Miguel Ángel Medina
Subdirector de la Cátedra de Estudios Mundiales ‘Antoni de Montserrat’ de la Universitat Abat Oliba CEU
A los que nos gusta jugar al ajedrez sabemos que este juego es cosa de dos. Un tablero con infinidad de fichas, movimientos, estrategias y recovecos, con el único fin de acabar con el oponente tras una jugada maestra final, el jaque mate. El juego se complica por diversos factores, entre ellos si una partida se eterniza, si alguno de los dos jugadores no respeta las reglas del juego o si hay demasiados espectadores. Rusia lleva jugando su partida de ajedrez en el territorio ex soviético en las tres últimas décadas y, por diferentes motivos, esta vez le ha tocado a Ucrania enfrentarse al oso ruso. Pero Ucrania es Ucrania, y en esta partida Occidente no ha caído en la equidistancia, cuando no displicencia, hacia la política exterior rusa y su estrategia de guerra híbrida. No podemos hilvanar las accesiones y el discurso ruso sin recordar el valor simbólico (recordemos el romanticismo de Ucrania como cuna de la patria rusa) y geoestratégico (acceso a las cálidas aguas del Mar Negro) de este enorme país para Moscú.
Difícilmente se avista una invasión militar rusa en territorio ucranio o un enfrentamiento abierto entre ambos países -en caso contrario, los 100.000 soldados rusos desplegados en la frontera no estarían haciendo maniobras sino que ya habrían encendido la llama, y Putin y el Kremlin son conocedores de las catastróficas consecuencias que esta realidad conllevaría-, pero sí podemos apostar a que Moscú no va a cesar en su estrategia de no dejar respirar a Ucrania, de evitar su acercamiento a Bruselas (tanto Evere como Justus Lipsius) y Washington, de hacer que tenga que defender su dama y su rey con todos sus peones y que no pueda pensar.
¿Qué podemos destacar de esta partida de ajedrez? En primer lugar, Putin se ha aprovechado de la debilidad de las potencias occidentales en los últimos meses (indefinición y tibieza exterior de Biden, Brexit, debates y división interna de la UE, entre otros) que, conjugada con la crisis del multilateralismo liberal y el puñetazo en la mesa de China, ha extendido la alfombra roja para que Rusia entre como Putin por su casa en el Donbás y en Crimea. En segundo lugar, a estas alturas de la partida es obvio que Rusia se preocupa más bien nada de la contestación interna, de las prácticas democráticas en su aventura internacional o de la solidaridad ortodoxa. Y esto es una ventaja estratégica ante Washington, Bruselas, París y Berlín. En tercer lugar, y como corolario de lo anterior, el gigante euroasiático ha sufrido desde el fin de la URSS el síndrome del elefante en la cacharrería, pero desde hace unos años se siente muy cómoda, y sin oposición, en un contexto transregional tan volátil como estratégicamente imprescindible. En un contexto internacional tan impredecible como el actual, lleno de zonas grises y de esferas de influencia, Putin ha jugado fuertemente la carta del retorno del zar, y le ha salido bien.
¿Qué medidas podrían adoptarse para rebajar la tensión? La fórmula de más diplomacia y más mediación no va a funcionar, ya que ese peón avanzará una casilla en el invierno de 2022 pero los aires de primavera o la brisa estival le harán retroceder tres. Sólo sanciones económicas con cara y ojos harían que el Kremlin cambiara su postura. Diversos analistas apuntan en este sentido la cancelación de las órdenes SWIFT, el boicot a importaciones rusas de productos occidentales, la diversificación de la demanda energética europea, la desdolarización de las operaciones financieras a gran escala o la devaluación constante del rublo a escala internacional.
Solo el tiempo nos dirá si en unos meses recordamos el invierno del presente año como una jugada más de la partida de ajedrez multijugador que se viene desarrollando en territorio ucranio o bien estaremos enviando mediadores en un conflicto armado. Sea como fuere, Putin seguirá con su estrategia híbrida para desgastar a Occidente, controlar parte del espacio ex soviético, no dejar respirar a Ucrania y ganarse enormes dosis de popularidad. Ahora bien, apuntemos una dosis de optimismo: Washington y Bruselas no están de acuerdo en cómo gestionar este dossier ni en qué respuesta debe darse a Putin y sus fichas de ajedrez. Eso es bueno para el sistema internacional.
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