Gonzalo Figar
El impasse político generado tras los divididos resultados electorales no parece tener fácil ni rápida solución. En estas condiciones de bloqueo, los españoles están a la espera de que alguno de los líderes políticos dé un paso adelante y, dejando ansias de poder a un lado, abra una vía que anteponga los intereses del país.
En este escenario, el candidato aparente para der este paso es Mariano Rajoy, por diversas razones. En primer lugar, aunque el Partido Popular haya sido el partido más votado, resulta evidente que la gestión del actual Presidente no ha contado con la confianza de los españoles. EL PP ha perdido más de 60 escaños en las últimas elecciones. En segundo lugar, incluso si Rajoy consiguiese ser investido para un segundo mandato, su posición sería de extrema vulnerabilidad e inestabilidad. ¿Le compensa a Rajoy mantenerse agarrado al sillón en estas circunstancias o bien agrandaría su perfil dar un paso atrás y ser recordado como el Presidente que evitó el rescate de España y luego supo sacrificarse en beneficio de los intereses generales?
Aun es más, a día de hoy Rajoy no reúne los apoyos para formar gobierno. Ante una previsible alianza de izquierdas, lo que supondría una derrota evidente del Presidente y su salida de la vida política por la puerta de atrás, Rajoy podría anticiparse a este escenario y sustituir esta humillación por una renuncia voluntaria cargada de patriotismo y nobleza. Por último, de los cuatro líderes de los partidos mayoritarios actuales, Rajoy es el que reúne mayores condiciones personales para tener el coraje de aparcar sus ambiciones, no sólo porque él ya ha sido Presidente, sino porque pasa por ser una persona sensata, madura y pausada… los otros tres dirigentes no destacan por estas virtudes.
Si Rajoy reúne el coraje necesario para ponerse a un lado, se podrían dar las siguientes soluciones:
–El PP propone un candidato alternativo a la Presidencia, alguien que genere menos animosidad y, posiblemente, consiga ser investido y gobernar en minoría.
–Una solución más creativa sería que el PP renunciase a toda intención de formar gobierno y se comprometiese a abstenerse en una eventual investidura de Pedro Sánchez (o de Albert Rivera… ). En este caso, Sánchez no se vería obligado a pactar con Podemos sino que podría gobernar en minoría o llegar a un acuerdo con Ciudadanos.
[hr style=»single»]
Si el líder del PP diera un paso atrás para facilitar un Gobierno, quedaría como alguien con sentido de Estado
[hr style=»single»]
En ambos casos, los españoles podríamos al fin salir de esta situación de descontrol y, aún más importante, evitaríamos que Podemos, un partido radical, antisistema e ideológicamente rancio, llegase al poder. Rajoy, como hemos comentado, renunciaría a un segundo mandato inestable a cambio de ocupar un hueco en la historia como alguien con sentido de Estado.
Por último, el propio PP se beneficiaría de tres formas distintas. En primer lugar, sería percibido como el partido que antepuso los intereses de España a las ambiciones partidistas. En segundo lugar, renunciaría a gobernar en minoría en una legislatura que por definición va a ser inestable. Conservando una minoría de bloqueo significativa en el Congreso y la capacidad de veto en el Senado, el PP evitaría el desgaste que seguro va a afligir al que ocupe el poder mientras mantendría la capacidad de, desde el Parlamento, influir en la acción de gobierno. Por último, estar en la oposición daría al PP el espacio necesario para reorganizarse y regenerarse.
Esta regeneración debería ocurrir en tres frentes distintos: ideario, equipo y estructura. El PP debe volver a representar una alternativa liberal a las opciones de izquierda, alternativa que abogue por una Estado limitado, una Administración pequeña pero eficaz, un mercado libre y competitivo, una vibrante sociedad civil, un Estado del Bienestar actualizado y una unidad de España incuestionable.
A su vez, es hora de que el partido acometa un cierto relevo no sólo generacional, sino también de perfiles de liderazgo. Ante la falta de sintonía entre ciudadanos y políticos, las caras nuevas ayudan a recuperar la confianza perdida. Fomentar un relevo generacional y dar paso a personas no sólo provenientes del aparato del partido – ni del entramado de la Administración – sino de otros ámbitos es imprescindible para reenganchar a los ciudadanos descontentos.
Por último, el PP debe reorganizar sus estructuras. Cada vez más voces reclaman un nuevo sistema político, más transparente y menos controlado por los aparatos de los partidos, que no pueden seguir siendo estructuras tan cerradas, piramidales y jerárquicas. Este cambio político parece algo inevitable y ocurrirá en los próximos años. El PP tiene la oportunidad de llevar las riendas o de dejarse arrastrar por los cambios impulsados por los populistas.
Este artículo ha sido publicado en Red Floridablanca