España sufrió en 2004 el mayor atentado perpetrado jamás en Europa./ Foto: ARR/La Razón.
Juan F. Baño. Madrid
DAESH y Al Qaeda están poniendo en práctica los postulados anunciados hace años por algunos impulsores de la Yihad radical. Un destacado responsable de la lucha antiterrorista en España señala que «se está cumpliendo justamente lo que predijo en 1996 el sirio-español Mustafa Setmarian en su libro Llamada a la resistencia islámica global«.
Este individuo, cuyo paradero es una incógnita después de que se anunciara su detención sin que EEUU haya aclarado si lo tiene o no en su poder, llamó a «golpear infinitamente al enemigo allá donde se pueda. El deber de todo buen musulmán -dijo- es la Yihad y el asesinato una regla». Al Qaeda, advierte este especialista policial, «es una metodología, una forma de vida». El combate no ha hecho más que empezar.
La amenaza es global y España, donde ayer mismo fueron detenidas cuatro personas acusadas de pertenecer a una red que reclutaba yihadistas, afronta el desafío desde la experiencia de haber sufrido el mayor atentado perpetrado jamás en Europa. El 11 de marzo de 2004 (11-M), con 192 víctimas mortales, cerca de 2.000 heridos y una fractura social y política como quizás no imaginaron ni los propios planificadores de la masacre, hace que los encargados de mantener la lucha contra este nuevo terrorismo atemperen los ánimos ante la lógica reacción de indignación y rechazo tras los últimos atentados en suelo europeo.
Existe el riesgo de avanzar hacia soluciones en caliente, que ni siguiera se adoptaron tras aquel 11-M, y que poco ayudarían a afrontar el problema con la serenidad de ánimo necesaria. Lo cierto es que urge una respuesta unívoca y urgente que incluya medidas legales, culturales y de inversión económica. Una opinión compartida por responsables de seguridad e inteligencia en nuestro país.
Además de estrategia, se necesita dinero: hacen falta más especialistas (policías, jueces, fiscales, agentes de información), medios tecnológicos de última generación… El enemigo dispone de una considerable capacidad económica y también de comunicación, tanto a través de las redes sociales e internet como por la utilización de los medios de comunicación al servicio de su propaganda.
El foco más inmediato del problema se sitúa en este momento en el autoproclamado Califato del Estado Islámico, aproximadamente en el triángulo Raqqa-Mosul-Faluya. «Desde la época de los talibanes no ocurría que un grupo de radicales islamistas controlase un territorio con la implicación de entre 60-70.000 combatientes» dice un experto.
A este dato se suma la preocupación por lo que pueda pasar en el medio y largo plazo en el escenario afgano tras la salida de las tropas norteamericanas y del resto de países de la OTAN. Los analistas policiales consultados no se muestran nada optimistas.
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El modelo de Afganistán, referencia para el reclutamiento de nuevos yihadistas
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Afganistán es, precisamente, una de las referencias para entender la actual campaña de acoso del terrorismo internacional, según dicen altos responsables policiales en España: Se está repitiendo la estrategia que estableció Abdullah Yusuf Azzam, uno de los fundadores de Al Qaeda y mentor de Ben Laden, cuando creó la MAK (siglas en árabe de Afghan Services Bureau), la oficina que reclutó en el país de los talibanes a combatientes de terceros países para luchar contra la ocupación rusa, contando con el apoyo y la connivencia de Arabia Saudí o Estados Unidos. Tras convertirlos en auténticos expertos en instrucción, armas y explosivos, retornaron a sus países de origen preparados para continuar el combate y con una agenda internacional de primer orden. Aquel modelo recuerda bastante el método de trabajo impuesto ahora por DAESH.
La amenaza sobre Occidente es una realidad que avanza por su propio pie, al margen de lo que pueda ocurrir de manera puntual en los cuarteles generales del Estado Islámico o Al Qaeda Central. Así lo entienden algunos especialistas. La instrucción de atacar ya fue dada y se renueva periódicamente.
Mañana, segunda parte: Yihad global: la amenaza de los «terroristas autónomos»