Rajoy, en el Congreso./ Foto: Moncloa/Flickr
Cristina de la Hoz. Madrid
La nueva configuración del mapa electoral complica a los expertos demoscópicos la atribución de cerca de una treintena de asientos en el Congreso. La consigna del PP para atraerlos es no cometer ningún error de bulto; de ahí la prudencia ante una mayor implicación militar en Siria, tras los atentados de París.
Treinta escaños sin dueño. Esa es la horquilla de asientos en el Congreso de los Diputados que pueden bailar según han detectado en el partido en el Gobierno a tenor de los sondeos que se vienen haciendo sobre intención de voto. El mapa político español está muy lejos del que ha imperado durante décadas: dos grandes partidos que se repartían más del 70 del electorado. Así era sencillo hacer una proyección del reparto de escaños. Ahora se antoja una tarea poco menos que imposible cuando hay tres fuerzas políticas que están en unos porcentajes de voto muy similares (PP, PSOE y Ciudadanos por encima del 20 por ciento sin llegar ninguna al 30) amén de una cuarta, Podemos, que alcanza entre el 10 y el 15 por ciento.
El sistema electoral español es proporcional corregido, de modo que beneficia, por un lado, a las formaciones más votadas, y, por otro, a los partidos que concentran su voto en pocas provincias, esto es, a las formaciones nacionalistas. En las circunscripciones pequeñas lo habitual ha sido que sólo PP y PSOE sacaran escaño, dejando fuera al tercer partido en liza que sólo podía aspirar a sacar representación en provincias grandes, donde se aplica un principio de proporcionalidad más puro.
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Rajoy evita un mayor compromiso militar en Siria por temor a perder apoyo electoral
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Ahora ya no es así. Según los expertos demoscópicos, dada la escasa diferencia de proporción de voto, el juego puede estar entre tres partidos, pero resulta endiabladamente difícil hacer una proyección de escaños más o menos fidedigna, de ahí, que haya esa horquilla de cerca de 30 muy difícil de atribuir.
Ante este escenario, la consigna en el cuartel general del PP es no cometer ningún error de bulto que pueda dar al traste con las expectativas electorales. Aseguran estar convencidos de su triunfo el 20-D y el objetivo a cumplir, y que repiten como un mantra tanto miembros del Gobierno como de la dirección de Génova, es “impedir un pacto de perdedores”, es decir, que Pedro Sánchez pudiera sumar una mayoría alternativa a Mariano Rajoy. No es un escenario que contemple ahora mismo ningún sondeo. Es más, apuntan a que Ciudadanos ha hecho el sorpasso al PSOE para alcanzar el segundo puesto del podio electoral. La única mayoría factible sería así la que formen Rajoy y Albert Rivera.
Los atentados yihadistas de París se han convertido en una suerte de test para el presidente del Gobierno. En Moncloa admiten tener muy presente dos momentos históricos: la famosa foto del trío de las Azores (con José María Aznar, George Bush y Tony Blair) por la que España se implicó en la intervención militar en Irak en 2003 y la calamitosa gestión de los atentados del 11-M. Resulta perfectamente descriptible el fervor belicoso de Rajoy, por escaso, frente al llamamiento de Francia, al tiempo que se ha apresurado a traer a su terreno al resto de los líderes de la oposición.
Hay que reconocerle la habilidad de parecer más cauto que el propio Sánchez y Rivera, y hasta haber cosechado elogios de Pablo Iglesias, lo que, sin embargo, para su clientela electoral puede no ser del todo bueno. “Prudencia y unidad”, insisten en Moncloa, justo los dos ingredientes que le faltaron a Aznar en 2003 y 2004.
Si administra este escenario sin grandes estridencias, huyendo de la implicación militar de España en Siria, y mantiene su mensaje de firmeza frente al independentismo catalán — sin descartar la investidura de Artur Mas antes del 20-D- habrá conseguido dos de sus objetivos de campaña.