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España-México: Amigos para siempre

 

Alberto Aza Arias

Consejero de Estado y ex embajador en México

 

Podría decir que “Amigos para siempre” es la traducción popular de “relación estratégica”, una relación que me retrotrae a una parte del sexenio de Salinas que yo viví como Embajador en México. Allí encontramos algunas de las raíces que conducen a los resultados de hoy. México redimensionaba su relación con Estados Unidos y eso le llevó a retomar su interés por los temas iberoamericanos y por la fuerza creciente de la integración europea. España, por su parte, hacía un ejercicio de concienciación nacional con motivo de la Transición política y, también, para dirigir su presencia en el mundo. Hubo no pocos debates que condujeron a la idea de que el país tendría que abrirse a nuevos horizontes y llegar a liderar “algo”.

 

Y ese «algo» se llamó 1992, que nace para desarrollar al nuevo país democrático en aquellas áreas donde España podría obtener una presencia internacional aceptable y aceptada. Ello conduce al Gobierno de Suárez a decidir la celebración de tres acontecimientos importantes: una exposición universal en Sevilla, unas Olimpiadas en Barcelona y una magna Conferencia Iberoamericana, que sólo se llevaría a cabo bajo el principio de la igualdad. No había países ni más ni menos importantes y, por supuesto, España no podía ser más del 10% del conjunto.  Pero esa opción iberoamericana necesitaba de una complicidad especial.

 

El proyecto del 92 nace con la idea de que México, y no España, fuera el protagonista. Como entendimos que el proceso de diversificación de la acción exterior mexicana entraba en una zona común de intereses con España, se estableció una complicidad política extraordinaria. Tanto que la primera Cumbre Iberoamericana no fue la 1992 sino la de 1991 en Guadalajara.

 

Creo, además, que el Gobierno español era consciente de que la capacidad de construir de México era equivalente a la de bloquear y que, o se embarcaba a México en la operación del 92, o la operación no salía.Y de que los obstáculos a ese proceso solamente podrían ser compensados con una fuerte relación hispano-mexicana  capaz de irradiarse en el resto de los países iberoamericanos. Fue, por lo tanto, una opción de alto nivel estratégico que elegía al socio privilegiado y lo unía en la aventura de las Cumbres hasta hoy. Como símbolo, perdura el almuerzo del presidente mexicano con el Rey de España la víspera de las sesiones de trabajos de la Cumbre.

 

También se da la feliz coincidencia de que España empieza a abrirse camino en ese entramado complejo que se llama Bruselas y que la vertiente iberoamericana podía darle un gran peso específico en la UE. Esa diversificación hacia Europa interesa a un México embarcado en reconducir sus relaciones con el Norte. Todo permitió, desde entonces, crear una relación estable, permanente y constructiva.

 

Pero ambas partes debemos de ser conscientes de nuestras propias limitaciones. Somos potencias medias, y no más. Tendríamos que ser prudentes para no utilizar la política exterior como un elemento de distracción de la política interior. Saber que nuestra política interna nos condiciona profundamente, que hemos pasado por problemas de democratización, inmigración y, algunos, de cohesión interna. Son elementos que pesan enormemente a la hora de definir la política exterior. Nos condiciona también nuestra posición geográfica en diferentes hemisferios que viven procesos integradores que nos dispersan de una dirección común. En la medida en que el peso de lo nacional cae en lo supranacional, las opciones puras de política bilateral pueden llegar a disolverse.

 

Estos son elementos de dispersión, pero hay solución a los problemas si hay voluntad de resolverlos. Tenemos la posibilidad de que la cooperación entre ambos países se dirija a la construcción de instituciones públicas, políticas y estatales sólidas. De jugar juntos en los procesos integradores, siempre y cuando sepamos mirar por encima de las fronteras de los grupos integrados. Saltar de lo bilateral al diálogo entre instituciones de integración, un salto cualitativo que hoy nos lleva casi de la mano en el ámbito económico.

 

Los organismos de integración tiran a favor de una democratización profunda y en ese camino hay un espacio común para la colaboración bilateral. Y en el ámbito de la globalización podemos ahondar en el modelo occidental como una plataforma de contrapeso a los grandes países que están surgiendo en Oriente y en Asia.

 

La dinámica de esta relación con América y los países con capacidad de liderazgo, entre los cuales está claramente México, definido y elegido desde los años setenta, garantiza que continuará durante muchos años.

 

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Extracto de la conferencia pronunciada en el Instituto Cervantes de Madrid el 19 de mayo de 2014 durante el Coloquio Internacional «Relaciones España y México».

 

 

Alberto Rubio

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