The Diplomat in Spain

Paula Izquierdo

Escritora

Jerusalén, un pequeño territorio israelí, es el lugar en el que confluye el origen de las tres distintas religiones monoteístas: la cristiana, la judía y la musulmana. Sin embargo, y a pesar de que  en tan poco espacio, desde hace más de 2.000 años se concentraron culturas y creencias, costumbres y conmemoraciones tan distintas, este hecho primigenio no ha dado lugar a que las diferentes culturas convivan en paz.

El 27 de julio de este año, 2014, fue el día en que cien años atrás se inició la Primera Guerra Mundial. Es asombroso cómo hoy en día no puedan convivir las distintas formas de entender la vida, de concebir y aceptar al diferente, a aquel cuya religión y sus rezos no son los mismos que las del vecino.

A pesar de la tregua acordada la semana pasada, el primer ministro Netanyahu sigue a la carga. Tras decir, después de la ruptura de la anterior tregua, que “no hay guerra más justificada que ésta”, ha señalado que lo pactado es “una rehabilitación humanitaria bajo supervisión”. Y ha advertido de que Israel responderá “con firmeza” si los palestinos no respetan el alto el fuego. Desde luego, está claro que aún no se puede hablar de una paz duradera.

Lo cierto es que Palestina y, en concreto la franja de Gaza, se desdibuja lentamente ante nuestros ojos. Por eso considero imprescindibles todos los esfuerzos por parte de la diplomacia internacional para conseguir restablecer la paz y el derecho a la vida, no sólo de los palestinos sino también de los judíos. En este tiempo, desde que empezó la guerra el pasado 8 de julio, como respuesta al asesinato de tres jóvenes israelíes, han muerto al menos 400 niños palestinos.

Sistemáticamente, a lo largo de un mes se han ido rompiendo las treguas aceptadas por ambos bandos. Israel sigue culpando al grupo terrorista islámico Hamás y no está dispuesto a permitir que éste siga lanzando cohetes a su territorio.

Ante esta matanza debido, ante todo, a la falta de equivalencia entre el tercer Ejercito más poderoso del mundo y los medrados y arcaicos medios de combate palestinos, lo único que cabe es preguntarse cómo llegar a una tregua permanente, y a esta pregunta tan difícil de responder sólo se me ocurre que es la hora de que la diplomacia internacional se ponga manos a la obra y logre que se lleve a cabo un dialogo que ponga fin a esta tragedia, nunca resuelta desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Esta idea sólo ha sido llevada a cabo y con exquisito éxito por el argentino Daniel Barenboim, gracias a la convivencia y al esfuerzo de jóvenes de distintas creencias y distintos lugares de origen a los que les unía un sólo factor, el arte de la música, que los hizo absolutamente solidarios.

Es verdad que la ONU ha pedido en diferente ocasiones el alto el fuego, pero este deseo sólo puede llegar a buen puerto si ambas facciones, culturas, civilizaciones son capaces de dialogar, y de este modo, llegar a un acuerdo de hermanamiento y lograr así una convivencia pacífica.  También el Papa Francisco pidió que se detuviese el conflicto entre ambas facciones. Sin embargo, la presión internacional ha vuelto a fracasar.

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¿Será la educación, y el conocimiento del diferente, la única fórmula que permita convivir en paz?

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Ya son más de treinta días de ofensiva y contraofensiva. Puede parecer que ésta es una situación irreconciliable -tanto en cuanto Netanyahu afirma que no llegará la paz hasta que acabe con los túneles de Gaza- para suspender la posibilidad del tráfico de armas y simultáneamente acabar con Hamás. Pero, tal sangría ha provocado entre los palestinos, que ya cuentan más de 2.000 bajas de militares y civiles, que estén cada vez más cerca ideológicamente del grupo terrorista. Por parte de Israel, además de los tres adolescentes asesinados al comienzo del conflicto, motivo que se considera el revulsivo para este nuevo conflicto, se cuentan más de 60 militares fallecidos.

Esta situación  lo único que vaticina es una tragedia que se alargará sine die, a no ser que los diplomáticos consigan sentar a ambos jefes de cada religión y cultura, uno frente al otro y hacerles entrar en razón, es decir, que por una vez sirva la palabra y no las armas.

Sabemos que la educación es el arte de la convivencia. Es imprescindible que una facción entienda, y sea capaz de convivir y comprender a la otra facción.

¿Quién puede dar crédito a la masacre que se está produciendo a comienzos del siglo XXI?

¿Es posible que no se consiga detener esta tragedia, después de tantos conflictos vividos en el pasado siglo, sin ir más lejos? ¿Será la educación, y el conocimiento del diferente, la única fórmula que permita aceptarlo como tal y así poder convivir en paz? ¿No es posible que tanto palestinos como judíos aprendan a entender al otro? ¿Es imposible que en las clases se promueva, a través de la historia de las religiones, la comprensión del diferente? De aquel que vive por su dignidad y por la capacidad de existir en un territorio sin armas, sin terror, sin miedo a lo desconocido.

Considero que no hay que darse por vencidos y no dejarse subyugar por los fracasos diplomáticos cosechados hasta ahora. Hay que seguir “peleando” para alcanzar la calma de la Humanidad. ¿No somos todos seres humanos?