero sobre todo de una entereza implacable. No solo tenía que hacer frente a las adversidades del mar, también al escorbuto y la inanición. El 6 de abril doblaron el Cabo de Buena Esperanza. Sin apenas víveres ni agua, tuvieron que permanecer nueve semanas frente al inhóspito enclave, con las velas plegadas esperando a que los vientos soplaran.
El 8 de septiembre de 1522, dieciocho hombres exhaustos, hambrientos y enfermos regresaron a Sevilla. Bajaron del barco descalzos con un cirio en la mano para visitar la iglesia de Ntra. Sra. de la Victoria y Sta. María La Antigua, tal y como habían prometido en los incontables momentos de desesperación y angustia.
El emperador Carlos I llamó a Elcano a la corte. Fue nombrado hidalgo y le concedió un escudo con dos ramas de canela junto con las especias nuez moscada y clavo, cimbrado por un casco y la esfera terrestre cruzada por la leyenda: primus circumdedisti me.
Amplio programa conmemorativo
Para recordar el V Aniversario se ha creado una Comisión Nacional en el seno de la Administración General del Estado. En la efeméride participan distintas administraciones y organismos que representan a los territorios o actividades más vinculados con esta expedición.
El eje central de la conmemoración será el programa de actividades. El viaje duró desde 1519 hasta 1522. Durante todos estos años se irán incorporando eventos y desarrollando los ya aprobados. El programa abarca actos académicos, música, teatro y ópera, audiovisuales, museos y publicaciones. Y por supuesto serán protagonistas las actividades náuticas, tanto conmemorativas como deportivas, con varias vueltas al mundo incluidas.
Un cronista excepcional
Este periplo, esta odisea llena de adversidades y glorias alrededor del mundo contó con un narrador excepcional. Antonio Pigafetta fue el cronista de la primera vuelta al mundo. El italiano partió de Sevilla con Fernando de Magallanes y regresó a la ciudad el 8 de septiembre de 1522, con Elcano y el puñado de supervivientes de la nao Victoria. Pigafetta registró detalladamente cada hito del viaje. Posteriormente redactó una Relazione, que entregó al emperador Carlos y a otras personalidades de la época.
Navegar entre tormentos
Las condiciones de habitabilidad de los buques de Indias eran sencillamente horribles. El hacinamiento era total. El espacio medio por persona no alcanzaba el metro y medio cuadrado. También se viajaba con animales: gallinas y cerdos, y todo lo que conllevaba la falta de salubridad y parásitos que generaban a su alrededor.
A tales avatares debía unirse el calor de las navegaciones tropicales y la suciedad, inherente a las costumbres de la época. De tal manera se ha llegado a decir que «los barcos de Su Majestad antes se olían que se veían…».
La alimentación era el gran talón de Aquiles. El único modo de conservación de los alimentos era la salazón. El agua dulce era un bien escasísimo y estaba racionada. Las comidas, una al día, estaban compuestas por pescado salado y pan recocido (el célebre bizcocho). La sed era uno de los mayores tormentos a los que se enfrentaban los marineros, sin contar con la bravura de los vientos y las tempestades.
Así relata Pigafetta como resultó la salida del Estrecho de Magallanes hasta la muerte del capitán: “El bizcocho que comíamos ya no era pan, sino un polvo mezclado de gusanos que habían devorado toda su sustancia, y que además tenía un hedor insoportable por hallarse impregnado de orines de rata. El agua que nos veíamos obligados a beber estaba igualmente podrida y hedionda. Para no morirnos de hambre, nos vimos aun obligados a comer pedazos de cuero de vaca”.
Parador de Carmona
Muy cerca de Sevilla se encuentra el Parador de Carmona, una propuesta de belleza, tranquilidad, exquisita gastronomía, y hermoso paisaje. El edificio se levanta sobre las ruinas de un impresionante alcázar árabe del siglo XIV.
Sus magníficas instalaciones, la fabulosa piscina y las terrazas con vistas a la campiña dan la oportunidad de disfrutar de una estancia privilegiada.
El restaurante es uno de los más espectaculares de la red de Paradores. La vista nos regala impactantes estampas a las tierras centenarias, mientras el paladar se deleita con los exquisitos platos andaluces.