Texto y fotos: Antonio Colmenar
La obra del acueducto de Segovia, con sus 167 arcos de piedra granítica de la sierra de Guadarrama, es una de las más soberbias que los romanos dejaron repartidas por su imperio, un vasto territorio que iba desde la isla de Britania hasta los confines de Asia menor.
La estructura del acueducto está constituida por sillares únicos sin ningún tipo de argamasa que una las piedras. Para ello se utilizó un ingenioso equilibrio de fuerzas que pone en entredicho el principio inmutable de la gravedad.
Quizás la historia más desconocida en torno a esta magna obra del siglo I o II D.C sea la leyenda de la joven criada que subía todos los días hasta lo más alto de la montaña y bajaba con el cántaro lleno de agua. Un día, harta de aquel trabajo, pidió un deseo al demonio en el que le rogaba que construyera algún medio para que no tuviera que subir y bajar todas las mañanas con el cántaro a cuestas. Lucifer le concedió el deseo una noche a cambio de que le concediese su alma si conseguía terminar el acueducto antes de que cantara el gallo.
La niña accedió y el diablo comenzó a construir el acueducto, pero la niña se arrepintió de su decisión. Justo cuando le quedaba una piedra para terminar el acueducto cantó el gallo, lo que hizo que perdiera la apuesta y la niña mantuviese su alma. En el hueco que quedó es donde está ahora puesta la estatua de la Virgen de la Fuencisla, patrona de la ciudad.
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