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Israel start-up nation: un modelo de innovación científica y tecnológica

 

Gabriel Cortina

Consultor especializado en industria de Defensa 

 

Israel se encuentra en la actualidad entre las naciones más innovadoras del mundo. Con una población de ocho millones de habitantes, dedica un 4,7% de su PIB a I+D+i y tiene más empresas cotizando en el Nasdaq que toda la Unión Europea, considerada en su conjunto.

 

El modelo de innovación científica y tecnológica del llamado “milagro económico de Israel” ha sido posible por el fomento de varias generaciones de emprendedores e investigadores, gracias a las sinergias creadas por decisiones políticas sólidas y compartidas, el apoyo de instituciones y la creación de universidades con una visión de largo plazo.

 

«Sart-up Nation” responde al título de un libro estimulante escrito en 2012 en el que los autores intentaron descifrar algunas de las claves que explican el espíritu emprendedor y el éxito alcanzado por Israel en la implementación de un modelo económico de base tecnológica. Entre los factores que se señalan, cabe destacar la influencia de la propia cultura en el espíritu emprendedor, su ubicación geoestratégico, el modelo de transferencia tecnológica universidad-empresa y el papel de la educación y la inmigración como fuente de riqueza e innovación. También se mencionaban riesgos y defectos. Dos ejemplos del motor de su innovación fueron la búsqueda de recursos para el sector agrícola y la necesidad de contar con recursos propios para garantizar la legítima defensa, en unas fronteras marcadas por la inestabilidad y los conflictos.

 

La clave de Israel ha sido la creación de un ecosistema favorable al desarrollo del conocimiento, la innovación y el emprendimiento. Este ecosistema ofrece tres lecciones. En primer lugar, que es necesario crear una cultura que no penalice el fracaso, que fomente un entendimiento del riesgo y que, habiendo hecho todo lo posible, las malas noticias se conviertan en un estímulo. Segundo, que la universidad debe apostar por una alta calidad, así como los centros científicos y de innovación tecnológica asociados, sin olvidar la importancia de las humanidades, que capacitan para pensar bien.

 

Y por último, la financiación, pero siempre y cuando sea especializada, atendiendo a sus riesgos específicos. En este sentido, las iniciativas tipo “incubadoras” deber estar orientadas a crear un sistema de apoyo a la innovación y el emprendimiento eficiente, con incentivos y en continuo movimiento. La cooperación público privada debe ir en la misma dirección y con una visión global, no local. Ámbitos como el de la seguridad y la defensa, especialmente en aeronáutica y C4ISR, son paradigmáticos.

 

El caso de Israel es, en definitiva, un reto para aquellos interesados en conocer los factores que influyen en el éxito o fracaso de un modelo de desarrollo económico y tecnológico.

 

 

Alberto Rubio

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