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Alemania reabre su debate interno sobre las intervenciones militares en el extranjero

Soldados alemanes en Afganistán.

 

Salvador Martínez. Berlín.

 

Después de que el Parlamento alemán haya aprobado esta semana el suministro de armas a las fuerzas kurdas que combaten en Irak, en Alemania cobra más fuerza que nunca el debate sobre la utilización de sus fuerzas militares en misiones en el extranjero.

 

La presencia de militares alemanes en el mundo no es algo con lo que se lleve especialmente bien la opinión pública germana. No es raro que estudios de opinión muestren lo reacia que es la sociedad a que su país tenga un mayor peso en la escena internacional, especialmente cuando se trata de valorar cuestiones de seguridad o de gestionar crisis con el Ejército en apartados puntos del planeta. Pero desde hace muy poco a esta realidad se enfrenta la voluntad política que existe en las altas instancias germanas, donde, a excepción de la canciller Angela Merkel, se desea ampliar el papel germano en el ámbito internacional rompiendo con el tabú del uso de la fuerza.

 

La pasada primavera, la fundación Körber presentó un estudio de opinión según el cual cuatro de cada cinco alemanes quería que su país participara en menos misiones militares en el extranjero. A día de hoy, el Ministerio de Defensa germano cuenta 4.300 soldados destinados en 17 misiones internacionales, una movilización que puede resultar discreta. Francia, cuya influencia en la escena europea suele decirse que es menor que la germana actualmente, presenta casi el doble soldados en el extranjero (7.800 soldados).

 

Lo cierto es que, en Berlín, resulta más complicado que en otras capitales el tomar decisiones sobre cómo utilizar el Ejército para ganar influencia internacional. Porque, mayoritariamente, la opinión pública se opone a algo así. Acusa el país teutón, debido a su trágico pasado, una “cultura de la limitación” en materia militar, según Jana Puglierin, investigadora en el Consejo Alemán de Relaciones Internacionales (DGAP, por sus siglas en alemán). No obstante, en contra de esa tradición se ha lanzado desde las altas instancias de poder alemanas un debate dirigido a la sociedad sobre qué papel ha de jugar el país en el mundo y a a través de qué medios, incluidos los militares.

 

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Entre las élites hay consenso para que haya una mayor presencia de Alemania en la escena internacional

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En este debate, el presidente alemán, Joachim Gauck, rompió el hielo a principios de año. Lo hizo en su discurso de la 50ª Conferencia de Seguridad en Múnich, una relevante cita que reúne líderes y expertos dedicados a las cuestiones de defensa. Allí, Gauck declaró que, “cuando la última opción – enviar al Ejército – ha de debatirse, Alemania no debería decir ‘no’ desde el principio”. Posteriormente, se ha escuchado a Gauck repetir este mensaje, al igual que destacados ministros del Gobierno de Angela Merkel, como son la titular de defensa, Ursula von der Leyen, y el responsable de la cartera de Asuntos Exteriores, Frank-Walter Steinmeier.

 

Los tres se han erigido como portavoces de unas élites políticas decididas a que su país juegue un papel más relevante en el mundo, pese a que esto pueda incluir impopulares intervenciones militares. “Entre las élites hay consenso para que haya una mayor presencia de Alemania en la escena internacional, pero esto no es algo que comparta el resto de la sociedad”, dice Patrick Keller, experto en cuestiones de política exterior de la fundación democristiana Konrad Adenauer.

 

Para contrarrestar este desfase, el Ministerio de Asuntos Exteriores está llevando a cabo un proceso de revisión de la política exterior de Alemania. Movidos por los desafíos globales y regionales a los que hay que hacer frente, como las crisis de Siria o Ucrania, o la inestabilidad del África Subsahariana, Steinmeier y compañía quieren revaluar la acción exterior de su país. La idea, en último término, es adaptarla a las nuevas realidades internacionales. Ésta es, al menos, la explicación oficial.

