Una pasiva España contempla cómo se desangra Europa en una caricatura alemana de 1914.
Eduardo González. 29/12/2016
Hace justamente cien años, Estados Unidos intentó convencer a España y otros países neutrales para que ejercieran de mediadores de paz en la Primera Guerra Mundial. La iniciativa, que dividió aún más a los aliadófilos y germanófilos españoles y contaba con el apoyo de Alemania y del Vaticano, fue abiertamente rechazada por Francia y Reino Unido.
España había optado por la neutralidad porque no había otra posibilidad. Nuestro país no tenía intereses directos que defender en el conflicto, el ejército era anticuado e incapaz de pacificar Marruecos, la economía dependía absolutamente del extranjero y no estaba para bloqueos y la opinión pública no presionaba a favor de la guerra. Había aliadófilos y germanófilos, pero nadie ponía en cuestión una neutralidad que, no obstante, no libró a España de convertirse en un terreno propicio para el espionaje y la propaganda.
El 22 de diciembre de 1916, el presidente de Estados Unidos, Thomas Woodrow Wilson, preocupado por los perjuicios comerciales que causaba a su país la guerra submarina alemana, propuso el inicio de “exploraciones” para buscar “el puerto de la paz”. Las llamadas Potencias Centrales (Alemania, Austria-Hungría y Turquía) recibieron la iniciativa con alegría, pero los aliados de la Triple Entente la rechazaron abiertamente.
En Francia “se ha tomado muy mal la nota americana”, escribía el embajador de España en París, Fernando León y Castillo, en carta al jefe de Gobierno, el aliadófilo Conde de Romanones, según recoge el historiador Javier María Marín Arce. En Reino Unido, el Gobierno se sintió “ofendido por iniciativa intempestiva y falta de tacto del presidente de EEUU”, se leía en el telegrama enviado por el embajador en Londres, Alfonso Merry del Val. Por su parte, Rusia consideró que el momento de la paz no había llegado, según escribió el embajador, el Marqués de Villasinda.
[hr style=»single»]
Alfonso XIII quería desplazarse a Viena a finales de 1916 para mediar entre las Potencias Centrales y la Entente
[hr style=»single»]
Pese a todo, Wilson y las Potencias Centrales siguieron intentando atraerse a los países neutrales a la causa de las negociaciones, en especial a España, Suiza y los reinos escandinavos. Un mes antes de la iniciativa de paz norteamericana, el embajador en Viena, Antonio de Castro, había propuesto a Romanones que Alfonso XIII asistiese a las exequias por su tío, el emperador Francisco José, e intentase un acuerdo de paz, aprovechando para ello tanto su parentesco con las Casas Reales británica y austríaca (su madre y su esposa estaban en bandos contrarios) como el viaje de regreso, con escala en París. Romanones se opuso radicalmente y tuvo que enfrentarse incluso con el propio Rey, quien estaba dispuesto a viajar a Viena “vestido con uniforme de general austríaco”, para conseguir que el viaje fuese finalmente suspendido.
A pesar de las gestiones del Vaticano para convencer a España de que se adhiriera a la propuesta norteamericana (según explicaba el embajador en la Santa Sede, Fermín Calbetón, al propio Romanones), el jefe del Gobierno cedió finalmente, de muy grado, a las presiones de Gran Bretaña y Francia para que no secundara la iniciativa de Wodrow Wilson.
Tras el fracaso de la iniciativa de paz y el incremento de la guerra submarina alemana, Estados Unidos decidió entrar en el conflicto del lado de los aliados, una decisión que contribuyó a aislar aún más a España, que se vio directamente afectada por el bloqueo submarino alemán. Si hasta el otoño de 1916 habían sido hundidos ocho barcos españoles por parte de Alemania, entre esas fechas y abril de 1917 la cifra aumentó a 31, según recoge la historiadora Rosa Pardo Sanz.
Mientras tanto, los aliados empezaron a exigir a España tratos comerciales preferentes y máxima firmeza frente a las violaciones de neutralidad por parte de Alemania, al tiempo que Estados Unidos, principal proveedor de manufacturas y materias primas, restringió sus exportaciones a España. Todo ello contribuyó a agravar la mayor crisis política, económica y social de la Restauración, que derivó en la gran huelga general del verano de 1917, reprimida por el Ejército.
Wodrow Wilson y el Conde de Romanones