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La seguridad del sur: una decisión apremiante para la cumbre de la OTAN

 

Jesús Díez Alcalde

Teniente Coronel de Artillería DEM

Analista del IEEE

 

En la Cumbre de Gales, que se celebrará los próximos 2 y 3 de septiembre, los países aliados deberán reflexionar y tomar decisiones sobre asuntos trascendentales para el futuro de la OTAN y, por ende, para la seguridad del espacio euro atlántico frente a las amenazas, dondequiera que estas se originen. En el trasfondo de los debates, es imprescindible mantener el equilibrio estratégico: una excesiva orientación hacia la grave crisis que sufre el flanco este de la OTAN, en detrimento de la atención que demanda el flanco sur, a buen seguro tendrá peligrosas e imprevisibles consecuencias.

 

África es una región emergente, y su importancia en el escenario geopolítico internacional es hoy incuestionable. Hacia el exterior, se ha convertido en el epicentro de la reorientación estratégica mundial; dentro y fuera de sus fronteras continentales, se subrayan los grandes avances registrados en las últimas décadas, en especial económicos y sociales, como principal fundamento de un futuro más próspero y estable para el continente. Frente a esta realidad, África convive con enormes amenazas para su propia seguridad, que también es la de Europa y, como señala reiteradamente el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, la de toda la comunidad internacional.

 

Extensas regiones africanas sucumben al caos y la violencia, y la propagación de estas lacras se multiplica por efecto de la mala gobernanza, la ausencia de fuerzas eficaces de seguridad, la frustración social de una población condenada a la pobreza y el subdesarrollo, y, también, por la porosidad de unas fronteras nacionales fuera del control estatal. Además, la fragilidad fronteriza hace que todas las amenazas africanas tengan un carácter marcadamente transnacional y, por este motivo, resulta erróneo obviar la continuidad geográfica que existe entre el norte del continente y la franja subsahariana. Consecuencia de todos estos factores, y según el Índice de Paz Global 2014, la seguridad en esta región se ha deteriorado de forma alarmante en los últimos años y, entre otros aspectos negativos, esta situación provoca que los países de norte de África y del Sahel este se encuentren entre las 50 naciones con más incidencia del terrorismo yihadista a nivel mundial.

 

Junto a la lacra terrorista, producto del extremismo religioso de carácter salafista, el crimen organizado y los conflictos armados se erigen hoy como las principales amenazas para la seguridad africana e, ineludiblemente, también para su desarrollo. En mayo de 2013, el seminario anual del Instituto Internacional Peace Institute advertía del peligroso nexo entre estas tres amenazas, en especial cuando estas concurren en estados débiles o fallidos, y subrayaba la necesidad de encontrar soluciones para enfrentarse con éxito a los actores no estatales que, con carácter general, están detrás de cada una de ellas y las hacen aún más peligrosas y difusas. En el contexto africano, difícilmente los gobiernos nacionales y las organizaciones regionales, ni siquiera la propia Unión Africana, podrán implementar ninguna medida sin contar con el apoyo y la cooperación de la comunidad internacional, en la que organizaciones como la OTAN o la Unión Europea deben ejercer, por solidaridad y por su propia seguridad, un papel más preponderante y comprometido.

 

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África es la región donde con más celeridad se está extendiendo el terrorismo

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En la Cumbre de Riga de 2012, los Jefes de Estado y de Gobierno de la OTAN reconocieron que «el terrorismo, cada vez más global en su alcance y letal en sus resultados, y la proliferación de armas de destrucción masiva es probable que sean las principales amenazas a la Alianza en los próximos 10 o 15 años», y África –a tenor de la situación actual– es la zona del mundo donde con más celeridad se está extendiendo. Según el enviado especial de las Naciones Unidas para el Sahel, Hiroute Sellasie, «los ataques terroristas en el Magreb y el Sahel –con 230 atentados registrados– se han incrementado un 60% en 2013». Además, la sinrazón yihadista está acrecentando su capacidad de captación, y ha incrementado su potencial y la crueldad de sus ataques, en gran medida como herencia perversa del desmoronamiento del régimen de Gadafi a finales de 2011. Por entonces, los recónditos arsenales libios fueron saqueados, y sus armas y municiones transitaron sin control por toda la región hasta acabar en manos de rebeldes y terroristas, desde Túnez y Mali hasta Nigeria y Somalia.

 

En Túnez, y a pesar de haber avanzado notablemente en su proceso democrático con el apoyo de los islamistas moderados, la amenaza terrorista sigue muy presente en las montañas de Chambi; mientras que Libia –a tan sólo 300 kilómetros del continente europeo– se ha convertido en el mayor y más peligroso santuario para los grupos yihadistas.

 

Todo apunta a que, lejos de estabilizarse, Libia avanza hoy hacia el caos absoluto, más aún si se cumplen los indicios que preconizan, como señala el periodista Ignacio Cembrero, una creciente unión entre el Estado Islámico de Al Bagdadi en Irak y las milicias yihadistas asentadas en el Magreb.

 

También el norte de Mali está sufriendo un repunte de la violencia terrorista en las últimas semanas, a pesar del esfuerzo desplegado por 1.600 militares franceses, en el marco de la Operación Serval, y por más de 8.000 cascos azules de la misión MINUSMA. Más al sur, en Nigeria, Boko Haram –el grupo terrorista más sanguinario de toda África– tiene en vilo a la mayor potencia económica de África, y los atentados se suceden a diario en los estados norteños del país: en lo que va de año, los yihadistas han asesinado a más de 3.000 personas, y la cifra asciende a 12.000 si nos remontamos a 2009.

 

Por último, en Somalia, Al Shabaab ha extendido su área de acción en los últimos años, y, aunque desde 2007 las fuerzas de la misión africana AMISOM están hostigando incesantemente a los yihadistas somalíes, estos siguen imponiendo el terror y la ley islámica en muchas zonas rurales, y todo apunta a que resistirán como una importante lacra para la seguridad regional.

 

Los graves acontecimientos entre Ucrania y Rusia han dado un vuelco sorpresivo, y extremadamente preocupante, a la situación en la frontera oriental de la Alianza Atlántica.

 

Sin embargo, este conflicto no debe convertirse en el eje central, y mucho menos único, que determine el futuro de la OTAN. A pesar de que ha reavivado el debate interno sobre la necesidad de fortalecer de la defensa colectiva como principal cometido de la Alianza, no convendría olvidar que la seguridad cooperativa y la gestión de crisis siguen siendo válidas: si se quiere fortalecer la seguridad nacional, es imprescindible estar preparado para hacer frente a las amenazas, o para cooperar en su neutralización, allá donde se originen. Y en un tiempo tan convulso como el actual, la OTAN debe mirar, con intensidad y equilibrio, hacia el exterior.

 

Desde esta perspectiva, la conflictividad en el norte de África, el Sahel y el golfo de Guinea reclaman hoy la atención de la OTAN. En esta extensa y convulsa región se expanden el terrorismo yihadista, el crimen organizado y los conflictos armados, cuyas consecuencias son aún más peligrosas y dañinas que las que emanan del este de Europa. Con todo, la Cumbre de Gales llega en un momento en que los riesgos se multiplican en el entorno inmediato del espacio euro atlántico, tanto por el este como por el sur. Si las decisiones que se adopten no valoran este escenario global de seguridad, la OTAN cometerá un error estratégico que, con toda seguridad, terminará pasando factura, y quizás esta sea demasiado cuantiosa.

 

Este texto es un extracto del artículo original. Pinche aquí para leer el artículo completo.

 

 

Alberto Rubio

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