Texto y foto: Eduardo González
Si hay un lugar en Madrid desde el que se puede tener una visión panorámica de la ciudad sin salir de ella, éste es la Casa de Campo, un enorme parque de cerca de mil hectáreas que, aún en la actualidad, sigue siendo todo un símbolo de la omnipresencia histórica de la Corona en la configuración urbana de la capital.
La Casa de Campo pertenece al Ayuntamiento de Madrid desde 1931, cuando fue municipalizada por el Gobierno apenas una semana después de la proclamación de la República. Hasta entonces, este amplio terreno, articulado en torno a un antiguo palacete de la poderosa familia feudal madrileña de los Vargas, había sido una de las muchas residencias reales (en su caso, más bien cazadero) que, desde la llegada de la Corte a mediados del siglo XVI, se habían ido agenciado Austrias y Borbones para configurar un amplio eje recreativo que incluía los otros dos pulmones actuales de Madrid, el Retiro y El Pardo.
Como en tantos casos similares, la dehesa real se fue democratizado con el tiempo, y donde había un pequeño zoológico y numerosos espacios para el recreo y uso exclusivo de Reyes e invitados, hay ahora un Parque de Atracciones, un recinto ferial, un zoológico, un estanque, un teleférico y numerosas recreaciones de todo tipo, no todas recomendables.
Pero, sobre todo, la Casa de Campo es el respiradero físico y psicológico de Madrid, la Villa y Corte que se asoma imponente entre pinos, encinas, robles y retamas cuyas raíces se encuentran, quién lo dijera, en pleno centro de la ciudad.