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Crisis de refugiados y solidaridad en Suecia

 

Javier Jiménez-Ugarte

Embajador de España en Suecia

 

Lo sucedido hasta ahora en Europa frente a la crisis de los refugiados nos ha enseñado que, por encima de todo llamamiento a la solidaridad, pueden terminar imponiéndose los intereses de los distintos Gobiernos, sometidos siempre a la opinión pública y a la crítica política.

 

En el caso de Suecia, dada su tradicional apertura a la acogida de refugiados conforme a las reglas del asilo, y su disponibilidad de, hasta hace poco, suficientes recursos económicos, la evolución fue mucha más lenta que lo sucedido, por ejemplo, en Hungría, Chequia o Malta.

 

Este Primer Ministro, el socialdemócrata Stefan Löfven, seguía diciendo el 6 de septiembre que: “Mi Europa acoge a los refugiados. Mi Europa no construye muros.” Y ello a pesar de saber que recomendaciones de su predecesor Reinfeldt -perteneciente a la “Alianza” de centroderecha-, como la de “abrir nuestros corazones a los inmigrantes”, habían figurado entre las causas de la derrota electoral de éste.

 

Finalmente, la multiplicación exponencial del número de solicitantes de asilo que llegaban a Suecia llevó a la adopción de medidas extraordinarias que, aunque “temporales”, han terminado con la generosidad hasta ahora desplegada.

 

En efecto, el pasado noviembre se presentaron drásticas medidas pactadas con la oposición: introducción de controles en frontera, reducción de los derechos sociales de los emigrantes hasta el “mínimo en vigor” en Europa, limitaciones a la concesión de visados de estancia permanente, fuerte restricción a la reunificación familiar, etc.

 

El Primer Ministro procuró en su discurso de fin de año explicar nuevamente que lo sucedido respondía solo a “la imposibilidad de que Suecia pudiese seguir ofreciendo una acogida digna a los nuevos solicitantes de asilo para que siguiesen beneficiándose de los mismos servicios sociales que sus predecesores”.

 

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Nadie puede negar el gran daño que ha hecho a la “Marca Suecia” tener que adoptar tantas restricciones

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Las cifras finales del año 2015 resultaban especialmente dramáticas. Suecia habría acogido, según el Ministro Morgan Johansson, “160.000 refugiados, y además 35.000 menores no acompañados”, en gran parte, procedentes éstos de Afganistán.

 

Las nuevas medidas han reducido la presión, y “de 11.000 solicitantes de asilo a la semana se ha pasado a sólo 2.000, lo que aún no se considera suficiente”.

 

Los controles de identidad en los transportes por ferrocarril en el puente de Öresund, que une Suecia con Dinamarca, han sido enormemente polémicos. No sólo se ha puesto en cuestión la constitucionalidad de las mismas, sino que ese gran polo de riqueza entre Copenhague y Malmö ha visto en peligro su continuo desarrollo industrial y científico. Además, y como escribía el ex-Ministro Carl Bild en su muy seguido tweet, “se había resquebrajado así la histórica solidaridad entre los países nórdicos”.

 

Este Gobierno ha buscado una segunda justificación para lo decidido. La Unión Europea ha acumulado sucesivos fracasos, sin lograr imponer ninguna “nueva política de asilo”, ni hacer efectiva la “relocalización” de los miles de refugiados llegados a Italia y Grecia. La propia Suecia ha exigido que también sean redistribuidos 23.000 inmigrantes aquí acogidos tras haber recorrido otros países europeos sin cumplir con el “Convenio de Dublín”, que obliga a solicitar el asilo en el país de entrada.

 

Morgan Johansson afirmó con rotundidad que “Suecia ha acogido a más de 100.000 sirios, un 1% de la población de este país. Si el resto de la UE hubiera hecho lo mismo, un total de 5 millones de sirios disfrutarían ya de protección en Europa.”

 

A pesar de todo, nadie puede negar el gran daño que ha hecho a la “Marca Suecia” tener que adoptar tantas restricciones. La política de asilo hasta ahora mantenida formaba parte de su esencia. Como escribía Tove Lifvendahl, “de potencia humanitaria, Suecia ha pasado a ser un país como todos los demás”. Otro gran comentarista, Peter Wolodarski, completaba la autocrítica afirmando que “cuanto más ricos nos hemos vuelto, menos miserias queremos ver en nuestra propia sociedad”.

 

 

Alberto Rubio

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