En 2024, el presidente ruso Vladimir Putin ha sido el anfitrión de la cumbre BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) de octubre. Fue la primera reunión anual que incluyó a los cuatro nuevos miembros (Egipto, Etiopía, Irán y los Emiratos Árabes Unidos) que se admitieron el año pasado como miembros del grupo y, según se informa, también participarán muchos otros países a partir de aquí. ¿Entonces, qué va a resultar de ello? Este año, parece que Putin utilizará la cumbre para demostrar globalmente el apoyo que mantiene Rusia, para indicarle al mundo que no está tan aislado como los gobiernos occidentales piensan y quieren que esté. Es una situación idónea para que él y otros líderes promuevan una visión de un mundo que Estados Unidos no lidera.
Sin duda, hay conclusiones que sacar de esta reunión. Los líderes de BRICS+ pueden apoyar a Putin y denunciar la insuficiente representación de sus países en muchas de las grandes organizaciones de gobernanza global. Lo hacen todos los años y parece ser uno de los únicos logros reales que surgen de cada reunió. Entre tanto, siguen sin hacer nada para efectuar cambios organizativos o estructurales significativos dentro de las instituciones internacionales. De hecho, han conseguido precisamente lo contrario. Debido a la evolución de la geopolítica en torno a Ucrania y al ascenso de líderes más nacionalistas en Occidente y dentro de los BRICS, las instituciones internacionales se han vuelto aún menos efectivas.
Sea como fuere, lo cierto es que para abordar los desafíos económicos que se proponen, desde una perspectiva integral, este género de grupos estrechos no son capaces de aportar lo suficiente. Lo que los expertos proponen es una suerte de G20 rejuvenecido, que demostró ser muy eficaz en sus primeros días, tras la crisis financiera de 2008. A pesar de ser bastante grande (incluye a todos los miembros del G7 y los BRICS), refleja mejor el mundo actual en todas sus complejidades.
Respecto de los países que iban a unirse al grupo como Argentina o Arabia Saudí hay que destacar cierta reticencia. Incluso, por parte de los que estaban esperando una invitación para entrar. Argentina, por su parte, cambió de rumbo tras la elección de Javier Milei como presidente en 2023; y Arabia Saudita aún no ha decidido cual será su futuro acerca de este asunto. Uno puede vaticinar, sin embargo el futuro del Reino Unido y el por qué sería reacio a unirse a los BRICS. Todavía valora su alianza de defensa y seguridad con Estados Unidos, y esos vínculos se fortalecerán aún más si alguna vez normaliza las relaciones con Israel. Por su parte, el grupo no termina de concretar qué ofrece y qué puede ganar un país –como el saudí– con la membresía en el grupo.
Pero volviendo a su marco de acción, no parece claro que, en ningún caso, el grupo haya tenido nunca pretensiones más allá del simbolismo. Hay muchas áreas en las que podría emprender acciones colectivas en beneficio de sus miembros y del resto del mundo. Estos incluyen, entre otros, defender un comercio más libre entre si y asumir compromisos más firmes para luchar contra el cambio climático. Es cierto que el lanzamiento del Nuevo Banco de Desarrollo –que originalmente se llamó Banco BRICS– fue un acontecimiento positivo; pero la institución nunca ha tenido un mandato claro y poderoso vinculado a objetivos compartidos.
Puede aventurarse la deducción de que el diálogo para los próximos años se dirimirá sobre la creación de una alternativa para desafiar el sistema monetario global que, actualmente, se basa en el dólar estadounidense. Pero hasta que los miembros clave –es decir, China– se tomen en serio la apertura de sus propias cuentas de capital y mercados financieros, esto no sucederá. Del mismo modo, esa cierta ojeriza que China e India se profesan y su consecuente desinterés por la cooperación está impidiendo que los BRICS tengan posibilidades de cumplir sus ambiciones declaradas. Tal como están las cosas, estas dos grandes potencias siguen siendo rivales históricos y han estado involucradas durante años en escaramuzas militares a lo largo de la frontera del Himalaya.
Por todas estas razones, parece que BRICS+ será poco. La heterogénea amalgama de nuevos miembros parece haber sido seleccionada no por razones estratégicas de largo plazo, sino porque se les puede engatusar. Egipto, Etiopía e Irán pueden estar entre las 12 economías emergentes más grandes en términos de población, pero no son las más dinámicas; asimismo, los Emiratos Árabes Unidos son mucho más ricos que los demás, pero es un país muy pequeño. La ausencia de países como México o Indonesia deja bastante claras las intenciones con que se aproxima el grupo a su escalada o ampliación. Aunque, incluso si ellos –junto con Bangladesh, Nigeria, Pakistán, Filipinas, Turquía, Corea del Sur y Vietnam– se unieran, el resultado sería poco más que cumbres más grandes.