Carlos Beristain
Doctor en Psicología
En los últimos años en Colombia se ha dado un impacto de la violencia cada vez mayor en el tejido social, un cansancio y distanciamiento social sobre dicha problemática, en medio del debate sobre la atención a las víctimas, la paz y un aumento de la polarización social. Mientras las negociaciones de paz avanzaban en La Habana, una buena parte de la sociedad veía el proceso con escepticismo, mostrando una falta de información y una distancia psicológica respecto el proceso.
Ese terreno ha sido propicio para que las percepciones de cambios que se daban durante el proceso de negociación, no se transmitieran a la sociedad, y el cambio del paradigma de la guerra por un proceso de paz no se fuera integrando en la sociedad.
Además, hay que considerar que la guerra en Colombia afecta en la última década especialmente a zonas rurales, y para muchos sectores la violencia se ve como un problema periférico y, en la práctica, se vive a espaldas de la guerra sin mayor incidencia en la vida personal o social. En ese contexto, esos grupos de población no ven el beneficio de la paz, que se ve restringido a los lugares donde la gente ha sufrido más y ve cerca el cambio en sus vidas. No hay en Colombia una visión compartida por estos diferentes sectores respecto el beneficio global de la paz, y menos aún un esquema compartido de las concesiones realizadas por ambas partes para ello.
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Para que el proceso de paz siga adelante se precisan respuestas a la altura de los desafíos
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Sin una representación más cercana a la realidad, la capacidad de transformar esas visiones o aumentar el consenso sobre los mínimos de ellas es muy limitado. Tras el resultado en el reciente plebiscito se plantea un bloqueo de la situación. Frente a un No por la mínima, se trata de un empate de posiciones frente al compromiso presidencial de plantear su aprobación por el pueblo colombiano.
Una exigua mayoría por muy escaso margen del No frente al Sí, no puede esconder una realidad más amplia: una gran mayoría de la población colombiana no ha votado; un empate en la práctica en número de votos, frente a las dificultades de votar en ciertas regiones favorables al sí (por un fuerte impacto climático); una división en la práctica en regiones mayoritarias al Sí o al No en función del grado de afectación de la guerra; la imposibilidad de llevar delante el proceso sin generar un mayor consenso.
El proceso que llevó al actual acuerdo fue acompañado por diferentes actores nacionales e internacionales, siendo señalado como un proceso novedoso: la primera vez que un proceso de paz se ha dado, la participación de las víctimas y numerosos mecanismos de consulta con diferentes sectores sociales y no solo del Gobierno y las FARC. Se trata de un conflicto de más de 50 años que exige transformaciones, en el que se necesita despolitizar las visiones sobre la paz de las agendas de las diferentes posiciones políticas.
La guerra también ha tenido un impacto en las mentalidades de justificación de la violencia, la invisibilización del horror o el desprecio por el sufrimiento de las víctimas, mostrando el deterioro del conflicto armado y de un sentido de humanidad compartido. Superar estas fracturas sociales es parte del proceso de reconstrucción. Sin empatía por el dolor y el sufrimiento, no hay reconocimiento del otro ni proceso que se sostenga, tampoco cohesión social que impulse la reconstrucción de la convivencia.
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