 

Pero ese debate también es una clara oportunidad para satisfacer la necesidad de “incrementar el nivel de comunicación con el público” en lo que toca a la seguridad internacional y el papel de Alemania, según Olaf Boenhke, director de la oficina en Berlín del Consejo Europeo de Relaciones Internacionales. En este sentido, Puglierin, la investigadora del DGAP subraya que “toda la discusión sobre el papel de Alemania en la política internacional, remonta a los años 90”.

 

Entonces, el conflicto en los Balcanes obligó a mandar militares alemanes a la ex Yugoslavia. Todavía hoy trabajan allí casi 700 soldados germanos en el marco de la KFOR, la misión de paz que desarrolla la OTAN en Kosovo bajo mandato de las Naciones Unidas. El debate sobre la KFOR y, más tarde el que abrió la ISAF en Afganistán – otra misión de la OTAN con la bendición de la ONU donde Alemania es responsable militar en una región del norte del país – llevó al otrora canciller Gerhard Schröder a considerar que su nación ya era “un país adulto”, “una potencia normal”.

 

Incluso antes, y también a través de la OTAN, Alemania dio otro destacable paso hacia su pretendida “normalización” cuando el canciller Konrad Adenauer llevó de la mano dentro de la Alianza Atlántica a la República Federal de Alemania. Eso ocurrió apenas cuatro días después de que el país alcanzara la independencia tras la década de ocupación militar estadounidense, británica y francesa posterior a la Segunda Guerra Mundial, en 1955. Pero gestos como ese o la participación en intervenciones militares emprendidas por la administración de Schröder no han impedido que Alemania se encuentre aún en una particular posición en la escena internacional.

 

Poderosa económicamente, Alemania sigue siendo hoy un “enano militarmente” pues “no quiere desarrollar esta dimensión”, estima Almut Möller, investigadora en el Centro Alfrend von Oppenheim para Estudios de Política Europea. A su entender, esto se pudo ver no hace tanto en la decisión alemana de no participar en la intervención militar internacional desarrollada en Libia, en 2011. Las reticencias alemanas al uso de la fuerza también se observaron cuando el año pasado Barack Obama planteó en vano una eventual intervención con apoyos de aliados en Siria, pues la canciller Angela Merkel se opuso a toda acción militar.

 

Por muy activa que se muestre en la actualidad la canciller en términos diplomáticos, por ejemplo, en la crisis de Ucrania, Angela Merkel está más en fase con la opinión pública alemana que con el consenso existente en las élites políticas sobre la necesidad de que Alemania juegue un papel más importante en el ámbito mundial. Es más, “en términos militares, Merkel siempre estuvo entre los reacios”, apunta Keller, el experto de la fundación Konrad Adenauer. Con ella al frente del Ejecutivo, “la presencia militar en el extranjero no ha dejado de reducirse”, añade este investigador. Además, Alemania no tiene previsto incrementar su presupuesto de defensa, que en 2013 representaba el 1.3% del PIB, un punto porcentual menos que lo que dedican Francia o el Reino Unido.

 

Según Puglierin, la investigadora del DGAP, tampoco cabe esperar grandes cambios “en el comportamiento alemán dentro de la OTAN”, independientemente de que, desde Bruselas, al secretario general de la Alianza Atlántica, Anders Fogh Rasmussen, se le escuche decir que “Alemania es un país normal” y que “por eso debería jugar un papel importante en la política exterior y de seguridad, ya sea en la UE, en la OTAN o la escena internacional”. Pero no, Alemania todavía es un país en busca de normalizar su relación con el mundo. En vista del debate puesto en marcha este año, aún ha de convencerse a sí mismo de que ha cambiado, de que se ha hecho más poderoso y, en consecuencia, de que tiene que asumir más responsabilidades, incluidas las asociadas a la seguridad del ‘Viejo Continente’.

 

 

Alberto Rubio

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