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En la era del diplomático anfibio

 

Consuelo Femenía

Asesora de Diplomacia Digital en la Oficina de Información Diplomática

 

Galopamos a lomos de una revolución tecnológica que a diario hace realidad el mundo imaginado ayer. Un clic para hacer una compra, otro para mantener una conversación. Un robot sustituirá al conductor del vehículo, y otro será capaz de hacer un diagnóstico médico. Un algoritmo clasifica datos masivos para predecir los resultados de un candidato a presidente, y otro podrá decantarlos para trazar mapas de opinión sobre, por ejemplo, la marcha de una conferencia internacional.

 

La diplomacia digital se ha convertido en una prioridad para muchos Ministerios de Asuntos Exteriores. Nos movemos en aguas rápidas, y me pregunto qué no habrá de cambiar para que sigamos siendo eficaces al perseguir objetivos tradicionales. No es un mero afán de modernidad ni es cosa de añadir simplemente una herramienta más. Una diplomacia a la altura de los tiempos tiene que abrirse a reformas para seguir protegiendo los intereses nacionales y de sus ciudadanos.

 

La “diplomacia-e” nació como la necesidad de los Ministerios de Asuntos Exteriores de cerrar la brecha con los nativos digitales, buscando canales para llegar a una generación que opina tan frecuentemente de los problemas de su barrio como de los asuntos internacionales. En consecuencia, los diplomáticos tendremos que ser más receptivos y accesibles.

 

Además, las comunicaciones electrónicas suponen una oportunidad extraordinaria para estar presente en todos los rincones del planeta. De no estar creadas ya las redes sociales, entonces los diplomáticos habríamos tenido que inventarlas ¡Los videos que han producido en el último año algunas Embajadas de España han tenido mucho más público, gracias a su difusión por Internet, que el que cabe en una sala de conciertos! Así que nuestros embajadores tenderán a ser más extrovertidos, algo consustancial al desarrollo de la diplomacia pública.

 

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La diplomacia digital se ha convertido en una prioridad para muchos Ministerios de Asuntos Exteriores

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En su origen, quienes imaginaron Internet lo concibieron como un espacio democrático de libertad individual, en el que la persona  ganaría protagonismo frente al poder jerárquico. Hay autores que se refieren a esas nuevas relaciones como horizontales, como “sociedades líquidas” en las que las fronteras son desbordadas. Sin embargo, ejemplos constantes contradicen aquel sueño. “Si no eres el cliente, eres el producto”. Habrá que luchar por el individuo, por el respeto a su libertad e identidad digitales, tanto en las agendas internacionales de desarrollo y cohesión social como en las de defensa y promoción de los derechos humanos en el S XXI.

 

Por otro lado, de la mano de los avances de la Administración electrónica, los consulados de las próximas décadas irán prestando más servicios online. Al acercar los trámites a la casa del ciudadano, será posible remodelar la actual distribución de oficinas exteriores, que aún responde al planteamiento del fin de la Guerra Fría. Y es que también estamos viendo cómo la información y la comunicación pueden cambiar la estructura de poder internacional, propiciar cambios de régimen, y modificar los polos de crecimiento económico. Las redes sociales, por si mismas, son aceleradores y multiplicadores de estos cambios, pero hay más: está en marcha una dura competencia por el control de Internet, por el control del conocimiento y de la información circulante como fuente de ventaja económica y política. Y por la defensa de las infraestructuras y la seguridad nacional frente a ataques informáticos. ¿Tendremos embajadores para la innovación científica y tecnológica, como ya los tenemos para la ciberseguridad? ¿Acaso los centros de prospectiva y estrategia de los departamentos de política exterior se volverán menos humanísticos y más computerizados, menos históricos y más matemáticos?

 

Probablemente estamos en la era del diplomático anfibio, capaz de hacer desplazamientos entre su hábitat tradicional y ese nuevo mundo líquido y, como otros de su entorno, el servicio exterior español ha iniciado esa senda evolutiva. Con la diplomacia digital de 2015 y 2016 optamos por un modelo de conjunto en el que, todos a la vez, los diplomáticos españoles entraran en contacto con las redes sociales, dando importancia a esa actuación como primer paso de una adaptación más profunda, que requiere de dinero y voluntad. Internet es ya la infraestructura global esencial, y es mejor ir haciéndose a la idea.

 

 

Luis Ayllon

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