Sin interacción con musulmanes es fácil caer en mensajes propagandísticos, según los expertos./ Foto: AO/La Razón.
Salvador Martínez. Berlín.
La diplomacia cultural encuentra uno de sus principales escollos en los propios gobiernos que frente a los conflictos, sobre todo en tiempos de crisis, recortan sus programas educativos y culturales y recurren a medios militares con resultados, cuando menos, discutibles.
En lugar de hablar de dinero, el director del Instituto para la Diplomacia Cultural, Mark Donfried, prefiere hablar de “popularidad”. “Uno de los problemas en general que tiene la diplomacia cultural es que no es muy popular”. “En Estados Unidos, por ejemplo, están recortando y recortando recursos, como ha pasado con las becas Fullbright, rebajadas ahora un 30%”, añade el responsable del ICD. A la Unión Europea, sin embargo, Donfried la considera “un ejemplo” de diplomacia cultural multilateral gracias a sus programas de intercambio como son Erasmus o Erasmus Mundus.
La apertura a otras culturas que traen consigo estos programas implica, para sus beneficiarios, un mayor acceso a información. “La diplomacia cultural nos puede ayudar a estar mejor informados”, confirma el fundador del ICD. Según él, la información previene frente a discursos interesados en la confrontación. “Es más fácil que alguien sea inducido a pensar que todos los rusos o musulmanes son de una manera u otra si no conoce a un solo musulmán o ruso. Si uno no tiene interacción con rusos o musulmanes, es más fácil caer en mensajes propagandísticos como los que pronunciara George W. Bush, que se atrevió a hablar en su día del ‘eje del mal’ y de ‘cruzadas’”, recuerda Donfried.
Ahora bien, una vez estalla un conflicto, cómo usar la diplomacia cultural no es una cuestión evidente. Lo prueban casos como la Guerra Civil en Siria, que comenzó hace más de tres años, o el desafío para la estabilidad en Oriente Medio que representa el Estado Islámico (EI).
Sobre la guerra en Siria, “se han hecho muchas conferencias organizadas por las minorías del país, que están tratando de encontrar una solución al conflicto”, subraya Petra Becker, investigadora especializada en el mundo árabe del Instituto Alemán para Política Internacional y Seguridad (SWP, por sus siglas en alemán). Sin embargo, según ella, el problema de estas citas, ejemplos de lo que puede ser la diplomacia cultural, “es que nadie del lado favorable al régimen sirio quiere hablar con franqueza por el riesgo a ser castigado”. “Por eso es difícil que alguien favorable al régimen pueda dar su verdadera opinión en una de esas reuniones”, añade.
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La diplomacia cultural puede ayudar en la lucha contra el Estado Islámico, a juicio de los expertos
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Numerosas reuniones de este tipo se han mantenido, de acuerdo con Becker, “algo alejadas del público”. “La gente no tiene confianza” en Siria, recuerda esta investigadora, apuntando como causa de esa situación “los últimos 40 años de dictadura”. En ese país, y en las zonas de Irak en las que opera el Estado Islámico, la acción de la diplomacia cultural es particularmente difícil por la naturaleza de los actores armados que están implicados.
“En el caso de Siria, ¿Con quién negocias, cuando ni siquiera el Consejo de Seguridad de la ONU es capaz de decidir algo sobre las masivas atrocidades cometidas allí?”, se interroga Donfried.
Es más, “frente a Al Qaeda no se ha previsto ningún tipo de mediación diplomática; frente a Al Qaeda lo que hay es la guerra contra el terrorismo de George W. Bush”, sostiene por su parte Karim Pakzad, investigador del Instituto para las Relaciones Internacionales y Estratégicas (IRIS), con sede en París. Alude así Pakzad a los orígenes de la organización terrorista que el pasado verano proclamara el califato, pues el EI ha estado vinculado en sus inicios a Al Qaeda.
No obstante, Pakzad precisa que, “por su carácter de fuerza militar y por sus reivindicaciones político-religiosas, el EI va más allá de Al Qaeda”. Esa organización plantea, a su entender, un tipo de conflicto nuevo que los occidentales afrontan con gran desconocimiento. “El 99% de la población occidental no conoce la ideología ni los objetivos de esa organización, ni de dónde viene”, apunta. Precisamente ante este tipo de circunstancias la diplomacia cultural puede hacerse valer. Porque supone un esfuerzo por informar a las sociedades y «cuanto más saben éstas sobre un tema», concluye Donfried, «mejores son las decisiones que toman luego sus políticos”.