Los líderes de Podemos en un cartel promocional.
Rosa Paz. Madrid
Cuando en mayo de 2011 irrumpió el fenómeno del 15-M, los dirigentes del PP pensaron que a ellos no les afectaba. Aún gobernaba el socialista José Luis Rodríguez Zapatero y los que ocupaban las plazas eran, para ellos, jóvenes radicales, antisistema. El PSOE admitió que eran jóvenes indignados porque la crisis económica había amputado sus expectativas, pero también pensó que la protesta sería pasajera.
Meses después, cuando un muchacho con coleta, de posiciones radicales y lenguaje directo, empezó a aparecer en televisiones de segunda y después en cadenas de máxima audiencia, los grandes partidos lo consideraron una extravagancia. También les pareció exagerado que las encuestas preelectorales vaticinaran la posibilidad de que Podemos, la candidatura liderada por Pablo Iglesias, el joven de la coleta, tuviera uno o dos escaños en las elecciones europeas. La realidad fue más rotunda. Obtuvieron cinco escaños y sus expectativas no han hecho más que crecer
El pasado fin de semana el sondeo de Metroscopia para El País situaba a Podemos como primera fuerza en intención de voto, por delante del PP y del PSOE, y se rumorea el mismo resultado para el barómetro de octubre del oficial Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS), que se conocerá estos días. La clave de su éxito está en la denuncia de situaciones y comportamientos que la sociedad mayoritariamente rechaza. Estas son las diez razones que explican el crecimiento de Podemos:
La crisis económica. La principal causa de la irrupción de este grupo radical y alternativo con capacidad, incluso, de ganarles las elecciones a los dos grandes partidos tradicionales está en la crisis económica y sus consecuencias sociales, el sufrimiento causado a buena parte de la ciudadanía, el empobrecimiento de las clases medias, la desaparición de expectativas de futuro, el aumento de la desigualdad de rentas.
Las políticas anticrisis. El convencimiento generalizado de que las políticas que se están aplicando no ayudan a salir de la crisis y el temor a que nunca se recuperarán ya, ni con crecimiento económico, los derechos laborales y el grado de bienestar social perdidos.
La impotencia frente a la UE. La sensación extendida de que tanto el PP como el PSOE carecen de autonomía para hacer políticas distintas, porque deciden la Unión Europea y el Fondo Monetario Internacional.
La corrupción. La retahíla de casos de corrupción que se están destapando y que siembran la impresión de que la corrupción es generalizada. A los ya conocidos, la Gürtel, el caso Bárcenas o los ERE de Andalucía, se han sumado los que afectan al expresidente de Cataluña Jordi Pujol y su familia, las tarjetas opacas de Caja Madrid o la reciente operación Púnica, en la que está involucrado el antiguo número dos de Esperanza Aguirre.
La falta de reacción frente a los corruptos. La lentitud, cuando no falta de voluntad, mostrada por los grandes partidos para deshacerse de sus corruptos y para colaborar con la justicia, que lleva a pensar que los partidos cobijan la corrupción y protegen a sus corruptos.
La patrimonialización de lo público. El reparto de puestos en las instituciones y en los organismos de control transmiten la impresión de que los grandes partidos tienden a utilizar en su interés los recursos públicos en lugar de gestionarlos por el bien común.
Las puertas giratorias. El paso de populares y socialistas de puestos de responsabilidad pública a consejos de administración de grandes empresas privadas genera la impresión de que están al servicio de los poderes económicos.
Jóvenes que caen bien. Son jóvenes, aparentemente bien preparados y sin miedo a enfrentarse a los poderosos. Y lo más importante, han caído bien a muchos, porque dicen lo que ellos piensan. Por eso no les importan ni sus orígenes políticos -las Juventudes Comunistas- ni su programa.
El voto del cabreo. En un momento de tanta irritación, parecen canalizar el voto del cabreo. No sólo les quitan votos a IU y al PSOE, las encuestas vaticinan que también le pueden pegar un bocado al electorado del PP y UPyD. Les votan jóvenes, radicales, antisistema o integrados, pero también ciudadanos en los 30 y los 40 años, de clase media y bien instalados, y mayores.
El poder de las tertulias televisivas. Tanto Pablo Iglesias como sus lugartenientes, Juan Carlos Monedero e Íñigo Errejón, utilizan a la perfección el altavoz que les ofrecen las televisiones. En una época en la que las tertulias políticas se han puesto de moda, la cúpula de Podemos copa los principales platós. No tienen diputados, ni alcaldes ni concejales, pero la gente ya les conoce a través de la televisión.