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El peligroso caldo de cultivo del yihadismo en Occidente

 

Paula Izquierdo

Escritora

 

Si algo diferencia la situación de terror que está viviendo el mundo, a día de hoy, de otras amenazas terroristas, es que el actual Estado Islámico conforme avanza conquistando territorios en Irak y en Siria, va ganando adeptos tanto con pasaporte de países europeos -Francia, Alemania, Reino Unido, Italia o España- como con pasaporte norteamericano.

 

La razón del regreso de occidentales para luchar y alistarse en la filas del ejercito terrorista del Estado Islámico (ISIS según las siglas inglesas) es su forma impermeable de habitar en países occidentales democráticos. El sistema consiste en exportar su cultura fundamentalista allí donde se asientan. Crean “guettos” donde sólo tienen cabida los musulmanes fundamentalistas, construyen madrazas (escuelas donde sólo se lee el Corán), y viven la Sharia (ley islámica) de forma sistemática. Los musulmanes infieles son ejecutados, ya que se considera un delito que éstos se comuniquen con otros individuos de otras creencias, o simplemente, porque no sigan a pies juntillas la cultura y la forma de vida islámica.

 

Según la proporción de musulmanes que habitan estos países, las normas fundamentalistas se van implantando con mayor rigor.  De modo que en cierta medida, aquellos lugares que ocupan, son como pequeños y aislados territorios donde viven como lo harían es su país de origen. Quizá no sea muy acertada la comparación pero se trata de pequeñas embajadas donde la política y la cultura es la que conocieron sus padres o abuelos, antes de emigrar.  Lo cierto es que estas personas son impermeables a la cultura del país de acogida, simplemente se rigen durante generaciones y generaciones por aquello que es lo único que conocen: el fundamentalismo islámico.

 

Así pues, el terror no sólo puede expandirse por Oriente Próximo, sino que los países occidentales, tienen un doble problema: conseguir acallar a los fundamentalistas en Irak y en Siria, pero también vigilar que aquellos que han obtenido formación militar y terrorista en sus países de origen, no vuelvan con sus pasaportes en orden para sembrar el terror en todo el mundo.

 

Nadie puede quedarse al margen de esta terrible y sangrienta amenaza que revolotea sobre todas nuestras cabezas y amedrenta a las civilizaciones desarrolladas, con gobiernos con mayor o menor libertad de expresión, siendo unos más  democráticos que otros.

 

Como escribió León Uris respecto a la Sharia en su libro El peregrinaje: “Antes de cumplir los nueve años, ya había aprendido la doctrina básica de la vida árabe: era yo contra mi hermano; yo y mi hermano contra nuestro padre; mi familia contra mis primos y el clan; el clan contra la tribu; la tribu contra el mundo, y todos juntos contra los infieles».

 

Es importante comprender que en aquellos países donde los musulmanes representan bastante menos del 10% -por ejemplo España, que cuenta con un 4% de musulmanes radicales- la población musulmana vive en “guettos”, como he avanzado arriba, dentro de los cuales la práctica totalidad son musulmanes radicales.  En ellos no hay tribunales, ni escuelas nacionales, ni establecimientos religiosos. De esta forma,  los musulmanes no se integran en la comunidad general, a pesar de que hayan pasado más de tres generaciones desde que se establecieron aquí.

 

Mil quinientos millones de musulmanes representan hoy el 22% de la población mundial. Pero su tasa de crecimiento eclipsa a la de cristianos, hinduistas, budistas, judíos y todos los demás creyentes. A finales del este siglo la población musulmana representará el 50% de la población mundial.

 

El desafío de EEUU y la idea de Obama de crear una coalición internacional para abatir esta plaga, que en cierta medida podría compararse como la “marabunta” (hormigas carnívoras que devoran todo lo que posee masa y volumen), se presenta complicado. Lo cierto es que esta cultura radical no ha aportado nada en los últimos cien años, se han quedado atrapados en su propia Edad Media, y no existe ninguna razón para creer que van a hacer algo para adaptarse a los tiempos modernos. De modo que la única fórmula posible es que vivan su “cultura” en su países y que disfruten de ella, mientras el resto del mundo se preocupa por entenderse, aprender, conocer nuevas culturas, ideas y conocimientos y progresar en el bienestar de la especie humana y en la tolerancia.

 

 

Alberto Rubio

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