Carmen González Enríquez
Investigadora Principal del Real Instituto Elcano
Más allá de si la UE consigue o no el apoyo eficaz de Turquía en la contención del flujo actual de refugiados y emigrantes económicos hacia Grecia, hay que recordar que esta llamada “crisis” no tiene un carácter transitorio.
Aunque las conversaciones de paz de Ginebra dieran un sorprendente vuelco y consiguieran un rápido y permanente cese de hostilidades en Siria y aunque, por alguna razón ahora imprevisible, la coalición internacional obtuviera la derrota y disolución del llamado Estado Islámico, seguirían llegando a las fronteras europeas peticionarios de asilo y migrantes económicos irregulares.
Los europeos vivimos muy cerca de zonas donde se combina la pobreza, el autoritarismo y la violencia, no sólo en el Sur africano o el sureste asiático, sino en el propio Este europeo, como Ucrania. Hay que recordar que, desde que comenzó esta “crisis” en 2014, los sirios han formado sólo el 31% de los peticionarios de asilo en la UE, como recogen los datos de Eurostat.
Los nacionales de Eritrea, Somalia, Nigeria, Pakistán, Irak, Afganistán, Irán forman juntos otro 39% de los solicitantes, y aún queda otro largo 30% de nacionales de un buen número de otros países. Y esto sólo se refiere a los que han solicitado asilo en esos dos años, 1.500.000 personas, no a todos los que han entrado de forma irregular sin pedir asilo. En conjunto son más de 2 millones de personas, de ellas 1.800.000 en el 2015 según muestra Frontex.
Y la distinción entre refugiado y migrante económico es cada vez más difícil, no sólo porque la violencia se produce sobre todo en zonas pobres, sino porque los que se refugian en Europa se convierten poco después en migrantes permanentes que deben integrarse en los mercados de trabajo.
El problema no son sólo esos números actuales, que han superado la capacidad de acogida de los Estados en los dos puntos extremos del proceso, el de llegada a suelo europeo (Grecia básicamente, pero también Italia) y el de los países a los que se dirigen los refugiados (sobre todo Austria, Alemania y Suecia), sino la expectativa realista de que ese flujo se mantendrá de forma continuada en el futuro. No hay visos de que Europa pueda a medio plazo pacificar y democratizar el conjunto de Oriente Medio ni de que el comercio, la inversión y la ayuda al desarrollo puedan reducir sustancialmente en pocos años la brecha de riqueza que existe entre la UE y el África Subsahariana, donde, según cuenta Gallup, el 50% de los jóvenes emigraría a Europa si pudiera.
La UE ni siquiera tiene suficiente influencia para poner fin al conflicto en el Este de Ucrania, de donde proceden ya muchos refugiados que están empezando a llegar a través de una nueva vía, la de los países bálticos.
Por otra parte Europa es una isla de solidaridad y respeto a los derechos humanos en un mundo en el que sólo ella aplica una política de refugio tan generosa. Protegidos por la distancia y por normas estatales que les permiten devolver de inmediato a los migrantes/refugiados detectados en el mar, o enviarlos a terceros países, ni Estados Unidos ni Australia aplican la Convención de Ginebra ni el derecho del mar como lo hace la UE. Y qué decir de las ricas monarquías petroleras del Golfo Pérsico, cuyas normas impiden acoger refugiados.
La UE, antes o después, tendrá que abordar un debate que hasta ahora ha evitado, y que resulta en este momento imposible porque lo urgente –frenar el número de llegadas- no deja tiempo a lo necesario: cómo compaginar los criterios humanitarios con el hecho de que el refugio en Europa se convierte en migración permanente, cuántos y qué tipo de migrantes puede o debe recibir la UE para sostener su competitividad y su sistema de bienestar, cómo unificar los criterios de concesión de asilo y la provisión de servicios a los refugiados para evitar el “efecto llamada” de algunos Estados y la huida desde otros; en conjunto, como rediseñar el sistema de asilo haciéndolo en coordinación con las políticas migratorias europeas.
Sin este debate, la UE seguirá actuando de forma improvisada, reaccionando a las crisis, intentando apagar los fuegos y tapar las fugas, en un continuo sobresalto.