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Cierta idea de Serbia

 

Ricardo Ruiz de la Serna

Investigador Asociado del Instituto de Estudios Históricos del CEU

 

Sucedió durante una cena en Niš allá por el año 1189. Por aquel entonces, el gran príncipe de Serbia Stefan Nemanja invitó a cenar al emperador Federico Barbarroja. El señor de Serbia pretendía concertar una alianza con el Imperio para hacer frente a Bizancio. Cuando comenzaron a servirse los platos, Barbarroja empezó a comer con las manos como solía hacer en su corte. Entonces, Stefan Nemanja le mostró un pequeño tridente que servía para tomar la comida y llevarla a la boca sin ensuciarse las manos: así descubrió el emperador la utilidad de los tenedores.

 

Desde mucho antes, Serbia estaba ya en el corazón de Europa. El emperador Constantino, que ha pasado a la Historia como “El Grande”, había nacido precisamente en Niš, la antigua Naissus, el año 272. A lo largo de buena parte de su territorio, se extendían las calzadas que conectaban las provincias del Imperio Romano.

 

En “El viajero y su sombra”, Eugenio Montes escribió que “hay países, como Portugal, que han nacido para ir por esos mundos de Dios. Otros, como Bélgica, parecen haber nacido para que esos mundos de Dios pasen por ellos. […] Portugal es un caminante. Bélgica, tan sólo un camino.” Pues bien, en Serbia se da una doble condición misteriosa. Encrucijada de invasiones, peregrinajes y rutas comerciales, por las tierras de Serbia han cabalgado los ejércitos de la Cristiandad y del Imperio Otomano. En su territorio se han librado guerras que cambiaron el destino de Europa y se alzaron monasterios que hoy se cuentan entre las grandes joyas del arte de todos los tiempos. Ahí están los frescos maravillosos de Dečani, cuyos santos y apóstoles cantan sin cesar la gloria de Dios mientras en las bóvedas resuena el canto coral de los monjes.

 

Un hermano de esos monjes, el primogénito de Stefan Nemanja, partió a los diecisiete años hacia el Monte Athos, en Grecia, y allí emprendió una vida monástica. Era el año 1192. Cambió su nombre de pila, Rastko, renunció a su vida principesca, y pasó a llamarse Sava. Uno de sus biógrafos, el monje Teodosio, dice que era “amable con todos, amante de los pobres como pocos y muy respetuoso de la vida monástica”. La tradición cuenta que su guía espiritual fue un monje ruso. Cuando su padre Stefan Nemanja lo mandó llamar, Sava le respondió: “ya has logrado lo que todo soberano cristiano debe hacer; ahora ven y únete a mí en la verdadera vida cristiana». Quizás lo más asombroso es que su padre le terminase haciendo caso, pero eso es otra historia.

 

San Sava no era solo religioso. Ha pasado a la historia como un diplomático de primer orden y uno de los hombres más brillantes de su tiempo. Gracias a él se resolvieron gravísimos conflictos con los húngaros, los búlgaros y los bizantinos. A él le debemos la famosísima carta a Ireneo (S. XIII) en la que formula cierta idea de Serbia que mantiene su actualidad a pesar de los siglos transcurridos: “Al principio, estábamos confundidos. El Oriente pensaba que éramos Occidente mientras el Occidente nos consideraba Oriente. Algunos de nosotros entendieron mal nuestro lugar en este choque de corrientes así que gritaban que no pertenecíamos a ningún lado y otros que pertenecíamos exclusivamente a un lado o a otro. Pero yo te digo, Ireneo, que estamos abocados por el Destino a ser Oriente en Occidente y Occidente en Oriente, a reconocer solo a la Jerusalén celestial más allá de nosotros y, aquí en la tierra, a ninguno».

 

He aquí una reflexión necesaria para comprender la historia y el arte de Serbia. Todas las modas culturales europeas de los últimos siglos han llegado a Serbia, y en ella han sido reformuladas, transformadas, enriquecidas. Tomemos el caso de Vuk Stefanović Karadžić (1787-1864). Natural de Tršić, en una tierra que bañan el Sava y el Drina, fue filólogo, lingüista y renovador de la lengua serbia. Padre de los estudios etnológicos y folklóricos de Serbia. Coleccionó cuentos, canciones, acertijos, sucedidos recopilados por todo el país. Fue el autor del primer diccionario serbio moderno. Tradujo el Nuevo Testamento. Goethe elogió su obra y la comparó con el Cantar de los Cantares. Se carteó con Jakob Grimm, uno de los célebres hermanos. Sus cuentos y poemas fueron traducidos al francés por Merimé, Lamartine y Nerval, al ruso por Pushkin y al inglés por Walter Scott. Llegó a ser miembro de nueve academias europeas, entre ellas las de París, Viena, San Petersburgo, Moscú y Cracovia. Él encarna ese espíritu de amor a la patria y apertura al mundo de la mejor tradición romántica. Como San Sava, él también comprendió que Serbia no era una barrera sino un puente entre culturas.

 

26/05/2017. © Todos los derechos reservados

 

 

Alberto Rubio

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